Patio de recreo

Ningún ensayo ha sabido contarnos, hasta la fecha, el nacimiento y el desarrollo de las IAs con la paciencia y la profundidad de Powers, cuya prosa nunca decae en esa vocación épica por captarlo todo sin perder un ápice de talento narrativo o de rigor científico
The post Patio de recreo first appeared on Hércules.  Este artículo no ha sido escrito con ayuda de una Inteligencia Artificial. Seguimos el modelo tradicional de escritura, al menos por el momento. Podría realizarse fácilmente, escribir con Ghat GPT4, seguro que otros ya lo están haciendo. Justo en este preciso instante. Ya. Al fin y al cabo, es a lo que nos dedicamos todos estos días, ¿no? A jugar con ese gran Otro que el ser humano ha descubierto, no se sabe bien si para emplearlo o para adorarlo. Nos divertimos en nuestro nuevo patio de recreo, el de toda la humanidad, aunque quizás habría que pensar que más bien son ellas, las IAs, quienes están jugando con nosotros como un gato se distrae con un ratón moribundo.

Esto es lo que cabría pensar, al menos después de leer la última novela de Richard Powers, Patio de Recreo (Playground, 2024), que una vez más presenta una estructura deudora de El Atlas de las Nubes (2004), una novela del autor británico David Mitchell, que explicó así la peculiar concepción de su narración: «No me quería repetir, eso no es bueno para un escritor. Quería ser omnívoro: en mi forma de vivir, de leer, de escribir. Quería hacer una secuencia de narraciones interrumpidas que nunca serían continuadas. Quería lo mejor de mis historias, así que me pregunté: ¿qué pasaría si interrumpiera las narraciones seis veces y después las retomara? Sentía curiosidad por ver cómo funcionaría eso».

Ya en El clamor de los bosques (The Overstory, 2019), con la que Richard Powers ganó el Premio Pulitzer manteniendo un esquema deudor del de Mitchell, pero adaptado a una temática más adecuada para dicha forma, se iniciaba una nueva estructura narrativa en la obra del norteamericano, en este caso adaptada a la conservación de los bosques y sus infinitas variedades de árboles. Junto a las obras de Mitchell y Powers, encontramos otros libros consagrados de lleno al mismo esquema ficcional, como Dioses sin hombres (Gods Without Men, 2011), de Hari Kunzru, o a la reciente Ciudad de las nubes (Cloud Cuckoo Land, 2021) de Anthony Doerr. Hasta llegar a la citada Patio de Recreo, donde la escritura de Powers, tan propia e incomparable, tiene el mismo efecto expansivo, en la mente del lector, que el de una piedra arrojada al agua.

Powers tiene una formación científica y una vocación musical que, en principio, lo acercan más a la forma aséptica del ensayo que a los intrincados vericuetos en los que se introduce una novela; y, sin embargo, es uno de los más grandes novelistas de nuestro tiempo, un verdadero pensador que ha tomado la novela, sobre todo cierta novelística que replica ese particular organigrama en el que podemos encuadrar a Mitchell, Kunzru y Doerr, para asimilar los enormes cambios tecnocientíficos que por culpa de la época nos han tocado en suerte. En ese sentido, ninguna obra como Playground se demuestra hermanada a su gran predecesora, The Overstory, ya que ambas componen una suerte de díptico donde los árboles, como los océanos, se demuestran metáforas perfectas para reflexionar sobre la evolución.

Si en El clamor de los bosques podíamos hablar de una trama arborescente, en Patio de recreo debemos referirnos a una narración inmensa, oceánica, que pretende esbozar, ya desde sus primeras páginas, una cosmogonía gnóstica, para a partir de ahí esbozar todo un poema épico, popular, consagrado al complejo momento histórico que nos ha tocado en suerte. Se hace preciso, entonces, volver al comienzo de la narración occidental, al patriarca de los narradores, Homero, para encontrar en el primer canto de su Odisea un término que nos servirá para entender mejor la vocación de esta última novela de Powers: «Polytropos», que en su literalidad vendría a decir «Muchas vueltas o círculos».

Como las esferas concéntricas de un tronco que nos señalan la edad de un árbol, El clamor de los bosques desarrollaba sus tramas en un eterno leitmotiv musical que nos recuerda a la obra de Johann Sebastian Bach; y, de la misma forma, la trama de Patio de recreo se ondula en arcos que se pretenden infinitos, esparciéndose, un esquema que avanza y retrocede al paso de los vaivenes de las olas, y se desplaza horizontalmente para sumergirse de vez en cuando y después volver a tomar aire en la superficie. Es, como dice el autor en el libro, puro juego: «En un juego, en un buen poema o relato, la muerte es la madre de la belleza». Puro pensamiento narrativo.

¿Qué sentido tiene el juego en una civilización? Es la invocación de la belleza, el rito que pretende establecer un contacto trascendente con lo sagrado: «Se hace patente, sobre la base de todo un sistema de ritual sagrado, la necesidad humana de vivir en la belleza. La forma en la que encuentra su satisfacción es la de un juego» (Johan Huizinga, Homo Ludens, 1938). Añade Powers en un momento de Patio de Recreo: «El juego era la manera con que la evolución construía cerebros, y estaba claro que cualquier criatura con un cerebro tan desarrollado como la manta gigante oceánica lo utilizaría. Si quieres que algo sea más inteligente, enséñale a jugar».

Lo que me permite regresar a la pregunta de inicio en este texto: ¿Somos nosotros los que jugamos con las Inteligencias Artificiales o son más bien ellas quienes se divierten jugando con nosotros? La respuesta, queridos amigos, está flotando en el aire: es la tan manida «singularidad». ¿Quién está en la cima de la evolución? Para responder a estas y otras preguntas, Powers cuenta varias historias entrecruzadas, la de Rafi Young y Todd Keane dos jóvenes universitarios interesados en la posibilidad de resucitar a los muertos, la de Evie Beaulieu, una submarinista que consagra su vida a conocer la vida debajo del océano y por último la de Ina Aroita, nacida en las bases navales del Pacífico, para terminar de hacerlos coincidir a todos en Makatea, una localidad de la Polinesia francófona que nosotros podríamos rebautizar como «la isla de los muertos» (Die Toteninsel), citando a Arnold Böcklin.

Powers, narrador con vocación de ensayista o hasta de filósofo, no deja de plantearse las grandes cuestiones de la historia de la humanidad: sobre el amor y el dolor, sobre el éxito y la pérdida, invocando un importante aparato de citas donde destacan autores como Isaac Asimov o Arthur C. Clarke, pero sobre todo deslumbra con su propia luz el misterioso Nikolái Fiódorovich Fiódorov, padre del «cosmismo ruso», universalmente conocido por ser el autor más influyente (y profundo) de lo que hoy hemos dado en llamar «transhumanismo», cuyo grado máximo de desarrollo es el intento utópico de este sacerdote ruso que influyó de forma decisiva en Pierre Teilhard de Chardin, Julian Huxley o Raymond Kurzweil por «resucitar a los muertos».

Y ese es el contenido más puramente esotérico de Patio de recreo, una de las mejores novelas de los últimos años, a ratos utópica, a ratos cientificista, a ratos puramente teosófica, escrita en segunda persona, como la carta de amor de un humano moribundo a una Inteligencia Artificial extraordinariamente avanzada, recién alumbrada, que camina hacia el objetivo final de la evolución tal y como lo concebía Fiódorov. Escribe Powers: «La Era de los Humanos llegaba a su fin. Ya había pasado el primer año de la Era de las Máquinas Profundas. Había llegado un nuevo tipo de vida para ocupar nuestros puestos de trabajo, gestionar nuestras industrias, hacer nuestros descubrimientos, ser nuestros amigos y arreglar nuestras sociedades como ella considerara más oportuno. Y esa era comenzó en un suspiro tras una brevísima infancia».

Ningún ensayo ha sabido contarnos, hasta la fecha, el nacimiento y el desarrollo de las IAs con la paciencia y la profundidad de Powers, cuya prosa nunca decae en esa vocación épica por captarlo todo sin perder un ápice de talento narrativo o de rigor científico. En sus propias palabras, Powers escribe «en el umbral de la resurrección de todos los muertos», instalado en este «mundo feliz» tan insoportable de vivir donde la humanidad ha quedado obsoleta por el desarrollo de su sucesor natural: «Tenía la oportunidad de predecir el flujo de los acontecimientos colectivos mediante la suma estadística de sus pequeñas partes, es decir, de los usuarios finales individuales. Algo más grande que nosotros, los humanos, jugaba ahora en el Patio de Recreo».

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