Digámoslo con claridad: el señor Conde Pumpido no es nadie para dar órdenes a ningún juez español
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Querido lector, como supongo que no sabes latín, te traduzco la anterior frase: “No obedeceré”. La pronunció Lucifer al sublevarse contra el Altísimo. Hoy día se usa como eslogan de rebeldía. Pero, ¿Qué tiene de encomiable rebelarse contra la autoridad divina?
Quizás el presidente del Tribunal Constitucional, Conde Pumpido, se figure que los magistrados de la Audiencia Provincial de Sevilla sean unos diablillos togados. Y todo porque se han atrevido a iniciar los trámites para plantear una cuestión ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea en el celebérrimo asunto de los “ERE” (expedientes de regulación de empleo). Como es sabido, el Tribunal Supremo confirmó la condena por prevaricación que dicho órgano jurisdiccional había impuesto a los expresidentes de la Junta de Andalucía Griñán y Chaves, si bien terminó siendo declarada en muy buena medida contraria a la Constitución, por lo que tan ilustres acusados vieron aliviada su condición de reos por corrupción. Ahora los integrantes de la Audiencia sevillana abren la vía para que las instancias supranacionales europeas determinen si la Corte de Garantías del Reino de España se excedió en sus funciones. ¿Se creerá Conde Pumpido Dios?
Lo digo porque se rumorea que, indignado ante tamaña osadía, acariciaría la idea de querellarse contra los jueces que lo cuestionen. Parece, sin embargo, que está encontrando mayor resistencia de la esperada, pues los servicios jurídicos del Tribunal Constitucional no han encontrado obstáculo legal en acudir a la justicia europea. Es más, el presidente de la Audiencia Provincial de Sevilla no ha accedido a entregarle copia de la documentación procesal que le reclamaba.
Digámoslo con claridad: el señor Conde Pumpido no es nadie para dar órdenes a ningún juez español. Él ni siquiera es juez en sentido propio, pues los miembros del Tribunal Constitucional no pertenecen al Poder Judicial, sino que son elegidos directamente por el Parlamento. Por eso es tan encomiable la dignidad de los magistrados sevillanos que no ceden ante las presiones. Y, no lo olvidemos, también de la letrada de los servicios jurídicos que emitió su dictamen con libertad de conciencia.
Los delirios de grandeza son síntomas de la fase terminal de algunas enfermedades mentales. ¿Le recomendaremos al señor Conde Pumpido una temporada en un psiquiátrico? Bueno, quizás se trate de otra cosa, de un deseo de emular el pasado clásico, ya que los emperadores romanos se convertían en dioses cuando el Senado así lo reconocía en una ceremonia denominada “apoteosis”. Eso sí, después de la muerte. En realidad, no siempre, ahora que me acuerdo, Caligula fue adorado en vida. Con tan egregios precedentes, quien sabe si nos aguarda un futuro de equinos togados.
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