Roma en Castilla: La Villa romana de la Olmeda

Asomarnos a la villa de la Olmeda supone pues dirigir la mirada a un origen que siendo decisivo en nuestro propio quehacer histórico ha sido poco vindicado por ser la base paciente y receptiva de lo que iba viniendo
The post Roma en Castilla: La Villa romana de la Olmeda first appeared on Hércules.  Villa romana de la Olmeda. Equidistante entre León y Burgos. Según se avanza desde el sur hacia la montaña palentina. Ya al norte del camino de Santiago. En las proximidades de Saldaña. En el corazón de la Castilla altomedieval; esa tierra de pocos nobles y mucha caballería villana, de tierras comunales y concejos abiertos, de gente del común -la baja nobleza era del común- que, ante las dudas, hacía jurar a los reyes su inocencia (cfr. jura de Santa Gadea). Esa tierra singular que deslumbró a republicanos como Sánchez Albornoz, por su contundente tradición medieval de libertades, fueros y cortes, pero también a los curas trabucaires.

Como preámbulo del viaje a la Olmeda vamos atravesando el paisaje de la meseta norte. La España vacía como gran víctima del desarrollismo y de la violencia migratoria. El peso del gran azul sobre los hombros; la respuesta seca de una tierra amplia, cultivada y vacía. No hay casi nada entre cielo y tierra. El cielo pesa y urge a las amplias llanuras moteadas de colinas y de vegas. Recuerdo la sorpresa de un conocido alemán al saber de estos espacios vacíos, la impresión que le causaban. Estamos en un área poco habitada pero saturada de tesoros y de historia. No todos esos tesoros son medievales. La villa romana de la Olmeda da buena muestra de ello. Por cierto, estamos cerca de Frómista; esa joya ebria y pétrea del románico. Nunca vi ebriedad tan serena ni belleza tan medida.

Según llegamos a la Olmeda el paisaje va refrescando. Como digo la villa sorprende entre tantas resonancias del Medioevo. Por la vistosidad y el aceptable estado de conservación de sus mosaicos y de las instalaciones de la villa; por su propia presencia desatando la memoria de lo antiguo; por las figurillas del dios Helios que se encontraron en las excavaciones y de las que se venden magníficas réplicas en la tienda; por la vida sofisticada que se desvela en el área de aguas y termas y en su sistema de pavimentos calefactados, por el oecus o salón mayor de la casa y sus mosaicos figurativos de contenido mitológico…. La Olmeda sorprende e incluso entusiasma. Así lo hizo con su descubridor, José Cortés Alvárez de Miranda, que se encontró con ella en los sesenta del pasado siglo según roturaba y araba la tierra de su propiedad. La villa, una auténtica villa palaciega, estaba cubierta por toneladas de la tierra parda del olvido que todo lo cubre. Cortés, entusiasmado, se consagró a lo que descubría y el yacimiento arqueológico fue viendo la luz cada vez con más extensión. La villa impresiona. Nos desvela una historia de retorno a la tierra provocado por la inseguridad de la llamada anarquía militar del siglo III. En ese tiempo no pocas gentes decidieron dejar las ciudades e instalarse en el campo en villas residenciales bien pertrechadas y organizadas en una sociedad que contaba aun con muchos recursos humanos de alta cualificación. De ahí la alta calidad artística y técnica de lo encontrado. Estas villas fueron verdaderos núcleos de civilización en su tiempo, de arte y de economía, de repoblación del territorio, de redifinición del espacio. Estas gentes volvían al campo con sus talentos y la sofisticación romana del siglo III. De hecho, en la Olmeda se ha especulado incluso con la existencia en la villa de un hidraulis, es decir, de un órgano musical de agua.

El retorno al campo

En este retorno al campo, lo que reformulaba la idea del imperio como red de ciudades, la población se nucleaba en torno a una de estas grandes villas residenciales organizando todo un asentamiento que, prácticamente, producía todo lo que necesitaba. El tradicional modo de producción esclavista romano se fue viendo superado por las circunstancias siendo frecuentes los repartos de tierra a colonos libres a cambio de rentas y sin que se diera una transmisión efectiva de la propiedad. El dominus o señor debía, por su parte, garantizar la seguridad fuera ya de la ciudad. La Edad Media parece ya empezar a resonar y la vieja división -y tensión- entre patricios y plebeyos, que tanto estimuló el expansionismo republicano romano. dejaba paso a la escisión, menos ciudadana, entre honestiores (grandes propietarios) y humiliores (campesinos sin tierra, jornaleros, artesanos pobres; todos ellos libres), en tanto eje de la división entre unas clases sociales que se van asimilando cada vez más a estamentos. De hecho, el término de honestiores, aludirá a una pretendida honestidad, lo que irá situando la consideración de los sectores más pudientes de la sociedad y de los grandes propietarios en un supuesto ideal de arete y excelencia que sirve de prolegómeno al concepto de nobleza medieval.

Tras superarse la crisis militar del siglo III la fundación de villas en el siglo IV continuo sin que quepa entenderlo como un proceso desatado de decadencia del modelo ciudadano romano. La época de Diocleciano, de Constantino y de Teodosio supuso una renovatio exitosa de la sociedad romana aunque algo había ya cambiado. La sociedad imperial romana, tan basada en la fortaleza de las civitas, no sobrevivirá al caos creciente del siglo V. En este sentido uno de los méritos de los diseñadores del espacio creado en la Olmeda ha sido recrear y dejar a la luz un área con lo que era ya el aspecto del terreno tras el colapso definitivo de la villa. Con la creciente crisis y el desgobierno la villa fue languideciendo hasta confirmar su colapso tras los desastres del siglo V y en la época de alta inestabilidad política que legó el siglo VI. Sorprende y dispensa coraje la tenacidad de estos hispanorromanos resistiendo con uñas y dientes a la decadencia y, además, haciéndolo con éxito durante un tiempo prolongado. La villa vivió los tiempos de la cristianización pero resulta curioso que no se hayan encontrado en los enterramientos adyacentes vestigio cristiano alguno. Son todos enterramientos paganos y lo que si se ha encontrado son esas figurillas del dios Helios como perfecta muestra del paganismo tardoimperial. Sobre esta cuestión no olvidemos que la cristianización fue arraigando en las ciudades hasta el punto que el termino pagano era, originariamente, la forma despectiva de designar a los paletos de campo y a sus “creencias viejas”.

Resulta curioso constatar como los habitantes de la villa transitaron desde su condición de refinadísimos colonos que decidían volver al campo, asegurando así civilización y bienestar, a esos endurecidos paletos a los ojos de las ya cristianas ciudades. Para ese momento estaríamos a finales del siglo V ya disuelto el poder romano. De los hispanorromanos se dice poco. Lo cierto es que su vigor estuvo a la base del cierto auge de la Hispania visigótica, del esplendor cultural califal y, también, de la reconquista como esforzada epopeya. Asomarnos a la villa de la Olmeda supone pues dirigir la mirada a un origen que siendo decisivo en nuestro propio quehacer histórico ha sido poco vindicado por ser la base paciente y receptiva de lo que iba viniendo. Por cierto, tras a visita a la Olmeda no olviden dedicarse al buen yantar en alguno de los magníficos restaurantes de Saldaña. Les propongo El Molino con un magnífico jardín del que se disfruta. Al fin y al cabo de lo que se trata en un buen viaje es de comulgar con la tierra y su sustancia.

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