El candidato de derecha radical Sławomir Mentzen moviliza a la juventud rural polaca con promesas libertarias, un discurso suavizado y referencias a Trump y Musk. Sin embargo, las encuestas apuntan a un pulso final entre los populistas del PiS y los proeuropeos liderados por Tusk
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El dron asciende bordeando el campanario y se detiene en el aire, capturando desde lo alto la plaza principal. En la pantalla, el operador ajusta el encuadre: aparece un escenario recién instalado y decenas de niños ondeando banderas de Polonia. La mayoría no llega a los 10 años, algunos empujan patinetas, otros bicicletas. Todos están allí para escuchar a Sławomir Mentzen, aspirante ultraconservador a la presidencia polaca, en un acto celebrado el 7 de mayo en Bytow, una localidad rural de la región de Pomerania Oriental, a unas dos horas de Gdansk. En estas zonas apartadas, Mentzen ha consolidado su presencia gracias a una maratón de encuentros: hasta cuatro por día. A sus 38 años, ha captado la atención juvenil con su imagen de emprendedor al estilo estadounidense, entre el liberalismo extremo y un conservadurismo inflexible.
Abogado de formación, con participaciones en una cervecería artesanal y una tienda de armas, lanza diatribas desde la tarima contra las instituciones, las leyes ambientales y los tecnócratas. Su discurso, otrora incendiario, ha sido moderado: ya no repite los provocadores “cinco no” de su manifiesto de 2019 (“No queremos judíos, ni gays, ni abortos, ni impuestos, ni la UE”). Aún así, su entorno está marcado por gestos polémicos: en diciembre, un correligionario apagó una menorá en el Parlamento usando un extintor. “Lo expulsamos”, alega un diputado, quien insiste en que el movimiento ha cambiado de fase. Ahora, la retórica gira en torno al rechazo a las ayudas a Ucrania y a la promoción de las criptomonedas como bandera de campaña.
“Convertiremos a Polonia en un refugio para las criptos”, afirma Mentzen con voz plana, marcada por el síndrome de Asperger. Para sus seguidores, ese tono no es una debilidad, sino prueba de genialidad, una conexión directa con figuras como Elon Musk. “La UE era una buena idea, pero hoy solo impone su ley. Preferimos a EE. UU.”, dice Maciej Trzebiatowski, de 20 años, a punto de mudarse para trabajar en la planta de Volkswagen en Wolfsburg. En chándal celeste y con una bebida energética fluorescente en la mano, se deja llevar por los temas clásicos del rock americano que suenan en la plaza: Dire Straits, Guns N’ Roses. La figura de Trump goza de popularidad transversal en Polonia, más allá de las edades.
Con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina (18 de mayo), cada contendiente compite en su afán por mostrar cercanía, o al menos simpatía, por el exmandatario estadounidense. Andrzej Duda, actual presidente y miembro del partido populista Ley y Justicia (PiS), marcó tendencia al reunirse con Trump poco después de su toma de posesión. Aunque la reunión apenas duró diez minutos, la presidencia polaca la presentó como un evento de más de dos horas para reforzar la narrativa del “vínculo especial” entre Varsovia y Washington. Duda, en su segundo mandato, no puede repetir, pero ha usado su poder de veto para obstaculizar iniciativas del nuevo ejecutivo liderado por Donald Tusk. Para preservar esa influencia, el PiS postula ahora a Karol Nawrocki.
Nawrocki, de convicciones religiosas firmes y pasado académico, también profesa una fuerte admiración por Estados Unidos. A principios de mayo, trotaba junto al monumento a Washington y, poco después, subía una foto suya en el Despacho Oval con Trump. “Vas a ganar”, le habría dicho el expresidente, aunque las encuestas no respaldan tal optimismo. Nawrocki logró despegarse de Mentzen en los sondeos, pero su campaña se ha visto afectada por un escándalo: recibió un apartamento aprovechando la fragilidad de un anciano.
Un golpe duro para un electorado envejecido y con pensiones reducidas. Aunque algunos analistas creen que aún puede pasar a segunda vuelta, es Rafał Trzaskowski, alcalde de Varsovia y candidato centrista, quien encabeza las proyecciones. Si vence, sería una excelente noticia para Tusk y para Bruselas. “Mientras el PiS se abraza al trumpismo, nosotros defendemos a la UE”, afirma Andrzej Halicki, eurodiputado del partido liberal Plataforma Cívica. Vicepresidente del PPE en el Parlamento Europeo, Halicki recomienda no repetir el error de Duda, quien no saludó a Biden tras su elección. Todos los partidos coinciden en un punto: el apoyo militar de EE. UU. es clave para Polonia. Halicki recuerda que su formación firmó en 2008 el acuerdo para instalar un escudo antimisiles estadounidense en territorio polaco.
“Estamos en un momento decisivo”, sostiene Halicki. Polonia, además de cumplir con las exigencias de la OTAN (5% del PIB en defensa), quiere posicionarse como actor central en la UE. El reciente viaje de Tusk a Kiev con líderes europeos ha reforzado la ambición de ser una potencia regional. Pero mientras tanto, la oposición populista redobla su retórica nacionalista y antieuropea. “Ese discurso ya se parece demasiado al del Kremlin”, advierte Halicki. “No digo que reciban órdenes de Putin, pero están haciendo su juego”. En lugar de declararse prorrusos, se presentan como antiucranianos, lo cual sirve como una forma velada de diferenciarse. El eurodiputado de izquierda Robert Biedroń va más allá: “Parece que recitan directamente el libreto ruso: dividir Europa, debilitarla”. Desde Estrasburgo, tras votar a favor del apoyo a Ucrania, señala que ni el PiS ni la Confederación respaldaron la moción. Gregor Placzek, parlamentario de la Confederación, rechaza las acusaciones. “No querer enviar soldados no nos hace prorrusos”, declara. Según él, tales afirmaciones son pura “basura mediática”. En Polonia, cualquier gesto de simpatía hacia Putin es casi suicida, asegura el historiador Georges Mink: “Aquí no importa la ideología. Ser prorruso es simplemente inaceptable”.
La historia y la geografía han moldeado el rechazo polaco a Rusia. Kaliningrado al norte y Bielorrusia al este alimentan una percepción constante de amenaza. “Los polacos conocen el imperialismo ruso mejor que los franceses”, afirma Mink. Es un reflejo histórico, casi instintivo. De vuelta en Bytow, Mentzen concluye su intervención fustigando a los ucranianos por “quitar empleos” en la fábrica Drutex. Se despide con premura: otra reunión lo espera a 60 kilómetros. A pesar del clima festivo, el equipo de campaña transmite tensión. Las encuestas dibujan un escenario polarizado entre el PiS y los pro-Tusk. El respaldo esperado por parte de figuras como J. D. Vance o Elon Musk no ha llegado. Placzek intenta conservar el optimismo: “Solo estar en esta carrera ya es una victoria. En Francia o Rumanía, a nuestros pares ni los dejan competir”. Mientras posa para fotos con niños que no alcanzaron a saludar a Mentzen, concluye con una sonrisa: “Los jóvenes están con nosotros. Incluso los que aún no votan. Ellos son el futuro”
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