Rusia agota, no vence. La guerra como show estratégico

Rusia usa ataques baratos y persistentes para debilitar a Ucrania y dividir a Occidente, sin lograr avances estratégicos reales
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Además, Rusia aprovecha la atención internacional. Las imágenes de ataques repetidos tienen eco en Occidente, donde se traducen en presión política. En vez de ganar batallas, el Kremlin erosiona la voluntad de los aliados de Ucrania, que ven la guerra como una sangría de recursos.

Improvisación y simbolismo en el frente

Una innovación reciente en el frente ruso revela la precariedad de sus fuerzas: la llamada “compañía de asalto motorizada”. Este nuevo grupo de combate no representa una mejora táctica. Nació de la necesidad, como adaptación a la falta de vehículos blindados modernos. Se trata de una solución improvisada para compensar la elevada tasa de pérdidas. Aunque los medios rusos intentan venderlo como una novedad propia, en realidad copiaron tácticas ucranianas con meses de retraso.

La resiliencia de Ucrania, mientras tanto, se apoya en la adaptabilidad, el aprendizaje logístico y una movilización social constante. La tecnología queda en segundo plano. Lo que mantiene viva su defensa es la capacidad de reorganizarse rápidamente ante las circunstancias. Según expertos como Ruslan Leviev, estos vehículos improvisados son más un riesgo que una ventaja. Carecen de protección, son fáciles de detectar y de destruir. No hay maniobrabilidad, ni redundancia. La región de Toretsk-Pokrovsk lo demuestra. Allí, los avances rusos son mínimos y aislados. A lo largo del frente, las ganancias son superficiales. No se traduce en control sostenido ni se rompe la defensa enemiga.

Avance sin profundidad, presión sin dirección

A lo largo de todo el frente, las fuerzas rusas se mueven como una maquinaria lenta. Lanzan ataques dispersos sin lograr avances decisivos. Cambian de línea, pero no de estrategia. El objetivo parece ser mantener la ilusión de movimiento. Los focos principales están en Toretsk, Pokrovsk y Kostiantynivka. Ninguno de estos ejes cuenta con logística suficiente ni operaciones bien coordinadas. Sin masa crítica ni velocidad, cualquier ofensiva de envergadura resulta inviable.

Estos avances no buscan cortar vías de retirada ucranianas ni romper líneas de defensa con contundencia. Son, en esencia, simulaciones de ofensivas. Escaramuzas seguidas de largos periodos de estancamiento. En Pokrovsk, por ejemplo, los ataques desde el sureste provienen de unidades poco numerosas, sin apoyo suficiente. El intento de rodear posiciones clave se queda en amagos.

El mismo patrón se repite en Toretsk: ataques simbólicos que no derivan en ocupaciones sostenidas. Los ucranianos usan el terreno a su favor, aprovechando zonas minadas y áreas urbanas para frenar a sus enemigos y lanzar contraataques. En muchos lugares, el frente se convierte en un páramo. Solo drones y artillería tienen protagonismo, pero no logran generar profundidad ni cambios estratégicos.

Drones, artillería y desgaste como norma

Otro factor crítico: el deterioro logístico ruso. Confiar en rutas improvisadas de suministro, vehículos antiguos y depósitos regionales limita la duración de cada fase ofensiva. En muchas áreas, la infantería ligera reemplaza a las formaciones pesadas. No por estrategia, sino por escasez. Esta sustitución alimenta la percepción de una guerra que se mueve, pero no avanza.

La artillería sigue siendo el arma predilecta de Rusia, pero su ventaja disminuye. Aunque tiene suficientes proyectiles de 122 y 152 mm, su industria está al límite. Para mantener el ritmo, combinan viejos sistemas soviéticos con plataformas modernas. Esto no es una táctica pragmática, sino reflejo de una economía de guerra estancada. La producción no crece. Las armas nuevas se ensamblan a partir de lo que queda.

Incluso Ucrania recurre a soluciones similares, como el obús Bohdana, construido con partes modulares. En ambos lados, la improvisación sustituye a la innovación tecnológica.

Paz fingida, guerra perpetuada

Moscú no busca una salida negociada real. La oferta de un “borrador de paz”, anunciada por Lavrov, fue más una puesta en escena. Las condiciones propuestas equivalen a la rendición de Kiev. El anuncio coincidió con un intercambio de prisioneros, presentado como gesto humanitario. Pero detrás se esconde una narrativa: Rusia finge estar dispuesta a negociar mientras sigue intensificando el conflicto.

Mientras Medvédev habla abiertamente de ocupar toda Ucrania, el Kremlin mantiene una doble postura. Habla de paz, pero actúa por guerra. Mientras analistas occidentales estudian posibles salidas al conflicto, Moscú hace lo contrario. Se esfuerza por mantener la guerra abierta, sin escalarla, pero tampoco clausurarla.

Esta estrategia cumple un doble propósito: sostiene la cohesión interna en Rusia y amplía el margen de maniobra del gobierno. En una sociedad fatigada, el relato de “amenaza externa” se convierte en escudo político. Putin no espera ganar pronto. Apuesta a largo plazo: minar la resistencia ucraniana, desgastar a Occidente y sembrar divisiones internas entre los aliados.

Occidente reacciona, Moscú calcula

El verdadero riesgo no es un avance ruso repentino, sino la erosión prolongada del apoyo occidental. Cuanto más se extiende la guerra, más crecen las contradicciones entre el discurso político y el compromiso militar. Para romper esta lógica, se necesitaría una doctrina de paciencia estratégica. Pero ahí radica la debilidad de Occidente. En muchos lugares, el miedo a una escalada ha reemplazado la reflexión estratégica.

En Berlín, Bruselas o Washington, se reacciona según lo que pueda hacer Putin, no en base a una agenda propia. Moscú marca el ritmo, el resto responde. Así, mientras el Kremlin piensa a largo plazo, los aliados de Ucrania actúan en ciclos cortos. Esta asimetría es la verdadera ventaja rusa.

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