China acosa, las democracias callan

Sin necesidad de disimularlo, China viene persiguiendo a todos aquellos ciudadanos pertenecientes a su inventario que tras defender asuntos pro occidentales en su propio suelo siguen defendiendo los derechos humanos aunque estas acciones las propaguen ahora fuera de sus fronteras
The post China acosa, las democracias callan first appeared on Hércules.  En marzo de 2019, un magnate chino muy popular en las redes sociales llamado Ren Zhiqiang, osó criticar mediante un artículo al gobierno del Partido Comunista chino (PCCh). La razón: la deplorable manera de entender y tomar acciones contra la pandemia de COVID que precisamente salieron de sus fauces dictatoriales. Sólo un mes después, al elemento crítico se le inició una investigación, no por haber señalado la mala gestión gubernamental, sino por presunta corrupción, en los clásicos eufemismos mandarines que acaban con los señalados o muertos o desaparecidos o con cadenas perpetuas. Tras aquella jugada clásica, fue condenado a 18 años de cárcel, que dada su edad –es septuagenario– y la manera intransigente de las feroces maneras que utiliza China para entender su mundo penitenciario, darán –muy seguramente– con Ren muerto dentro de una celda, y si no, al tiempo. Desde que la sentencia se hizo pública –los cargos se cuadruplicaron para sacárselo de encima: corrupción, aceptación de sobornos, malversación de fondos y abuso de poder–, nadie sabe nada, absolutamente nada, de Ren, al que además endosaron una multa de 620.000 dólares.

Que en aquel artículo, crítico con la gestión de Pekín, tildara una sola vez de payaso al presidente chino Xi Jinping, fue en realidad la razón de su actual situación, que sin duda será la definitiva a nivel vital. Porque si contra la dictadura china nadie puede posicionarse, hacer lo propio contra Xi Jinping, el chino con más poder desde Mao Zedong, es una temeridad de tal calibre que sólo conllevaría a sus practicantes la cárcel, la desaparición o la muerte. 

La fuerza centrífuga china, que todavía hay muchos tuertos mentales que la ignoran calificándola de bondadosa, somete, además, a los disidentes chinos que tuvieron que huir de su país a través de los familiares de estos, que sin la posibilidad de marchar de China, son parte de un plan criminal que los presiona y persigue hasta límites insospechados. Porque la razón de este artículo no es otra que contar cómo el gobierno de Pekín ya mutila libertades fuera de sus lindes, donde se incluye a la degenerada Europa, la cual se ha venido convirtiendo con el paso de los años en la cañería podrida del club de alterne sito en la carretera terciaria más polvorienta del Cáucaso. Porque si en China ni se vota ni se respetan los derechos humanos más elementales, en Europa se vota para que los dictadores mandarines y sus tejidos mafiosos nos coman por los pies. 

Tras un lustro sin hacerlo, el pasado 5 de mayo, y coincidiendo con el sesenta aniversario de las relaciones diplomáticas retomadas entre las repúblicas francesa y popular de China, Xi Jinping y su señora, Peng Liyuan, realizaron una visita oficial donde, entre otros, fueron recibidos por su homónimo francés, el presidente Emmanuel Macron, el cual trató el asunto ruso-ucraniano sin profundizar–porque es lo que, en teoría, demanda la plebe europea– cuando se omitió, para no generar molestias del gigante asiático, las varias patas de la mesa que habría que corregir de una santa vez: las persecuciones a los pueblos tibetano, uigur y hongkonés; las reiteradas amenazas y acoso contra la independiente Taiwán; y de la que nadie se atreve a hablar: ¿cómo es posible que en territorio europeo la maquinaria depredadora de Pekín pueda perseguir a los disidentes que un día huyeron de sus fauces? O en otras palabras: ¿para qué sirven la ley y el orden en Europa si China hace y deshace a su antojo aquí mismo, a escasos metros de nuestros hogares? 

Sin necesidad de disimularlo, China viene persiguiendo a todos aquellos ciudadanos pertenecientes a su inventario que tras defender asuntos pro occidentales en su propio suelo siguen defendiendo los derechos humanos aunque estas acciones las propaguen ahora fuera de sus fronteras. Y las democracias europeas, mientras tanto, a verlas venir aceptando la intromisión, arrodilladas y sin visos de volver a ponerse en pie, en una triada en las rodillas de manual. 

El caso de Jiang Shengda es la punta del iceberg. Líder del grupo Le front de la liberté, los días previos a la llegada de Xi Jinping a París se encontraba bajo una presión intolerable: a ocho mil kilómetros de distancia su propia madre le llamaba continuamente. Aquello, claro está, sólo tenía que ver con las acciones que regularmente las autoridades chinas cometen contra los familiares de sus disidentes. Esto es, presionar a ese familiar hasta la extenuación para que el exiliado sepa a lo que atenerse. Algunos no son capaces de aceptar el martirio y reculan; otros, como Jiang, no tuercen el brazo, a sabiendas de que su rectitud y moralidad podrían convertir a su madre en carne de presidio o quién sabe si de albóndigas. 

China lleva años extendiendo su presión lejos de sus fronteras por dos razones concretas: su interés en que sus políticas se ejerzan independientemente de dónde, añadiendo el drama absoluto: que en la mismísima Europa nadie sea capaz de pararles los pies. Tras las coacciones a los familiares de la diáspora el poder mandarín acomete sus amenazas con nuevos métodos de extorsión: la vigilancia electrónica, donde desde Pekín se estudian al dedillo sus movimientos y opiniones en las redes sociales por si alguno de sus comentarios fueran críticos contra el gobierno comunista. ¿Y esta es la potencia que el planeta necesita para descabalgar a los Estados Unidos? ¿En serio?

De todas formas, la intimidación, amenazas y acoso son métodos que desde al menos 2012 China lleva ejerciendo contra su diáspora menos fiel independientemente de donde resida. El asunto grave ahora es comprobar cómo en Europa ninguna de sus democracias toma medidas contra sus ciudadanos, que en no pocos casos incluso fueron nacionalizados para rubor general. Recalco: ya no conservan el pasaporte chino. Con este ejemplo –y son muchos más– debe quedar claro que en al menos lo que llevamos de siglo la dictadura china abarca unos éxitos clamorosamente evidentes mientras que las democracias europeas siguen embarradas entre el no generar un problema diplomático y la estúpida burocracia que todo lo ralentiza hasta límites insospechados. Sumen a todo esto que tampoco el periodismo está en su mejor momento, por lo que este tipo de noticias, no es que no sean tratadas en los informativos, por que ni siquiera se publican en un simple breve del diario menos esencial que ustedes hayan leído nunca. 

Cuando en 2018 Jiang Shengda dejó su país para incrustarse en Francia, una democracia ejemplar supuestamente basada en la libertad, la igualdad y la fraternidad, nunca pudo imaginar que las fauces del PCCh iban a llegar hasta el mismo centro de París sin temor a ser interceptadas por los gendarmes. En China ejercía de artista y activista en pro de los derechos humanos. Y ya en Francia, ha liderado protestas y organizado performances culturales contra el autoritario gobierno de Pekín. Pero el problema llegó unos días antes de la llegada de Xi a Francia en visita oficial, ya que fue cuando su madre le llamaba repetidas veces. Y eso, no sólo para Jiang, sino para cualquier ciudadano chino, sólo podía significar que Pekín estaba redoblando sus presiones mientras la ONU toca las palmas con las orejas en tanto desvía la atención para que la opinión pública crea que lo que necesariamente hay que tratar sea la tala indiscriminada del 1% de un bosque sito en Eslovaquia. 

El caso de Nuria Zyden es parecido en su calamidad. En 2014 tuvo que dejar China tras los problemas que obtuvo por defender a su comunidad, la uigur, del aplastamiento al que se ven sometidos por los chinos han. La región de Xinjiang, la cual no es que no sea autónoma sino que junto con Tíbet es la menos autónoma, no es ni el 10% de lo que era y Zyden, desde Irlanda, lucha para que el mundo sepa la excelsa represión que desde Pekín se ofrece, un día y el otro también, contra los uigures, pueblo abandonado hasta por sus propios hermanos musulmanes, que miran hacia otro lado gracias a las generosas políticas de inversión de Xi Jinping en países que tienen al petróleo por castigo. Y de esto el Corán no decía nada.  

Zyden, que también recibió las llamadas de su madre para advertirle de que no regresara jamás a China, sufrió una experiencia terrible en Bosnia durante el pasado Congreso Uigur Mundial (WUC, por sus siglas en ingles), en donde aseguró públicamente que dos ciudadanos chinos la persiguieron y amenazaron antes, durante y después del evento. Al regresar a Irlanda, un familiar le informó que su madre había sido interrogada en numerosas ocasiones por la policía china. Zyden sabe que jamás podrá regresar a su tierra. Por eso lucha por ella. Concretamente, por los que se quedan sin posibilidad de escapar o manifestarse. 

En no pocos casos a los disidentes que se fueron se les congelan sus cuentas bancarias en China, consiguiendo así que los lazos con sus familiares se vean nuevamente confiscados. La vigilancia de Pekín incluye a todos aquellos seguidores y aliados de los discrepantes. Porque China no balbucea; Europa, sí. 

Lo que queda claro es que las democracias más importantes (Estados Unidos, Reino Unido y cada uno de los países que conforman la Unión Europea) se ven incapaces de reaccionar ante lo que hace años eran señales y ahora son acciones concretas. China, y no sólo en el mundo de los drones, saca una buena ventaja al resto del mundo. Porque lo próximo será que un disidente chino, en vez de buscar refugio en alguna de las más importantes democracias del mundo, se sienta más seguro mudándose a África. Porque visto lo visto. 

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