Occidente asiste en silencio a las constantes amenazas chinas contra Taiwán.

Taiwán descubre impávida, la inacción de los países tan democráticos como occidentales, ante el acoso chino que previsiblemente acabará en guerra mundial, quedando claro que las dictaduras interesan a no pocas democracias
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Fotografía de China y Taiwán/Wikipedia Commons

David Jiménez, ex corresponsal durante dos décadas en Asia que además fue director del diario El Mundo, se preguntaba la semana pasada en su canal de YouTube por la posibilidad de que algunas dictaduras pudieran ser mejores en sus actuaciones que otras democracias. Y Singapur se convertía en uno de los claros ejemplos para justificar una dictadura, mientras que algunas democracias nos hacen preguntarnos cuánto de importante es votar.

Esto, directamente, tiene que ver con la actitud beligerante de China contra Taiwán, por justamente eso: una dictadura trata de aplastar a una democracia amenazándola con una guerra. El origen de esta disputa, que en realidad sólo parte del fascismo de Xi Jinping, el cual trata de ocultar las primeras miserias chinas evidentes desde la presidencia de Hu Jintao, sólo tiene que ver con la propaganda han. Ni más ni menos.

La República Popular China nació, gracias a Mao Zedong, en 1949, hace ya 75 años. Y en la misma, Taiwán no era parte de ella. Y sí, Taiwán ha pertenecido a China durante cientos de años, pero nunca desde la fundación de la dictadura comunista china, la cual inició su proyecto sin la isla a la que ahora consideran rebelde. Y esto debe quedar claro para entender la realidad actual de un país que, aunque prácticamente no sea reconocido por ninguna nación, en realidad, sí es reconocida por todas, ya que por ejemplo, España, aunque no disponga de embajada oficial en Taipéi sí tiene oficinas representativas, que aunque no se diga en público, realizan las mismas funciones con la salvedad de que no existe la figura del embajador español en Taiwán, para no soliviantar a China. Para el que no lo sepa, cualquier ciudadano taiwanés puede entrar en España –y en cualquier país europeo– gratis y con un tiempo permitido máximo de 90 días, cuando los 1.400 millones de chinos que deseen viajar a España siempre precisarán de un visado, que además de costar dinero es muy costoso en cuanto a su adquisición en base al tiempo invertido y los documentos a presentar.

Pero algo debe quedar claro: Taiwán tiene un presidente que no es Xi Jinping, un sistema político que no es una dictadura comunista, una moneda que no es el yuan, un prefijo telefónico propio y hasta una matrícula en internet que no es la china sino la suya, la que finaliza con tw. Además, si en realidad Taiwán fuera una provincia china la pregunta sería clara: ¿cuál es la razón que no ha llevado NUNCA a ningún presidente chino, desde 1949, a visitar Taiwán? ¿Se imaginan a un presidente norteamericano imposibilitado para acceder a Alaska o que Pedro Sánchez tuviera su presencia en Barcelona vetada?

Bien es cierto que Taiwán nunca ha hecho oficial su independencia. Pero su realidad, hoy día, tiene más que ver con USA y Japón –por poner sólo dos ejemplos– que con China, la cual amenaza de manera no precisamente velada –en el último años han sido varias las veces que por culpa de maniobras militares el espacio taiwanés ha estado completamente cerrado– con atacarla y arrasarla.

El origen de Taiwán

La isla de Taiwán fue habitada inicialmente por pueblos austronesios, procedentes de Oceanía, además de por tribus llegadas desde el sudeste asiático además del sur de China. En el año 232 China envió, según sus libros oficiales, a una selección de sus habitantes para saber qué ocurría en esa cercana isla con el continente. Y este hecho es la base para quererse quedar con Taiwán como propia negando todo lo que ocurrió después. Taiwán, además de independiente, ha sido hasta holandesa. Pero hay que reconocer que también fue china, sobre todo cuando en el siglo XVII, y para escapar de la penuria, miles de mandarines viajaron hasta Taiwán tratando de buscar un presente –y futuro– mejores. La mayoría de los taiwaneses proviene de los migrantes llegados desde la vecina provincia de Fujian –los hoklo– y desde Cantón –los hakka–, gracias a sus comerciantes. Pero cuando la dinastía Qing cayó tras la primera guerra sino-japonesa, allá por el año 1895, China cedió Taiwán al Imperio del Sol Naciente, asunto que hoy día sigue pareciéndonos en sus formas a los taiwanés mucho más cercanos a los nipones que a los mandarines.

Pero tras la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial, Japón se vio obligado a devolver a China a su querida Taiwán, cuando en ese momento era la República de China –que no la actual, la Popular– la que gobernaba el país, hasta que la guerra civil donde Mao Zedong ganó, hizo que Chiang Kai-shek y millón y medio de chinos del partido Kuomintang tuvieran que refugiarse en Taiwán, a la que dominaron durante varios años aún siendo sólo el 15% de la población total de la isla.

Pero Taiwán llevaba tiempo alejada de barullos, por lo que el propio Chiang Kai-shek permitió que la isla tomara unos derroteros que nada tenían que ver con la China comunista de Mao Zedong ni con la especie de otra China que años atrás había fundado el desertor mandarín. Y de pronto, con la inestimable ayuda norteamericana y nipona, Taiwán fluyó de manera ordenada y efectiva como una nación que nada tenía que ver ni con China ni con las dictaduras.

Taiwán tiene su propia constitución y ejército, con 300.000 hombres preparados para guerrear con la inestimable ayuda de unos Estados Unidos, que según dijeron, contestarán bélicamente a cualquier ataque contra la isla democrática.

Los tambores de guerra resuenan cada vez con más fuerza justo cuando la economía china comienza a derrumbarse y millones de chinos se ven incapacitados para encontrar un puesto de trabajo. Pero debe quedar claro que la desgracia de la apropiación de parte de Ucrania por parte de Rusia y su consiguiente guerra serán una anécdota si finalmente China, como lleva advirtiendo por medio de sus líderes en los últimos años, decide tratar de recuperar Taiwán, lo cual sólo podrá ser por la fuerza.

Y claro, el origen de la Tercera Guerra Mundial, el germen que algunos siguen creyendo que está en Gaza o Kiev, convertiría a Taipéi en pasado y muy posiblemente accionaría la palanca de los Estados Unidos atacando China y viceversa,

De Trump siempre se dice que ha sido y es el único presidente americano en muchísimos años que no metió a su nación en conflicto bélico alguno, pero si China ataca Taiwán no le quedaría más remedio que comerse sus propias palabras, o definitivamente, ceder el trono de poder de la geopolítica mundial a Xi Jinping, el cual sabe que su jugada, maestra o no, traería, sí o sí, consecuencias insospechadas a nivel geopolítico. 

Lo que también sería seguro es que si China inicia este proceso bélico y Estados Unidos le diera respuesta, Japón podría ser el destino de su siguiente ataque. Y no con intenciones de controlar a los nipones, convirtiéndolos en ciudadanos chinos. Para nada. Simple y llanamente porque el escozor del pueblo mandarín contra Japón, no es que dure, ya que las generaciones cambian, sino que va en aumento, con unas autoridades comunistas que siempre machacan a sus ciudadanos con el recuerdo de la masacre nipona en la costa este china, de hace ya un siglo, que sigue bien viva en las cabezas han. O dicho de otro modo: la venganza, por fin, podría llevarse a cabo. Porque eso es exactamente lo que han venido promoviendo todos los máximos mandatarios chinos, sin excepción, desde que Mao Zedong fundó la actual República Popular. 

Otro actor que tendría un papel importante sería, sin duda alguna, Rusia, la cual se vería obligada a repeler a los americanos, ya sea uniéndose a los ataques a Taiwán o incluso enviando algunos misiles al Japón. Porque si algo ha quedado claro a lo largo de la historia, es que cuando una guerra se conforma, las dos partes bien diferenciadas acaban, de una forma u otra, llenando de millones las cuentas corrientes de las empresas armamentísticas además de las funerarias. Luego están las naciones que se consideran neutrales, hasta que sus economías o habitantes se ven afectados.

Lo que debe quedar claro es que el ascenso de amenazas preguerra de la dictadura china contra Taiwán coinciden con su crisis económica que está llevando a no pocos chinos a evadir capitales dejando de invertir en su propio país al que se le augura una devaluación del yuan para así poder contrarrestar el incremento de los aranceles a sus productos que Donald Trump ya ha anunciado. Como decía Valery, según recojo de unas declaraciones del escritor y pensador español Juan Manuel de Prada, «la política moderna consiste en que la gente se preocupe por aquellas cosas de las que nada sabe y se despreocupe de aquellas cosas que verdaderamente le afectan». ¿Se entiende? O dicho de otro modo: ¿no debería el pueblo chino preocuparse por mejorar su economía? ¿O es más necesario iniciar una guerra contra Taiwán, que sería mundial, la cual traería miserias muy duraderas?

Mientras –y sólo en casos muy puntuales como el de Singapur– se defienden a algunas dictaduras contra no pocas democracias corruptas y muy alicaídas, el mundo supuestamente poderoso y demócrata (Inglaterra, Alemania, Francia, Italia, norte de Europa, Canadá…) mira para otro lado cuando una dictadura como la de Xi Jinping amenaza con hacer desaparecer de la faz de la tierra a la demócrata Taiwán. Y no será porque no nos llevan avisando con tiempo. Luego no me lloren. 

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