TEMPUS FUGIT

Como Cronos devorando a sus hijos, el poder teme ser destronado mientras el tiempo huye y el ciclo político actual se precipita hacia su fin
The post TEMPUS FUGIT first appeared on Hércules.  En el mundo griego, Cronos (a quien los romanos llamaron Saturno), era la divinidad asociada con el tiempo. Perteneciente a la primera generación de dioses, los titanes, fue hijo de Gea, la Tierra, y de Urano, el Cielo, a quien derrocó, tras castrarle con una hoz. Sabiendo que, a su vez, él sería destronado por uno de sus hijos, se los tragaba, según eran dados a luz por su esposa Rea, hasta que ésta, al nacer Zeus, le entregó en su lugar una piedra envuelta en pañales, que el titán devoró. Crecido Zeus en secreto en la isla de Creta, ya adulto logró liberar a sus hermanos, que fueron vomitados por Cronos. Zeus, junto con ellos, emprendió una larga guerra contra su padre y el resto de titanes, derrotándolos. De este modo, Zeus se convirtió en el soberano de todos los dioses.

Goya en una de sus pinturas negras, Saturno devorando a sus hijos, representó la terrible escena en la que el titán aparece, con expresión de locura, arrancando con la boca el brazo ensangrentado de uno de sus retoños, mientras lo aferra vigorosamente entre sus manos. Una obra inquietante y perturbadora, como todas las del autor aragonés de ese periodo.

Por otra parte, el mito se ha transformado en un símbolo de la rapidez con la que el tiempo pasa, la fugacidad con la que, como si fuera arena en nuestras manos, desaparece ante nuestra impotencia, corriendo veloz sin que podamos hacer nada por evitarlo.

Ésta velocidad quedó sintetizada en una locución latina, tempus fugit, derivada de un verso de Virgilio en las Geórgicas, un recordatorio de la rapidez con la que se nos escapa, fluyendo rápido como una corriente que nos arrastra sin que encontremos reposo ni asidero. Con demasiada frecuencia nos damos cuenta, consternados, de cómo los días pasan, de cómo la vida corre presurosa, de cómo perdemos, sin capacidad de poder recuperarlas, tantas oportunidades por nuestra esterilizadora tendencia a procrastinar.

Es lo que debió pensar, y así lo manifestó elocuente, Gabriel Rufián, tras constatar la terrible debilidad del gobierno. Y por ello exhortó a la izquierda patria -y antipatria- a no dejar pasar este Kairós, este tiempo oportuno como lo denominaban los griegos, y que es para ellos el actual panorama político nacional. Ante la previsible caída del presidente, el diputado que lleva en sus venas la sangre de los aceituneros altivos, invitaba a aprovechar esta oportunidad, que puede que no se les vuelva a repetir en años, de seguir ordeñando, hasta dejarlas completamente secas, las ubres de la nación.

La premura en exigir nuevos beneficios, que redundan a la postre en una mayor desigualdad para todos los ciudadanos españoles, es la más clara y diáfana constatación de que nos encontramos ante un fin de ciclo. Tal vez pueda prolongarse algunos meses –creo que, incluso quienes de palabra defienden la opción, son conscientes de la imposibilidad de llegar al 2027 sin cambio de gobierno-, pero las continuas revelaciones, la pavorosa incertidumbre ante lo que aún queda por salir, la acumulación de escándalos que van, como las teselas de un mosaico, recomponiendo poco a poco la imagen de la corrupción generada, y de la que todavía apenas somos capaces de vislumbrar su auténtica dimensión, todo ello hace necesario y urgente que se produzca el fin de este gobierno. Un final que será todo lo contrario a la imagen que pretendía dar ante la Historia –la famosa pregunta a Máximo Huerta-, un mentís rotundo a aquellos discursos de regeneración dados en la moción de censura que acabó con Rajoy.

Aún hemos de ver cosas que quizá, como el terrible vaticinio de Pilar Ruiz Albisu, nos helarán la sangre. Porque sin duda, saldrá a la luz toda la degradación moral que ha emponzoñado la vida pública –y privada- española, con unas derivaciones insospechadas, con unas conexiones internacionales que explicarán muchas de las decisiones políticas tomadas en estos años. Estamos viendo, no la corrupción de unos pocos casos aislados, sino todo un engranaje que, enriqueciendo a unos, ha mantenido en el poder a otros. Quizá el aparente protagonista de todo esto no sea más que un pobre infeliz sediento de poder y dispuesto a mantenerlo a toda costa, pero detrás se intuye todo un entramado que es preciso, como un cáncer, extirpar y curar, para acabar con la metástasis que viene a destruir el tejido nacional.

La gran pregunta es ¿qué vendrá después? Porque se corre el riesgo de que el hartazgo de la gente, el asco ante la degradación hasta límites inverosímiles de la vida política, nos conduzca a soluciones populistas, que con sus recetas simplistas y simplonas, atraigan a una ciudadanía cansada de unos políticos que, bien dotados en sus nóminas, han dejado de servir a la cosa pública, holgándose en sus cargos, degradando lo que tenía que ser una vocación de mejora de la vida de los ciudadanos; la fotografía de la diputada de ERC, Pilar Vallugera, con la pierna sobre la mesa del escaño, es todo un icono de la degradación a la que nos han conducido.

Habrá que afrontar grandes reformas. Una de las más urgentes, aunque parece que nunca ha interesado a los principales partidos, es la de la ley electoral. Es necesario que se acabe con el chantaje de los grupos nacionalistas, que en la legislatura presente ha sido indecente e inmoral. El bien de la nación no puede estar supeditado a los intereses de quienes quieren destruirla. Quizá la siempre pospuesta transformación del Senado en una auténtica cámara territorial podría ser una solución. Y junto a ella, recuperar una verdadera separación de poderes, creando asimismo mecanismos de control que eviten que una sola persona, ebria de poder, caiga en la tentación fácil de convertir nuestra democracia en una anocracia, en la que todo esté supeditado a su interés.

Volviendo a la pintura de Goya, el rostro desencajado, lleno de angustia ante el miedo de que el hijo al que devora le pudiera quitar el poder, es también todo un símbolo.

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