¿Son frecuentes los apagones masivos? España no es un caso aislado

Un fallo masivo en el sistema eléctrico dejó sin luz a gran parte del país durante horas, paralizando servicios de trenes, carreteras y comunicaciones
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Imagen: planeta por la noche I Getty Images

A lo largo de las últimas décadas, varios países han sufrido apagones eléctricos masivos similares al ocurrido en España y Portugal en abril de 2025. Estas situaciones, conocidas como blackouts, suelen deberse a fallos técnicos, desequilibrios en la red, fenómenos meteorológicos extremos o ataques cibernéticos.

Apagón de Estados Unidos y Canadá (2003)

El 14 de agosto de 2003, a las 16:10 hora local, se produjo un fallo masivo en la red eléctrica del noreste de Estados Unidos y el sureste de Canadá, lo que provocó un apagón sin precedentes que afectó a ocho estados norteamericanos y una provincia canadiense. La interrupción del servicio dejó sin electricidad a más de 50 millones de personas, paralizó ciudades enteras y desató un colapso en el transporte, las telecomunicaciones y los servicios básicos. Las zonas más afectadas incluyeron Nueva York, Detroit, Cleveland, Ottawa y Toronto.

Aunque en muchas áreas el servicio se restableció en menos de 24 horas, en otras regiones la interrupción se prolongó hasta cuatro días, y el restablecimiento completo de la red y la normalización de los servicios tardaron más de una semana.

La investigación posterior, realizada por el U.S.-Canada Power System Outage Task Force, determinó que el apagón comenzó con un problema técnico relativamente menor en una línea de transmisión en el norte de Ohio, operada por la compañía FirstEnergy. Unas ramas de árboles crecieron en exceso y entraron en contacto con los cables de alta tensión, provocando un cortocircuito. Este incidente, que en condiciones normales habría sido controlado con medidas automáticas, no fue detectado a tiempo debido a que el sistema de alarmas del centro de control estaba desactivado por un error de software.

Además, el operador de la red no fue consciente del problema durante más de una hora, lo que permitió que el fallo se propagara sin ser contenido. Al no gestionar correctamente la sobrecarga, otras líneas comenzaron a fallar en cascada, creando un efecto dominó que colapsó la red eléctrica interconectada del noreste.

Impacto económico y social

El impacto fue profundamente disruptivo. La ciudad de Nueva York, por ejemplo, vio colapsado su sistema de metro, y miles de personas quedaron atrapadas en ascensores. Las oficinas, los hospitales y las industrias se vieron obligados a detener su actividad, muchos sin contar con generadores de respaldo. Hubo incidentes de tráfico debido a la caída de los semáforos, cortes en las telecomunicaciones, interrupciones en el suministro de agua potable y problemas sanitarios por la falta de ventilación.

El apagón reveló graves deficiencias en la coordinación, monitorización y mantenimiento del sistema eléctrico de América del Norte. Entre las principales recomendaciones del informe oficial se incluyeron:

  • Mejoras en el mantenimiento de la vegetación cerca de las líneas eléctricas.
  • Revisión de los protocolos de emergencia y coordinación regional.
  • Desarrollo de nuevos estándares obligatorios de fiabilidad, que hasta entonces eran meramente voluntarios.
  • Inversión en infraestructura tecnológica y sistemas de alerta más eficaces.

Como resultado, se reformó el marco regulador y se fortaleció el rol de la North American Electric Reliability Corporation (NERC), que pasó a tener autoridad para imponer estándares y sanciones en caso de incumplimiento.

Este suceso se convirtió en un caso de estudio mundial sobre la fragilidad de las redes eléctricas modernas, especialmente cuando están interconectadas. También encendió las alarmas sobre los riesgos de apagones en cascada, provocados por fallos puntuales que, al no ser gestionados correctamente, derivan en colapsos masivos. En un contexto actual donde se discute la transición energética, la descarbonización y la digitalización de los sistemas, este episodio sigue siendo citado como un punto de inflexión para la seguridad energética.

Apagón en Italia (2003)

La madrugada del 28 de septiembre de 2003, Italia se sumió en la oscuridad más profunda desde la Segunda Guerra Mundial. En cuestión de minutos, el país entero, con más de 55 millones de personas afectadas, quedó completamente sin suministro eléctrico. El apagón, que comenzó con un fallo técnico aparentemente menor en los Alpes suizos, terminó por desencadenar una reacción en cadena que colapsó toda la red eléctrica italiana, evidenciando los riesgos de interdependencia en los sistemas energéticos europeos.

Todo comenzó cerca de la 3:30 de la madrugada, cuando una línea de alta tensión de 400 kV, que transportaba electricidad desde Suiza hacia el norte de Italia, se desconectó tras entrar en contacto con la vegetación, concretamente la caída de un árbol en mal estado cerca del tendido. Aunque el fallo parecía aislado, la situación se agravó porque el sistema no logró redistribuir la carga eléctrica a través de otras líneas disponibles. Minutos después, otra línea internacional también se sobrecargó y falló, incapaz de absorber el exceso de demanda.

El sistema de defensa automática, diseñado para aislar problemas locales y evitar propagaciones, no funcionó adecuadamente, y la perturbación se extendió rápidamente hacia el sur. En menos de 10 minutos, toda la red eléctrica nacional italiana colapsó, desde los Alpes hasta Sicilia. Según el informe posterior del UCTE (Union for the Coordination of Transmission of Electricity, predecesora de ENTSO-E), hubo una falta de comunicación fluida entre los operadores de red suizos, franceses e italianos, y no se activaron a tiempo los mecanismos de contención previstos en el sistema europeo interconectado.

El apagón duró entre 3 y 18 horas dependiendo de la zona, con la mayoría de las regiones recuperando la electricidad entre las 10 y las 15 horas del día siguiente. Sin embargo, las repercusiones fueron inmediatas y generalizadas. En las grandes ciudades como Roma, Milán, Nápoles y Florencia, los sistemas de metro y tranvía quedaron detenidos, se produjeron bloqueos masivos de tráfico por la caída de semáforos, y miles de personas quedaron atrapadas en ascensores o desplazadas durante la noche.

El corte sorprendió además a muchas localidades durante la celebración de la “Notte Bianca”, un evento cultural con actividades nocturnas al aire libre. Las autoridades locales debieron improvisar evacuaciones en medio de la oscuridad. En hospitales y centros de emergencia, los generadores funcionaron con normalidad en la mayoría de los casos, aunque algunos reportaron problemas menores por la falta de mantenimiento o combustible suficiente.

La investigación internacional sobre el apagón, en la que participaron la Agencia Internacional de la Energía (AIE) y el entonces UCTE, identificó múltiples causas:

  • Falta de poda y mantenimiento adecuado en la vegetación próxima a las líneas eléctricas, particularmente en el lado suizo.
  • Errores de operación y vigilancia en los centros de control, tanto en Suiza como en Italia.
  • Retrasos en la activación de mecanismos de redistribución de carga y desconexión controlada.
  • Ausencia de procedimientos claros de coordinación transfronteriza entre operadores eléctricos.

El incidente se convirtió en un caso emblemático para analizar cómo un fallo aparentemente menor puede derivar en una catástrofe nacional cuando se combina con una débil coordinación operativa y una alta dependencia de las interconexiones internacionales.

Impacto en políticas energéticas europeas

A raíz del apagón, la Unión Europea redobló sus esfuerzos en materia de gestión de riesgos eléctricos transfronterizos, promoviendo la creación de protocolos más sólidos de intervención coordinada entre países miembros. Además, se intensificaron las inspecciones en líneas críticas y se exigió una revisión de los planes de contingencia nacional.

El caso italiano también impulsó el debate sobre la resiliencia del sistema interconectado europeo, que, si bien ofrece ventajas en términos de eficiencia y seguridad compartida, también presenta riesgos sistémicos cuando la supervisión o el mantenimiento falla en alguno de sus nodos. Desde entonces, se ha apostado por sistemas de vigilancia en tiempo real, mejoras en la automatización de respuesta y simulacros coordinados a escala continental.

Apagón en Brasil (2009 y 2021)

Brasil, una de las mayores economías de América Latina, cuenta con un sistema eléctrico altamente interconectado, sustentado en gran medida por su gran capacidad hidroeléctrica. Aunque esta infraestructura ha sido clave para un desarrollo energético sostenible, también la hace vulnerable a eventos climáticos extremos, fallos técnicos y problemas de coordinación entre los distintos operadores regionales. Dos grandes apagones marcaron momentos críticos en la historia energética reciente del país.

El 10 de noviembre de 2009, una potente tormenta eléctrica que azotó el estado de São Paulo provocó el colapso parcial del sistema eléctrico brasileño. Rayos de gran intensidad impactaron sobre líneas de transmisión que conectaban con la central hidroeléctrica de Itaipú, situada en la frontera entre Brasil y Paraguay, considerada entonces la segunda más grande del mundo en generación de energía. El fenómeno dañó equipos clave en una subestación en el sudeste del país, lo que provocó una desconexión automática de la presa del sistema nacional interconectado como medida de protección.

Como resultado, más de 60 millones de personas se vieron afectadas por cortes de electricidad que se extendieron por al menos 18 de los 26 estados brasileños, incluyendo grandes centros urbanos como São Paulo, Río de Janeiro y Brasilia. Durante varias horas, buena parte del país quedó paralizado: se suspendieron los servicios de metro, los semáforos dejaron de funcionar y numerosas industrias y comercios interrumpieron su actividad.

El corte también impactó a Paraguay, que depende en gran medida de la energía generada en Itaipú. En su territorio, el 100% del suministro eléctrico se vio interrumpido durante más de 20 minutos. Este episodio generó un fuerte debate político sobre la seguridad del sistema energético brasileño y sus protocolos de respuesta ante tormentas severas.

En febrero de 2021, Brasil volvió a experimentar un nuevo apagón relevante, aunque de menor alcance geográfico. Esta vez, el incidente afectó principalmente a la región norte del país, incluyendo estados como Roraima, Amapá y partes del Amazonas. El motivo fue una pérdida de sincronización entre generadores eléctricos, un problema que se produjo por la sobrecarga en el sistema regional y errores en la gestión del despacho de carga.

El Operador Nacional do Sistema Elétrico (ONS) informó que la red sufrió un desajuste de frecuencia y tensión, lo que derivó en una desconexión automática de varias centrales generadoras para evitar daños mayores. A diferencia del evento de 2009, en este caso el corte no tuvo como origen una catástrofe climática, sino fallos operativos y técnicos relacionados con la estabilidad del sistema en una zona históricamente más frágil e insuficientemente integrada a la red nacional.

Aunque la duración del apagón fue limitada, entre una y cuatro horas en la mayoría de los casos, los efectos fueron severos en una región que ya arrastraba dificultades de infraestructura y suministro energético. Algunos hospitales reportaron problemas con los generadores de emergencia, y el corte obligó a suspender clases y actividades públicas en varias localidades.

Apagón en India (2012)

Los días 30 y 31 de julio de 2012 pasaron a la historia como las fechas del mayor apagón eléctrico jamás registrado. Cerca de 700 millones de personas, más de la mitad de la población india y casi el 10% de la humanidad, se vieron afectadas por el colapso en cascada de la red eléctrica nacional, en un suceso que puso en evidencia la fragilidad de la infraestructura energética de uno de los países más poblados del mundo.

La crisis se inició el 30 de julio, cuando la Red del Norte de falló de forma repentina a primeras horas de la mañana. La desconexión dejó sin suministro eléctrico a más de 300 millones de personas, afectando a ciudades clave como Delhi, Lucknow, Jaipur o Chandigarh. Sin embargo, fue solo el preludio de un colapso aún mayor.

A las 13:00 del día siguiente, el 31 de julio, fallaron simultáneamente tres de las cinco redes eléctricas regionales: Norte, Este y Noreste. El resultado fue un apagón masivo que dejó fuera de servicio al 60% del país, incluyendo metrópolis como Calcuta y Varanasi, y afectando a más de 20 estados.

La causa principal fue una demanda eléctrica excesiva en varios estados del que extrajeron más energía de la permitida del sistema común. Esta sobrecarga provocó el desequilibrio de frecuencia, uno de los factores más críticos en la estabilidad de una red, que llevó al colapso sincronizado de las líneas de transmisión.

Las consecuencias fueron inmediatas y generalizadas. Miles de trenes se detuvieron en pleno trayecto, provocando un caos en la red ferroviaria nacional. En Delhi, el metro quedó completamente paralizado, afectando a más de un millón de pasajeros diarios. Hospitales, aeropuertos y torres de control aéreo recurrieron a generadores de emergencia para evitar situaciones críticas.

Una de las imágenes más alarmantes del suceso fue la de mineros atrapados bajo tierra: más de 200 trabajadores quedaron varados en minas de carbón del estado de Bengala Occidental debido a la detención de los ascensores eléctricos. Afortunadamente, todos fueron rescatados sin incidentes mayores, aunque el episodio puso en cuestión la seguridad operativa en entornos industriales.

Los expertos señalaron varias causas estructurales detrás del apagón. En primer lugar, la falta de modernización de la infraestructura eléctrica, que aún dependía de tecnologías obsoletas para la gestión de carga. En segundo lugar, la falta de coordinación entre las compañías estatales que gestionaban el suministro, muchas de las cuales ignoraban las órdenes del operador nacional (POSOCO) de reducir consumo.

Además, la red sufría de insuficiente capacidad de transmisión para soportar los picos de demanda estacionales, especialmente en verano, cuando el uso de aire acondicionado y bombas de agua se dispara. La ausencia de mecanismos automatizados de desconexión selectiva también dificultó la contención del fallo inicial.

El apagón se convirtió en un asunto nacional y generó críticas al gobierno del entonces primer ministro Manmohan Singh, quien enfrentó cuestionamientos por la falta de inversión en infraestructura crítica. El ministro de Energía, Sushilkumar Shinde, reconoció las deficiencias, pero culpó a los estados del norte por consumir más electricidad de la permitida. Se abrió una investigación nacional y se propuso reforzar la supervisión del Power Grid Corporation of India, el operador principal de transmisión.

El incidente sirvió como punto de inflexión para el sistema energético indio, impulsando una reforma que incluyó la mejora de los sistemas de control de frecuencia, inversión en líneas de transmisión modernas, y la promoción de smart grids o redes inteligentes. También motivó una aceleración de los proyectos de generación descentralizada a partir de energías renovables, especialmente solar.

Apagón en Reino Unido (2019)

El 9 de agosto de 2019, el Reino Unido experimentó uno de los mayores cortes eléctricos de las últimas décadas. Un fallo súbito en dos instalaciones generadoras clave provocó una pérdida repentina de capacidad eléctrica, afectando a más de un millón de usuarios en Londres y el sureste de Inglaterra. La situación impactó directamente en el transporte, los hospitales y los servicios básicos, y reabrió el debate sobre la resiliencia del sistema eléctrico británico ante escenarios de emergencia.

El apagón comenzó alrededor de las 16:52 hora local, cuando el sistema eléctrico del operador nacional National Grid perdió casi 1.500 megavatios de capacidad en segundos. Las dos plantas generadoras que colapsaron fueron Hornsea One, uno de los parques eólicos marinos más grandes del mundo, situado en la costa de Yorkshire, y Little Barford, una central de ciclo combinado de gas natural en Bedfordshire.

Ambas instalaciones sufrieron desconexiones casi simultáneas, lo que provocó un desequilibrio severo entre la oferta y la demanda de electricidad. Según los protocolos automáticos de protección, para evitar que el desajuste afectara a toda la red nacional, el sistema optó por una interrupción controlada del suministro a sectores no prioritarios, es decir, áreas residenciales y comerciales, lo que dejó a centenares de miles de hogares sin electricidad durante horas.

Una de las consecuencias más visibles fue el colapso del sistema ferroviario, especialmente en Londres. Decenas de trenes quedaron detenidos en las vías, provocando el cierre parcial de estaciones clave como King’s Cross y Euston. La red del metro de Londres también experimentó retrasos importantes y suspensiones de líneas. Más de 300 trenes resultaron afectados, y miles de pasajeros quedaron varados sin información clara durante horas.

Los aeropuertos de Heathrow y Gatwick también informaron de interrupciones en sus sistemas de iluminación y control, aunque lograron mantener sus operaciones esenciales gracias a generadores de respaldo. En varios hospitales del sur de Inglaterra se activaron automáticamente los sistemas de emergencia, mientras que algunos semáforos en carreteras clave dejaron de funcionar, lo que generó problemas de tráfico.

Tras el incidente, el regulador energético británico Ofgem abrió una investigación formal. El informe final confirmó que las dos fallas de generación no estuvieron directamente relacionadas entre sí, pero coincidieron en el tiempo, lo que desató el efecto dominó. Según el operador National Grid ESO, el apagón fue una consecuencia excepcional del comportamiento automatizado del sistema eléctrico, diseñado para autoprotegerse mediante desconexiones rápidas en caso de caídas de frecuencia por debajo del umbral de seguridad (49 Hz).

Aunque el sistema actuó como estaba previsto, la respuesta automatizada dejó fuera de servicio a más de un millón de personas, lo que llevó a cuestionar si se podrían haber implementado mecanismos más graduados para mitigar el impacto en zonas urbanas críticas.

El suceso generó un intenso debate sobre la dependencia del Reino Unido de fuentes de energía renovable intermitentes, como la eólica marina. Aunque no fue este tipo de generación el origen del problema en sí, la desconexión de Hornsea One reavivó el discurso sobre cómo gestionar la estabilidad del sistema cuando una parte sustancial de la electricidad proviene de fuentes que dependen del clima.

Además, se subrayó la necesidad de aumentar la inversión en tecnologías de almacenamiento, generación distribuida y automatismos más flexibles, que permitan una respuesta más modulada ante eventos repentinos. También se planteó reforzar la coordinación con infraestructuras críticas, como hospitales y redes de transporte, para evitar impactos tan amplios.

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