El Transiberiano. Atravesando las noches blancas

Joaquín Campos, Kochi City.
TRANSIBERIANO: ATRAVESANDO LAS NOCHES BLANCAS
En la vía 1 de la estación de Yaroslavsky esperaba mi tren, numerado con el dorsal 70, que iba a cubrir la distancia que separan a las ciudades de Moscú y Chita, una urbe esta última de poco más de 300.000 habitantes muy cercana a las fronteras china y mongola. En realidad, yo debía apearme en la ciudad de Irkutsk, conocida por tener dentro de su óblast al fastuoso lago Baikal, la reserva de agua natural más grande del mundo, y que cuando yo me apeé era visitada por algunos turistas chinos además de rusos y personas de las extintas repúblicas socialistas soviéticas, tales como Lituania, Kazajistán y Uzbekistán. El billete, por cierto, con cuatro noches por delante, a 157 euros en la categoría más baja. Por culpa de las restricciones, no se puede adquirir por internet desde fuera de Rusia y sólo se admite el pago in situ y en efectivo.
El acceso a la vetusta estación moscovita es el habitual –hay que traspasar un arco de seguridad y pasar las maletas por el escáner–, aunque lo novedoso fue el esfuerzo con el que el personal del tren verificaba nuestros billetes y, sobre todo, los pasaportes, donde se estudiaba a conciencia si el de la foto era yo o en realidad yo era un terrorista checheno o incluso un soldado ucraniano. Si la seguridad no pocas veces queda en entredicho, aún más ocurre en un país inmerso en un proceso bélico de apariencia interminable.
El tren, para mi sorpresa, disponía hasta de ducha en las zonas populares. Y sí, aunque el trote durante cuatro días por la estepa siberiana canse, en general el silencio con el que conviven los rusos y el orden y concierto que los empleados ejercían en los vagones, convirtió la inmensa mayoría del trayecto en una balsa de aceite. Trayecto el cual, y por ciento, superó los 5.200 kilómetros hasta llegar a Irkutsk, demostrándose que las distancias en Rusia son incomparables con el resto de países del mundo.
Cada vagón popular está compuesto por 54 camas: 27 arriba y la otra mitad abajo. Cada lugar posee un enchufe, y la calefacción interior, al contrario de, por ejemplo, los trenes tailandeses, era acorde a los intereses de la salud y el raciocinio. O sea, nada de falanges congeladas por el excesivo aire acondicionado.
Existe un coche-bar infrautilizado por la mala fama de sus precios, reconociendo que la práctica totalidad de los pasajeros nos trajimos la comida de fuera. A su vez, algunas estaciones donde se permite apearse a los viajeros casi siempre a fumar –suelen ser por espacio de una media hora en las ciudades más populosas– tienen tiendas donde se venden, generalmente, botes de fideos instantáneos, galletas mejorables y bebidas, nunca alcohólicas. En un par de ocasiones encontré a señoras tratando de vender frutas –fresas, cerezas, manzanas– de estraperlo, colocadas estratégicamente en las cercanías de los andenes pero por fuera, desde la calle, metiendo las ventas entre las rendijas de las vetustas verjas. y alcohol sí que hay, pero sólo en el coche-bar, donde a la hora de la cena sí era más habitual encontrarse a algún ruso bebiéndose unos tragos de vodka junto a una sopa de remolacha.
Para los más pudientes existen compartimentos de cuatro camas e incluso uno de dos. En general en esos espacios, técnicamente hablando, las camas tienen las mismas medidas. Pero no es lo mismo viajar con cuarenta personas a la vez que con tres más. A sumar que sus pasillos aterciopelados y vigilados para que los de las categorías más bajas no accedan te permiten pasear sin riesgo de tráfico humano.
La cosa no comenzó precisamente bien, ya que el día anterior al inicio de mi viaje dos atentados convirtieron un par de puentes en amasijos consiguiendo, además, descarrilar a un tren de carga y a uno de pasajeros, que se llevó consigo siete vidas y decenas de heridos. Esta razón, sumada al conflicto bélico con Ucrania, patentó una nueva manera de inspeccionar los trenes durante cada una de las paradas que a lo largo de mi trayecto tuvimos, superándose las cincuenta. En cada una, como decía, policías inspeccionaban los bajos de todos los vagones y los interiores, en caminatas continuas a paso ligero. Aunque mucho peor fue lo que aconteció el 4 de junio de 1989, dos días antes de la Masacre de Tiananmén, cuando dos trenes repletos de pasajeros explosionaron sin siquiera haber chocado por una fuga en un gasoducto contiguo a las vías del tren. Entre las ciudades de Asha y Ufá, relativamente cerca de la frontera con Kazajistán, se gestó el mayor varapalo para la muy querida y respetada red de ferrocarriles nacionales rusos, que ese fatídico día vieron cómo 575 personas perdieron su vida.
Desconociendo los contenidos de las cargas, durante mi viaje a través de Rusia pude comprobar, sin necesidad de llevar una cuenta matemática, que la cantidad de trenes de mercancías que se cruzaron con nosotros fueron tan incontables como los segundos, tantas veces un par de minutos, que contabilizaba hasta que se acababa su carrusel de vagones, quedándome claro que Rusia sigue funcionando, económicamente hablando, gracias en buena parte a sus inmensas posesiones, provistas aún de sobresalientes recursos naturales, y de la red de trenes que, inaugurada en 1904, permite vertebrar un país que además de europeo es profundamente asiático, terminando sus traviesas y raíles allá en Vladivostok, a 9.288 kilómetros de distancia de Moscú.
En contrapunto a los accidentes, las guerras y los desaparecidos, se gestó, a nuestro paso, uno de los mayores milagros que mi visión ha recreado a lo largo de mi vida sin necesidad de apoyarme en la magnífica pócima descubierta sin quererlo por Albert Hofmann allá por 1943 mientras volvía a casa desde su trabajo pedaleando sobre una bicicleta. Porque durante todas las noches en donde atravesábamos Siberia, y cuando los expertos dicen que este fenómeno suele aparecer sólo durante los últimos días de junio coincidiendo con el solsticio de verano, pude asistir desde la ventana de mi vagón popular a un milagro de comprensión difusa, sobre todo, por no poderlo certificar con el resto de viajeros –en Rusia nadie habla ingles, y mucho menos, dentro de los trenes– y que al no tener acceso a internet, donde hoy todo se consulta, me demostró que la imaginación, al menos en el caso que les estoy contando, supera al conocimiento. Porque las noches blancas son ya parte de mi entrecejo vital.
Serían las dos y media de la madrugada, a veces un poco antes, cuando la luz comenzaba a esparcirse, como si la noche fuera inmensamente corta y las persianas tuvieran que estar echadas tras inviernos en la misma zona donde acceder a tres horas de luz diarias es ya todo un milagro; y que no te pille ese día nublado: lo habitual. Ese sol de medianoche, desconocido para mí hasta ese instante, envolvía el cielo de colores rojizos, de luz tenue y de nueva verdad. Porque todo lo que ofrece el cielo no deja de ser lo contrario a lo que el ser humano suele gastar a lo largo de su larga vida, tantas veces mediocre, desaprovechada. Luego, una neblina de juguete sin ambages, que recorría todos los verdes pastos y bosques, de no más de un metro de alto, como algodón de feriante que te da el cambio mal a sabiendas, la cual parecía que podías tocar desde el tren, envolvente como una manta en Soria a las tres de la madrugada, me hipnotizó por los restos tanto, que cada vez que nos alejábamos más del círculo polar ártico y nos acercábamos a mi idolatrada Mongolia sentía dolor menstrual mental. Porque cada noche a partir de aquella me quedaba buena parte de la misma despierto observando tamaña locura visual. No sé si algún día volveré a Rusia y si lo haré atravesando sus incontables posesiones a lomos de sus trenes nacionales, pero puedo asegurar que si esto llegará a ocurrir lo haría, a poder ser, durante las noches de junio: aquellas que me hicieron aceptar que si la guerra se produjera, en realidad, en la Siberia profunda, disparar sería mucho menos ocurrente dadas las circunstancias visuales. LSD en vena, repito
The post El Transiberiano. Atravesando las noches blancas first appeared on Hércules.  En la vía 1 de la estación de Yaroslavsky esperaba mi tren, numerado con el dorsal 70, que iba a cubrir la distancia que separan a las ciudades de Moscú y Chita, una urbe esta última de poco más de 300.000 habitantes muy cercana a las fronteras china y mongola. En realidad, yo debía apearme en la ciudad de Irkutsk, conocida por tener dentro de su óblast al fastuoso lago Baikal, la reserva de agua natural más grande del mundo, y que cuando yo me apeé era visitada por algunos turistas chinos además de rusos y personas de las extintas repúblicas socialistas soviéticas, tales como Lituania, Kazajistán y Uzbekistán. El billete, por cierto, con cuatro noches por delante, a 157 euros en la categoría más baja. Por culpa de las restricciones, no se puede adquirir por internet desde fuera de Rusia y sólo se admite el pago in situ y en efectivo. 

El acceso a la vetusta estación moscovita es el habitual –hay que traspasar un arco de seguridad y pasar las maletas por el escáner–, aunque lo novedoso fue el esfuerzo con el que el personal del tren verificaba nuestros billetes y, sobre todo, los pasaportes, donde se estudiaba a conciencia si el de la foto era yo o en realidad yo era un terrorista checheno o incluso un soldado ucraniano. Si la seguridad no pocas veces queda en entredicho, aún más ocurre en un país inmerso en un proceso bélico de apariencia interminable. 

El tren, para mi sorpresa, disponía hasta de ducha en las zonas populares. Y sí, aunque el trote durante cuatro días por la estepa siberiana canse, en general el silencio con el que conviven los rusos y el orden y concierto que los empleados ejercían en los vagones, convirtió la inmensa mayoría del trayecto en una balsa de aceite. Trayecto el cual, y por ciento, superó los 5.200 kilómetros hasta llegar a Irkutsk, demostrándose que las distancias en Rusia son incomparables con el resto de países del mundo. 

Cada vagón popular está compuesto por 54 camas: 27 arriba y la otra mitad abajo. Cada lugar posee un enchufe, y la calefacción interior, al contrario de, por ejemplo, los trenes tailandeses, era acorde a los intereses de la salud y el raciocinio. O sea, nada de falanges congeladas por el excesivo aire acondicionado. 

Existe un coche-bar infrautilizado por la mala fama de sus precios, reconociendo que la práctica totalidad de los pasajeros nos trajimos la comida de fuera. A su vez, algunas estaciones donde se permite apearse a los viajeros casi siempre a fumar –suelen ser por espacio de una media hora en las ciudades más populosas– tienen tiendas donde se venden, generalmente, botes de fideos instantáneos, galletas mejorables y bebidas, nunca alcohólicas. En un par de ocasiones encontré a señoras tratando de vender frutas –fresas, cerezas, manzanas– de estraperlo, colocadas estratégicamente en las cercanías de los andenes pero por fuera, desde la calle, metiendo las ventas entre las rendijas de las vetustas verjas. y alcohol sí que hay, pero sólo en el coche-bar, donde a la hora de la cena sí era más habitual encontrarse a algún ruso bebiéndose unos tragos de vodka junto a una sopa de remolacha. 

Para los más pudientes existen compartimentos de cuatro camas e incluso uno de dos. En general en esos espacios, técnicamente hablando, las camas tienen las mismas medidas. Pero no es lo mismo viajar con cuarenta personas a la vez que con tres más. A sumar que sus pasillos aterciopelados y vigilados para que los de las categorías más bajas no accedan te permiten pasear sin riesgo de tráfico humano. 

La cosa no comenzó precisamente bien, ya que el día anterior al inicio de mi viaje dos atentados convirtieron un par de puentes en amasijos consiguiendo, además, descarrilar a un tren de carga y a uno de pasajeros, que se llevó consigo siete vidas y decenas de heridos. Esta razón, sumada al conflicto bélico con Ucrania, patentó una nueva manera de inspeccionar los trenes durante cada una de las paradas que a lo largo de mi trayecto tuvimos, superándose las cincuenta. En cada una, como decía, policías inspeccionaban los bajos de todos los vagones y los interiores, en caminatas continuas a paso ligero. Aunque mucho peor fue lo que aconteció el 4 de junio de 1989, dos días antes de la Masacre de Tiananmén, cuando dos trenes repletos de pasajeros explosionaron sin siquiera haber chocado por una fuga en un gasoducto contiguo a las vías del tren. Entre las ciudades de Asha y Ufá, relativamente cerca de la frontera con Kazajistán, se gestó el mayor varapalo para la muy querida y respetada red de ferrocarriles nacionales rusos, que ese fatídico día vieron cómo 575 personas perdieron su vida. 

Desconociendo los contenidos de las cargas, durante mi viaje a través de Rusia pude comprobar, sin necesidad de llevar una cuenta matemática, que la cantidad de trenes de mercancías que se cruzaron con nosotros fueron tan incontables como los segundos, tantas veces un par de minutos, que contabilizaba hasta que se acababa su carrusel de vagones, quedándome claro que Rusia sigue funcionando, económicamente hablando, gracias en buena parte a sus inmensas posesiones, provistas aún de sobresalientes recursos naturales, y de la red de trenes que, inaugurada en 1904, permite vertebrar un país que además de europeo es profundamente asiático, terminando sus traviesas y raíles allá en Vladivostok, a 9.288 kilómetros de distancia de Moscú. 

En contrapunto a los accidentes, las guerras y los desaparecidos, se gestó, a nuestro paso, uno de los mayores milagros que mi visión ha recreado a lo largo de mi vida sin necesidad de apoyarme en la magnífica pócima descubierta sin quererlo por Albert Hofmann allá por 1943 mientras volvía a casa desde su trabajo pedaleando sobre una bicicleta. Porque durante todas las noches en donde atravesábamos Siberia, y cuando los expertos dicen que este fenómeno suele aparecer sólo durante los últimos días de junio coincidiendo con el solsticio de verano, pude asistir desde la ventana de mi vagón popular a un milagro de comprensión difusa, sobre todo, por no poderlo certificar con el resto de viajeros –en Rusia nadie habla ingles, y mucho menos, dentro de los trenes– y que al no tener acceso a internet, donde hoy todo se consulta, me demostró que la imaginación, al menos en el caso que les estoy contando, supera al conocimiento. Porque las noches blancas son ya parte de mi entrecejo vital. 

Serían las dos y media de la madrugada, a veces un poco antes, cuando la luz comenzaba a esparcirse, como si la noche fuera inmensamente corta y las persianas tuvieran que estar echadas tras inviernos en la misma zona donde acceder a tres horas de luz diarias es ya todo un milagro; y que no te pille ese día nublado: lo habitual. Ese sol de medianoche, desconocido para mí hasta ese instante, envolvía el cielo de colores rojizos, de luz tenue y de nueva verdad. Porque todo lo que ofrece el cielo no deja de ser lo contrario a lo que el ser humano suele gastar a lo largo de su larga vida, tantas veces mediocre, desaprovechada. Luego, una neblina de juguete sin ambages, que recorría todos los verdes pastos y bosques, de no más de un metro de alto, como algodón de feriante que te da el cambio mal a sabiendas, la cual parecía que podías tocar desde el tren, envolvente como una manta en Soria a las tres de la madrugada, me hipnotizó por los restos tanto, que cada vez que nos alejábamos más del círculo polar ártico y nos acercábamos a mi idolatrada Mongolia sentía dolor menstrual mental. Porque cada noche a partir de aquella me quedaba buena parte de la misma despierto observando tamaña locura visual. No sé si algún día volveré a Rusia y si lo haré atravesando sus incontables posesiones a lomos de sus trenes nacionales, pero puedo asegurar que si esto llegará a ocurrir lo haría, a poder ser, durante las noches de junio: aquellas que me hicieron aceptar que si la guerra se produjera, en realidad, en la Siberia profunda, disparar sería mucho menos ocurrente dadas las circunstancias visuales. LSD en vena, repito. 

The post El Transiberiano. Atravesando las noches blancas first appeared on Hércules.

 

​De los Javis a Álex Pina: los showrunners que han cambiado la televisión en España 

 El gran paso adelante que ha dado la ficción española en la última década no hubiera sido posible sin una serie de ‘showrunners’ de distintas generaciones e influencias que tienen en común haberse ganado el derecho a una libertad creativa que hace poco no se concedía en nuestro país. 

​El gran paso adelante que ha dado la ficción española en la última década no hubiera sido posible sin una serie de ‘showrunners’ de distintas generaciones e influencias que tienen en común haberse ganado el derecho a una libertad creativa que hace poco no se concedía en nuestro país. 

​Historias para no dormir: así se forjó la ficción que el pueblo necesitaba 

 La serie de misterio, terror y fantasía de Narciso Ibáñez Serrador, capturó los miedos de tres generaciones de españoles, en las décadas de los sesenta, de los ochenta y en el siglo XXI. Con el paso de los años cambian las formas, pero las ansiedades son las mismas: nadie quiere sentirse solo. 

​La serie de misterio, terror y fantasía de Narciso Ibáñez Serrador, capturó los miedos de tres generaciones de españoles, en las décadas de los sesenta, de los ochenta y en el siglo XXI. Con el paso de los años cambian las formas, pero las ansiedades son las mismas: nadie quiere sentirse solo. 

​Las 25 series españolas más influyentes del siglo XXI 

 En los últimos 25 años —especialmente en la última década— las producciones televisivas españolas han aumentado exponencialmente su calidad y proyección internacional: escogemos las 25 que han abanderado la nueva era. 

​En los últimos 25 años —especialmente en la última década— las producciones televisivas españolas han aumentado exponencialmente su calidad y proyección internacional: escogemos las 25 que han abanderado la nueva era. 

​Series españolas vs. series estadounidenses: la feroz batalla por las audiencias en los años 90 

 Actualmente la oferta de producciones televisivas está cada vez más globalizada debido al auge de las plataformas de ‘streaming’, pero hubo una época, especialmente en la década de los noventa, en la que las estadounidenses y las de producción patria competían de tú a tú por la audiencia. Analizamos las claves de una batalla que se disputó en nuestra parrilla. 

​Actualmente la oferta de producciones televisivas está cada vez más globalizada debido al auge de las plataformas de ‘streaming’, pero hubo una época, especialmente en la década de los noventa, en la que las estadounidenses y las de producción patria competían de tú a tú por la audiencia. Analizamos las claves de una batalla que se disputó en nuestra parrilla. 

​Las series españolas más esperadas de 2025: de Superestar a El refugio atómico 

 Desde la recreación del 23F con Álvaro Morte encarnando a Adolfo Suárez hasta la intrahistoria del fenómeno friqui de Tamara y su ‘No cambié’, cortesía de Nacho Vigalondo y los Javis: quedan muchas nuevas series por disfrutar de aquí al final de este año. 

​Desde la recreación del 23F con Álvaro Morte encarnando a Adolfo Suárez hasta la intrahistoria del fenómeno friqui de Tamara y su ‘No cambié’, cortesía de Nacho Vigalondo y los Javis: quedan muchas nuevas series por disfrutar de aquí al final de este año. 

¿Qué es la hustle culture? La tendencia que prioriza el trabajo intenso

¿Eres de las personas que suelen llevarse trabajo a casa, responder llamadas fuera del horario laboral o darle prioridad a su carrera por encima de su vida personal? La hustle culture es una filosofía que glorifica la productividad en el trabajo, como si nuestro valor personal dependiera solo del rendimiento profesional. También conocida como «cultura
The post ¿Qué es la hustle culture? La tendencia que prioriza el trabajo intenso appeared first on Mejor con Salud.  ¿Eres de las personas que suelen llevarse trabajo a casa, responder llamadas fuera del horario laboral o darle prioridad a su carrera por encima de su vida personal? La hustle culture es una filosofía que glorifica la productividad en el trabajo, como si nuestro valor personal dependiera solo del rendimiento profesional.

También conocida como «cultura del ajetreo», este término popularizado en las redes sociales promueve la idea de que siempre debemos estar ocupados, trabajando o siendo productivos. Y aunque está perfecto ser responsable con nuestras obligaciones laborales y querer crecer profesionalmente, vinimos al mundo a hacer cosas más grandes que sólo trabajar.

Señales de que estás atrapado en la hustle culture

El Urban Dictionary define la hustle culture como: «la glorificación de trabajar muchas horas con la esperanza de alcanzar los objetivos profesionales propios mientras se desprecia la salud y las relaciones con los seres queridos». Y en un entorno laboral incierto, es fácil creer que trabajar de más garantiza el éxito. Pero cuando todo gira en torno al trabajo, aparecen señales de alerta:

1. Sientes culpa al descansar

La hustle culture favorece los comportamientos típicos de la adicción al trabajo, disfrazándolos de superación personal que promueve el éxito financiero por encima de otras esferas de la vida. Si eres de los que se sienten mal al darse un día de descanso o dedicar una tarde a pintar o leer un libro porque podrías estar aprovechando mejor el tiempo, es probable que hayas normalizado la sobrecarga laboral.

No obstante, darte un merecido respiro de todas tus obligaciones laborales es necesario para cuidar de tu salud. Acorde con los expertos, dedicar parte de tu tiempo libre a actividades de ocio agradable puede mejorar el bienestar psicológico y físico, incluyendo una presión arterial más baja y menores niveles de cortisol.

2. Trabajas fuera del horario laboral

Si eres de los que se lleva las preocupaciones de la oficina a la intimidad de su casa y es capaz de sacrificar noches en vela, fines de semana y hasta las vacaciones por su trabajo, es momento de que te replantees tus prioridades y comiences a disfrutar más de las cosas simples de la vida.

Un estudio publicado en la revista académica East Asian Review analizó la hustle culture entre jóvenes trabajadores de Corea del Sur, un país donde se estima que el 39,7 % de sus empleados son adictos al trabajo. La investigación encontró que, a pesar de que esta mentalidad puede impulsar el progreso de las empresas, lo hace a costa de la salud mental de sus empleados, generando estrés, ansiedad y síndrome de burnout.

        <div class="read-too">
            <strong>Sigue leyendo: </strong>:
                <a href="https://mejorconsalud.as.com/burnout-sandra-bullock/" target="_self" title="¿Qué es el burnout? El síndrome que padece Sandra Bullock">¿Qué es el burnout? El síndrome que padece Sandra Bullock</a>

        </div>

3. Mides tu valor personal según tus logros profesionales

Cuando toda tu vida gira en torno a tu trabajo y cada éxito se convierte en una validación personal, es momento de comenzar a cultivar otras facetas en tu vida. Está bien intentar hacer las cosas lo mejor posible, pero si no consigues el ascenso que querías o tu emprendimiento no crece al ritmo que esperabas, no es motivo para sentirte menos valioso.

Tu trabajo es solo una parte pequeña de tu vida, no toda tu identidad personal. Así que procura cuidar tu esfera laboral, pero no descuides todas las demás.

4. No logras desconectarte del trabajo

Tu mundo laboral y personal no deberían estar inmersos el uno dentro del otro. Si cuando estás en casa, con tus amigos o durante tus vacaciones no dejas de pensar en el trabajo, en los pendientes, en los correos sin responder o en las tareas del día siguiente, esta obsesión laboral puede impedir que descanses y sufras de agotamiento emocional.

5. Tienes dificultades para relajarte

Los líderes de la hustle culture suelen hacerle creer a las personas que están desperdiciando su tiempo si no lo utilizan para producir más, rendir más o ganar más. Si eres de los que piensa eso y te cuesta brindarte tiempo de calidad para hacer algo que te llene, como leer, pintar, tocar un instrumento o viajar, eres una víctima más de esta mentalidad.

¿La hustle culture es siempre mala?

Que te apasione tu trabajo y tenga un papel protagónico en tu vida no es malo en sí mismo. Trabajar con intensidad puede ser muy útil en ciertos momentos para alcanzar objetivos, pero todo en la vida se trata de encontrar un balance en nuestra rutina.

Cuando sólo vivimos para trabajar, haciendo horas extra y dándole prioridad a nuestras responsabilidades laborales, es común experimentar estrés crónico, ansiedad e insomnio. Esa mentalidad de ser siempre productivos y nunca tener tiempo para practicar hobbies, hacer lo que nos gusta o viajar a algún lugar solo genera una culpa constante por disfrutar de la vida.

Acorde con algunas investigaciones, en sociedades como la indonesia, la hustle culture es vista como una tendencia positiva en los jóvenes que promueve la adicción al trabajo y el compromiso con las empresas para alcanzar el éxito financiero.

Sin embargo, según lo señalan investigaciones, la cultura del esfuerzo laboral disminuye las interacciones sociales, deteriora el bienestar general y promueve la productividad tóxica. Además, es una forma de pensar que muchos empleadores utilizan para explotar a sus empleados y cargarlos con trabajo de más.

Como respuesta a la hustle culture, muchas personas optan por el quiet quitting o «renuncia silenciosa», una mentalidad que rechaza la idea de ir más allá de lo que estipula el contrato y que promueve cumplir solo con las responsabilidades necesarias. De esta manera, los empleados pueden proteger su salud mental sin comprometer su vida personal por el trabajo.

        <div class="read-too">
            <strong>Podría interesarte:</strong>:
                <a href="https://mejorconsalud.as.com/renuncia-silenciosa-que-es-senales/" target="_self" title="«Quiet quitting» o renuncia silenciosa: qué es y cuáles son sus señales">«Quiet quitting» o renuncia silenciosa: qué es y cuáles son sus señales</a>

        </div>

¿Cómo salir de círculo de la hustle culture?

Si eres consciente que la adicción al trabajo se está llevando los mejores años de tu vida y el cariño de tus seres queridos, no esperes más tiempo para hacer todas esas cosas que el dinero no puede comprar. Recuperar el equilibrio no significa renunciar a tu esfuerzo laboral, es aprender a poner límites sanos y darte la oportunidad de descansar sin culpas.

  • Reconoce que debes hacer una pausa: el primer paso para que el productivismo tóxico no se apropie de tu vida es reconocer que se está saliendo de tus manos y que no debes cargarte con responsabilidades que no te corresponden.
  • Valora tus tiempos de descanso: luego de un largo día de trabajo o de una semana intensa, no sientas remordimiento de no hacer nada productivo. Cambia la mentalidad y resignifica tus descansos como recompensas por tu esfuerzo.
  • Pon limites sanos: en ocasiones puede ser necesario responder una llamada en casa o dar más de nosotros para sacar algo adelante, pero también aprende a decir «no», establece horarios claros de trabajo y procura desconectarte al terminar tu jornada.
  • Mejora tu amor propio: no permitas que tu autoestima dependa de tu éxito laboral. Lo que nos hace especiales no es nuestro trabajo ni cuantos logros acumulamos. Mejor cultiva una identidad más amplia en donde valores tus relaciones y pasatiempos.
  • Reconéctate contigo mismo: antes de volverte un obsesivo con tu trabajo actual, ¿qué era lo que más disfrutabas hacer? Disfruta de las pequeñas y placenteras cosas, como leer en un parque, pasear a tu mascota o salir a tomar un café con tus amigos.

No dejes que la hustle culture se robe el brillo de tu vida

El trabajo puede ser una fuente de felicidad, satisfacción y crecimiento personal, pero no debería ser lo más importante en tu vida. Cuando solo vivimos para producir y ganar dinero, nuestro bienestar general se va marchitando y dejamos de priorizar las cosas que llenan el corazón. Nunca olvides que debemos trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

The post ¿Qué es la hustle culture? La tendencia que prioriza el trabajo intenso appeared first on Mejor con Salud.

 

¿Qué es el hilo blanco en la yema del huevo, se puede comer?

Ese hilito blanco que en ocasiones ves en la yema de huevo se llama chalaza. Contrario a lo que algunos piensan, no es un defecto, ni un «nervio raro». En realidad, su presencia sirve como indicador de la frescura del huevo, ya que con el tiempo se hace menos visible. Sin embargo, en torno a
The post ¿Qué es el hilo blanco en la yema del huevo, se puede comer? appeared first on Mejor con Salud.  Ese hilito blanco que en ocasiones ves en la yema de huevo se llama chalaza. Contrario a lo que algunos piensan, no es un defecto, ni un «nervio raro». En realidad, su presencia sirve como indicador de la frescura del huevo, ya que con el tiempo se hace menos visible.

Sin embargo, en torno a este hay algunos mitos: que es un huevo fertilizado, que son residuos de algo contaminado o hasta esperma de pollo. Muchos, incluso, deciden no comérselo al notar esta irregularidad por temor a que esté en mal estado o a que cause daños en la salud.

Pues bien, hoy queremos ayudarte a aclarar estas creencias. A continuación, te explicamos en detalle de qué se compone, por qué aparece, qué función cumple y cómo determinar si el huevo es apto para el consumo. 

Chalaza: la sustancia viscosa blanca en la yema de huevo

Acabas de romper un huevo y notas un filamento blanco flotando cerca de la yema. Debido a su singular aspecto, puede que te preguntes: «¿Esto se come?», «¿Será que el huevo está malo?». La respuesta rápida es sí, se puede comer, y para nada es señal de descomposición.

Se trata de una estructura natural del huevo, llamada chalaza, compuesta principalmente de una proteína fibrosa conocida como mucina, que forma parte de las claras. Su textura es densa y enrollada, lo que le da ese característico aspecto de cordón retorcido. Esto le permite cumplir con su función de sostén, pues se encarga de mantener la yema en el centro del huevo.

De hecho, cada huevo suele tener dos chalazas, una a cada lado de la yema, aunque no siempre son tan visibles. Su presencia es normal y, lejos de ser dañina, indican que el huevo está fresco. Además, estas permiten proteger el interior del alimento contra golpes o movimientos bruscos.

¿Y se puede comer? ¡Por supuesto! Es comestible e inofensiva, ya que está formada por proteína pura. No tiene sabor, no altera la textura del huevo y mucho menos representa un riesgo para la salud. Tan solo es una parte natural de este alimento, tan segura y nutritiva como las claras.

Ahora bien, la ausencia de chalaza tampoco sugiere que los huevos estén pasados. Aunque es cierto que su presencia indica que la recolección fue reciente, a veces simplemente no es visible o se vuelve menos notoria con el paso de los días. Aun así, el alimento sigue siendo apto para el consumo.

        <div class="read-too">
            <strong>No dejes de leer</strong>:
                <a href="https://mejorconsalud.as.com/mitos-consumo-huevo/" target="_self" title="Mitos y realidades sobre el consumo de huevo">Mitos y realidades sobre el consumo de huevo</a>

        </div>

¿Y qué pasa con las manchitas rojas en el huevo?

Otra característica que te puede generar inquietud al preparar huevo es la presencia de pequeñas manchas rojas o marrones. Estas, aunque no son agradables a la vista, son puntos de sangre o restos de vasos sanguíneos que se rompen de forma natural durante la formación del huevo en la gallina. No son peligrosas ni nada fuera de lo común. Puedes comerlas o, si prefieres, las puedes retirar con la punta de un cuchillo.

¿Cuándo deberías desechar los huevos?

Ahora que sabes que la presencia de ese hilo blanco en la yema de huevo no es motivo para desecharlo, es momento de que aprendas a reconocer aquellas señales que sí indican que el alimento representa un riesgo potencial para tu salud o está dañado. Con esto evitarás pasar malos ratos en la cocina y, de paso, darás prioridad a tu bienestar.

  • La señal más evidente de descomposición del huevo es un olor muy fuerte o podrido. Si al romper la cáscara percibes esto, no dudes en tirarlo.
  • También evita su consumo si notas que la yema está deshecha o si la clara es turbia o muy líquida. Ten en cuenta que los huevos frescos tienen una yema redonda y firme, bien sostenida por la clara.
  • La clara debe ser transparente y espesa. Si está turbia, muy líquida o presenta espuma o grumos, es mejor no consumirlo. Lo mismo si presenta manchas verdosas, rosadas o negras. Estas últimas suelen aparecer debido a contaminación por hongos o bacterias.
  • Si notas que la cáscara del huevo está rota, agrietada o su superficie es viscosa, mejor no te arriesgues. A veces, las grietas se vuelven una vía de ingresos para microorganismos que causan intoxicaciones alimentarias.
        <div class="read-too">
            <strong>Lee también</strong>:
                <a href="https://mejorconsalud.as.com/malo-consumir-huevos-crudos/" target="_self" title="¿Es malo consumir huevos crudos?">¿Es malo consumir huevos crudos?</a>

        </div>

Consume tus huevos con total confianza

Un truco muy popular para saber si un huevo está fresco o no consiste en introducir el huevo en un vaso con agua. Si se hunde y se mantiene acostado, está fresco. Si flota, quiere decir que ha perdido frescura. En muchos casos, puede que ya esté cercano a dañarse o que ya no esté en condiciones para ser consumido.

Salvo que presenten señales evidentes de descomposición —como mal olor, manchas extrañas o una textura líquida—, no hay motivos para dejar de disfrutar los huevos en tus preparaciones favoritas. Si notas ese pequeño filamento o «tela» blanca, ya sabes que no es algo perjudicial: es la chalaza, y hace parte de la anatomía natural de este alimento. Es segura de comer, se compone de proteína y solo indica frescura.

Imagen de portada cortesía de El Español

The post ¿Qué es el hilo blanco en la yema del huevo, se puede comer? appeared first on Mejor con Salud.