Vivienda: cuando tenerlo todo tampoco es suficiente

No puedes mantener a toda una generación al borde del abismo indefinidamente sin esperar consecuencias.
The post Vivienda: cuando tenerlo todo tampoco es suficiente first appeared on Hércules.  Hace unos días, hablando con unos amigos, surgió el tema de siempre: la vivienda. Ese elefante en la habitación del que ya casi nadie se atreve a hablar sin un suspiro de resignación. Y no es para menos. Todos conocemos a alguien que lleva meses e incluso años buscando sin encontrar nada decente o que se ha tenido que meter en una hipoteca de por vida para un piso que no cumple ni con la mitad de sus expectativas. Es un tema que, de una forma u otra, nos afecta a todos. Yo, sinceramente, creía que estaba en una buena posición para afrontarlo. Pero aquí estoy, sorprendido por una realidad que se ha vuelto asfixiante.

Me considero un privilegiado, con buenos ingresos, ahorros y una pareja estable que está en la misma situación. Nos vamos a casar y nos va bien profesionalmente. No voy a mentir: puedo plantearme comprar una casa. El problema es que todo lo que puedo permitirme está muy por debajo de nuestras expectativas: pisos pequeños, en zonas demasiado alejadas de nuestros trabajos o en condiciones muy cuestionables. Nada que se ajuste a lo que pensábamos que sería normal. Y entonces te preguntas: si yo, con esta posición de ventaja, estoy así… ¿cómo está el resto de la gente joven?

Pues mal. Según los datos del último informe del Banco de España, el 87% de los jóvenes que consiguen emanciparse comparte vivienda para reducir gastos. No lo hacen por elección, sino porque la alternativa es seguir en casa de sus padres. Solo 1 de cada 4 personas entre 30 y 40 años ha conseguido comprar una casa. Y mientras tanto, el 80% de nuestros padres y abuelos, con más de 60 años, tiene su vivienda pagada y en propiedad. ¿Qué demonios ha pasado para que en dos generaciones hayamos llegado a este punto?

El problema es más profundo de lo que parece. No es solo cuestión de precios altos, es el resultado de un cambio estructural en nuestra economía. Se supone que los jóvenes de hoy trabajamos de manera más eficiente, estamos más cualificados y más preparados. Sin embargo, acumulamos mucho menos patrimonio que las generaciones anteriores. Alguien nacido en 1985 ha llegado a los 45 años con un 50% menos de riqueza que sus padres a esa misma edad. El acceso a la vivienda, que antes era una meta razonable para cualquier familia de clase media, se ha convertido en una carrera de obstáculos que solo unos pocos pueden ganar.

La cuestión es que hemos interiorizado esta situación como si fuera normal. Compartir piso a los 30, alargar la dependencia familiar hasta bien entrada la treintena o resignarse a alquilar toda la vida ya no sorprende a nadie. Y no debería ser así. Porque no es solo un problema económico, es un problema de futuro. Sin vivienda no hay estabilidad. Sin estabilidad, no hay posibilidad de desarrollar un proyecto de vida a largo plazo. ¿Cómo vas a plantearte tener hijos, emprender o siquiera ahorrar, si el mayor porcentaje de tus ingresos se lo lleva el alquiler?

Lo preocupante es que todo esto está acumulando una tensión social que, si no se aborda, acabará estallando. Nos encontramos en un cóctel explosivo: miles de jóvenes frustrados, atrapados en trabajos precarios y sin posibilidades de mejorar sus condiciones de vida. Personas que, después de años de esfuerzo, ven cómo los precios de la vivienda suben más rápido que sus salarios. Esa frustración crece en silencio, pero llegará un momento en que no se podrá ignorar. ¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que el descontento se convierta en algo más?

Ya lo hemos visto en otros países. Cuando una generación entera pierde la fe en el sistema, las consecuencias son impredecibles. Desde protestas masivas hasta movimientos antisistema, el malestar se expresa de muchas maneras. España no está tan lejos de esa realidad. La combinación de desigualdad, precariedad y falta de expectativas es una bomba de relojería que nadie parece dispuesto a desactivar.

Esto no es una cuestión ideológica. Es una realidad objetiva que, si no se afronta con valentía, llevará a una crisis social de dimensiones imprevisibles. No puedes mantener a toda una generación al borde del abismo indefinidamente sin esperar consecuencias. Así que más vale que empecemos a tomar este problema en serio, porque lo que está en juego es mucho más que el acceso a una casa: es la estabilidad de toda nuestra sociedad.

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