Cada vez está más extendida la convicción de que “se vota mal”, cuando la gente elige opciones que no son las defendidas por nuestra élite progresista de izquierda
The post Usted vota mal first appeared on Hércules. La verdad es que hace bastantes años que no sigo el festival de Eurovisión. Tal vez desde mi adolescencia, antes de que se convirtiera en un espectáculo chabacano, hortera y decadente, para nada reflejo de lo que creo que tienen que ser los valores europeos supuestamente celebrados en él. Pero como siempre he defendido que cada uno hemos de ser libres en nuestras elecciones, respeto y acepto la existencia de “eurofans” que, dándolo todo, viven con entusiasmo la amplia parafernalia que rodea su celebración, desde la elección de la canción representante de cada país, hasta la gala final.
Pero este año ha sido distinto. No sólo porque, frente a mi inveterada costumbre de ignorar tanto los participantes como las canciones seleccionadas, sí había escuchado a Melody interpretar Esa Diva, que me pareció pegadiza, con una buena puesta en escena, e incluso portadora de un mensaje positivo, sino, sobre todo, por la polémica generada en torno a la participación de Israel en el festival. Una muestra más del emponzoñamiento que rodea todo en España, de la politización que envenena nuestra convivencia, alentada por unos políticos que, a toda costa, necesitan lanzar cortinas de humo para ocultar los crecientes escándalos que rodean a un gobierno incapaz de gestionar, aspirando sólo a sobrevivir, y que ha banalizado, de nuevo, un drama, envolviéndolo en la superficialidad de la que hace gala en todas sus actuaciones; utilizando lo que debería ser un servicio público, RTVE, como herramienta partidista, al servicio del relato establecido por Moncloa.
Reconozco que ante lo que ocurre en Oriente Próximo me es difícil tener una opinión adecuada, generándome bastantes dudas morales y no pocos interrogantes, dada la terrible complejidad de lo que allí sucede, por lo que me asquea esta maniquea simplificación entre “buenos” y “malos”, esta simplona adscripción a un bando u otro, dependiendo de la ideología política de cada uno. Porque ante el drama de la población palestina se puede –y se debe- rechazar la política aniquiladora de Netanyahu, sin por eso tener que defender a una organización terrorista, Hamás, que, no olvidemos, fue el responsable último de lo que está sucediendo actualmente, con su sangrienta actuación el 7 de octubre de 2023.
Y del mismo modo que no se puede identificar a los palestinos con los terroristas, no se puede confundir a los israelíes con la política de su primer ministro. Sin olvidar que Israel es la única democracia del Próximo Oriente, donde están garantizados derechos que algunos de los defensores fanáticos de Hamás no podrían ejercer, sin riesgo para sus vidas, en la Franja de Gaza. Ni que la expresión “desde el río hasta el mar”, utilizado con escalofriante frivolidad por algunos de nuestros políticos, es sinónimo de aniquilar, en un nuevo genocidio, a la población judía de Israel, negando su derecho a existir como nación.
La geopolítica del Próximo Oriente es de una extraordinaria complejidad, un intrincado laberinto y una verdadera tela de araña que enreda a quien se acerca sin la debida prevención. Por ello, el posicionamiento de la televisión pública española, al dictado del gobierno, y cayendo en la simplificación fácil, es una muestra –otra más- de cómo ha dejado de ser un servicio público para transformarse en la portavocía oficiosa de Moncloa. No es de extrañar el que dicha posición recibiera un rotundo rechazo a través del voto del público, que dio a la participante israelí –superviviente de la masacre de Hamás- un segundo puesto que no sabemos si en circunstancias normales habría logrado. Pero escandalizarse, a estas alturas, de la politización de Eurovisión, es una muestra de ignorancia o mala fe, pues dicha politización ha estado siempre presente, manifestándose con mayor o menor descaro según los momentos. Exigir, en el contexto concreto actual, reformar o revisar el voto popular, es cinismo e hipocresía.
Pero en esta exigencia aparece, de nuevo, una perversión de la idea de democracia, que vemos con frecuencia en nuestro país, defendida por nuestra reaccionaria paleoizquierda. Y es la convicción de que “se vota mal”, cuando la gente elige opciones que no son las defendidas por nuestra élite progresista de izquierda. Ésta, desde una pretendida superioridad moral, pretende dictar cuál es el modo correcto de pensar, de actuar, de votar…que será el que coincida con sus postulados, considerando que está en posesión de la verdad, permaneciendo el resto en el error, en la ignorancia o el fanatismo. Según este modo de pensar, nos equivocamos porque aún no hemos descubierto la verdad, que es la suya, por supuesto.
Es preciso desmontar esta falacia. Rechazar esa supuesta y nunca bien demostrada superioridad, que, a poco que se argumente, se desmonta. Recordar que cada individuo es un ser libre, con derecho a expresar sus propios pensamientos y ser respetado, aún cuando esté equivocado. Vivimos tiempos difíciles para la libertad de opinión, con la tentación castrante de autocensurarnos, para no atraer las iras de los autoproclamados “progresistas”; para evitar ser cancelados por los neoinquisidores de lo políticamente correcto o ajusticiados en la plaza pública de las redes sociales. Mala época para pensar en libertad, para ir contracorriente, para recordar que las cosas no son blancas o negras, sino que admiten multitud de matices.
Frente a esto, hay que ser divos y divas valientes y poderosos, aunque en nuestro jardín haya más espinas que rosas. Y, por supuesto, reivindicar nuestro derecho a “votar mal”.
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