Necesitaremos un verdadero estadista que sepa restañar las profundas heridas que unos políticos inconscientes y suicidas han abierto en la sociedad española. Quizá deberíamos mirar a Roma y tomar ejemplo de lo que ha sucedido en el cónclave
The post El patio de Monipodio first appeared on Hércules. Narra Miguel de Cervantes, en una de sus Novelas Ejemplares, Rinconete y Cortadillo, como dos golfillos, Pedro del Rincón y Diego Cortado, llegados a Sevilla con la intención de dedicarse al noble arte del hurto, son advertidos de que allí no se podía robar sin el permiso y amparo del señor Monipodio. Conducidos a casa de tal patrón, donde se reunía la flor y nata del hampa sevillano, quedan bajo la protección de Monipodio, comenzando su noviciado como ladrones. Cervantes nos ofrece una irónica y realista descripción de los bajos fondos de aquella ciudad, puerto de las Indias, en la que imperaba una “descuidada justicia”. A partir de esta deliciosa obrita, la expresión “patio de Monipodio” ha venido a ser equivalente a lugar de reunión de ladrones y todo tipo de maleantes. Y, probablemente, sea la mejor metáfora de la España actual. Un país en el que cada día vemos como aparecen nuevos casos de corrupción política, nuevos escándalos que hacen olvidar el anterior, pasando ante nuestros ojos toda una caterva de personajes y personajillos que se han servido presuntamente de lo público para enriquecerse, lograr prebendas o situar en puestos privilegiados a afines, creando una tupida red de clientelismo político. Por ello es necesario que, con ojos críticos, miremos a nuestro actual patio de Monipodio con detenimiento, no dejando que la vorágine de informaciones nos lleve a una especie de ataraxia colectiva que permita a los culpables salir indemnes de las responsabilidades que les atañen por este lodazal en que han transformado España.
Porque es posible que, incapaces de asimilar el continuo goteo de noticias referentes a comportamientos presuntamente delictivos del entorno de Moncloa, hayamos perdido la perspectiva, o, lo que puede ser peor, nos hayamos acostumbrado al ambiente de corrupción y al clima de ineficiencia que amenaza con hundir a nuestro país. No somos conscientes de que una nación que, con sus virtudes y defectos, era homologable a cualquiera de nuestros vecinos europeos, se está transformando en la viva imagen de auténtica república bananera, en un proceso que nos puede convertir en una anocracia, ese sistema de gobierno en el que se mezclan rasgos propios de una democracia con los de un régimen autoritario. Cada día vemos como el poder legislativo es obviado y el judicial amenazado, los medios de comunicación son puestos al servicio del poder, mientras instituciones públicas o dependientes del Estado se convierten en sinecuras repartidas entre amigos, familiares o fieles seguidores. No hay ámbito que no haya sufrido esta injerencia, cayendo en manos de incompetentes incapaces de gestionar con eficiencia.
Hemos comprobado, tal vez sin ninguna sorpresa, a través de la serie de whatsapp que estos días se han ido escalonando en los medios de comunicación, cómo un personaje bastante desaconsejable desde el punto de vista ético, manejaba los hilos para hacer caer políticos que no interesaban, acallar disensiones internas, amenazar a quien no se plegara a los deseos del líder supremo. Conversaciones de barra de bar convertidas en hoja de ruta para hacer cumplir la voluntad incontestable de quien ha demostrado que jamás ha buscado el ejercicio del poder para servir al bien común, sino como fin único, objetivo esencial de su existencia. Lo dramático es que, como todos los liderazgos tóxicos, aún genera, en un amplio grupo de ciudadanos, una adhesión que es incomprensible más allá del fanatismo político que, una vez más, amenaza con destruir la convivencia entre los españoles. Parece que, adormecidos por la propaganda oficial o por el miedo a traicionar ideales muy entrañados, o por el menos confesable interés de no perder las prebendas recibidas, cierran los ojos, como los monos de Gibraltar en la vieja canción de Víctor Manuel, para no ver el cúmulo de tropelías, de abusos de poder, de intromisiones en el ámbito de la justicia, de mentiras flagrantes, de incapacidad de gestión y de sometimiento a los intereses de unas minorías que buscan precisamente destruir el modelo de Estado que nos ha proporcionado paz y estabilidad, en el que se halla inmerso. Pocas veces en nuestra historia contemporánea han sido tantos y de tan gran nivel los casos de presunta corrupción con que se ven salpicados personajes del entorno presidencial. Y es de temer que seguirán en aumento, mientras Él permanece impertérrito, “impasible el ademán”, tal vez convencido íntimamente de su carácter mesiánico, de su función palingenésica, de su predestinación como líder único, supremo y verdadero.
La Historia nos enseña que estos liderazgos tóxicos antes o después acaban cayendo, dejando tras de sí una estela de desolación. Ni siquiera Napoleón pudo evitar su Waterloo –hay lugares que parecen designados a tener un papel histórico- y su destino fue acabar en una perdida isla en medio del Atlántico. Pero él había unido a los franceses y su memoria fue siempre cultivada por un pueblo que veía en el emperador una de sus grandes figuras. En nuestro desgraciado caso, sólo quedará la división, el enfrentamiento, el retroceso económico –más allá de las grandilocuentes soflamas gubernamentales-, la inestabilidad política. Habrá que reconstruir el prestigio perdido de las instituciones, renovar el funcionamiento de los cada vez más deteriorados servicios públicos, garantizar la libertad e independencia de los medios de comunicación. Necesitamos pasar página para poder afrontar los grandes retos de nuestro futuro que están aparcados porque en la agenda política prima la inmediatez, el sobrevivir un día más en el poder, mientras nuestros problemas se acrecientan.
Sobre todo, necesitaremos un verdadero estadista que sepa restañar las profundas heridas que unos políticos inconscientes y suicidas han abierto en la sociedad española. Quizá deberíamos mirar a Roma y tomar ejemplo de lo que ha sucedido en el cónclave, en el que, ante una Iglesia en la que se habían generado, a lo largo de los últimos años, profundas divisiones, los cardenales han escogido como papa a una persona moderada, alejada de ambos extremos, con una gran formación intelectual y profunda experiencia vital. La pregunta del millón es quién será el León XIV que necesita, urgentemente, España.
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