Europa, esa solterona fría y loca de celos

Cuando a la cuna de la civilización se la caricaturiza de la manera que hizo Dimitri Medvedev y a la vista de que Europa es un cero a la izquierda en las negociaciones de paz de Ucrania, quizá haga falta reflexionar sobre ciertos asuntos esenciales de porque Europa está sumida en la irrelevancia
The post Europa, esa solterona fría y loca de celos first appeared on Hércules.  Hace unos días, el vicepresidente del Consejo de Seguridad Nacional y expresidente ruso, Dimitri Medvedev, calificó a la UE como una «solterona fría y loca de celos… es débil, fea e inútil». Estos calificativos, por mucho que nos duelan tanto por su dureza como por su origen, nos describen a la perfección. La situación geopolítica actual ha mostrado que la UE está sentada en la mesa de los niños cuando se trata de los asuntos de interés mundial.

La actitud lastimera y la imagen decadente que se proyecta al exterior vienen precedidas por el hecho de que, en estos tres años, la UE ha sido ese conglomerado de primos que han pagado los platos rotos de una contienda absurda, una contienda que solo ha beneficiado a EE. UU. y a China.

El 24 de febrero de 2022, el continente europeo volvió a sufrir las consecuencias de un fenómeno tristemente conocido: la guerra apareció en el mismo escenario 77 años después. La Operación Militar Especial del Ejército Ruso en Ucrania revivió lo que, en la Segunda Guerra Mundial, se dio en las llanuras ucranianas. Járkov, Dnipro, Odessa, Bajmut o Soledar son nombres que antaño aparecieron en los diarios bélicos durante la Operación Barbarroja, donde la Wehrmacht y el Ejército Rojo se enfrentaban. A día de hoy, varias décadas después, los contendientes son otros, pero la atrocidad de los combates, la tristeza, el sufrimiento y el horror son los mismos.

Tres años más tarde, parece que la pesadilla llegará a su fin, o al menos sobre el papel, puesto que parece que la plutocracia internacional así lo desea. Considero que es necesario reflexionar, en primer lugar, como españoles y como pertenecientes al «holding» UE/OTAN, sobre las consecuencias negativas que ha tenido esta contienda tanto a nivel económico como en términos de derechos y libertades. En segundo lugar, es necesario empezar a asumir que la realidad de un mundo multipolar será la que configure la geopolítica en menos de una década.

2014, el año en que empezó todo

En estos años, la UE ha asumido un papel de apoyo total a Ucrania, ya sea con dinero, armas, ayuda humanitaria, cobertura mediática y apoyo político. Europa ha puesto toda la carne en el asador y se ha convertido en el pelele al que le ha tocado el haba en el roscón de Reyes. Básicamente, esta guerra ha tenido una finalidad clara: comprobar las cadenas logísticas de transporte militar y transformar a Europa en un vasallo dependiente, sin importancia ni relevancia a nivel mundial.

El conflicto en Ucrania lleva vivo desde el año 2014, con el conocido como Euromaidán. Desde 2014 hasta 2022, el Donbass se ha estado desangrando silenciosamente en cruentas escaramuzas entre grupúsculos paramilitares prorrusos y el ejército ucraniano. La honestidad en la depuración de responsabilidades de la UE con el Euromaidán es un ejercicio que debe ser planteado por parte de la propia Unión. Además, se debe analizar cómo el establishment de la Unión ha ignorado sistemáticamente las tropelías que se han saldado en el Donbass entre 2014 y 2022, con más de 30.000 víctimas mortales.

No es baladí reconocer que en 2014 se prendió la mecha de un golpe de Estado que ha derivado en una situación extrema de guerra en el continente europeo, 80 años después. El hecho de que Rusia haya cometido una agresión y múltiples crímenes de guerra es indiscutible. Ahora bien, quien ha decidido apoyar esta guerra sin ambages y poniendo toda la carne en el asador ha sido la propia Unión y su élite burocrático-mafiosa, sin importar las terribles consecuencias que ello tiene para el pueblo.

Los años de silencio mediático sobre lo que ha pasado en Ucrania, por parte de la prensa sometida al salario mediático institucional de la UE, contrastan con la narrativa que se empezó a adquirir en 2022. Una narrativa en la que Zelensky ha sido encumbrado a la categoría cuasidivina del último adalid de la libertad y de la democracia en el mundo. Ucrania ha estado sumida bajo los designios de un líder megalómano que principalmente se ha limitado a mendigar ayuda militar, pasearse por eventos internacionales y liquidar a la oposición interna, mientras su pueblo se desangraba en la guerra contra Rusia.

Europa, por su parte, ha estado cumpliendo religiosamente con los designios de ayuda de Zelensky. A la vista están los tanques Leopard, los aviones F-16, entrenamientos personalizados a tropas y miles de millones de euros. Una ayuda probono en la que Europa ha estado pagando la fiesta en saco roto, se ha estado pagando la fiesta en pos de la «democracia», la «libertad» y el mundo woke. Europa no ha sacado nada más que una enemistad manifiesta con Rusia y se ha expuesto como la diana para futuros ataques rusos.

Las consecuencias para los europeos

Las consecuencias de esta guerra no solo las está sufriendo el pueblo ucraniano, quien está exhausto tras una cruenta guerra de tres años. En segundo lugar, hemos sido los europeos quienes hemos sufrido las consecuencias de esta cruel guerra. La inflación desbocada, con sus aumentos del coste de vida, el deterioro de los derechos civiles y políticos, así como la zozobra de guerra generalizada, causada por el poder mediático que ha buscado atormentar a la población.

Resulta evidente que el inicio de la contienda ha sacado a la luz las debilidades de Europa. La transición hacia una economía verde ha expuesto las vergüenzas de cómo la locomotora económica de Europa y varias potencias europeas han seguido comprando gas ruso, a pesar de su hipocresía. Cuando supuestamente se ha dejado de comprar gas ruso, ha sido el Tío Sam quien ha puesto las cartas sobre la mesa para vendernos el gas licuado al doble de precio, aumentando así los costes energéticos, de producción industrial y, en general, la energía.

Al final, el gas ruso ha llegado a Europa a través de terceros países al doble de precio y con el gas licuado norteamericano encarecido. Nuevamente, es el europeo de a pie quien paga las consecuencias de un conflicto provocado por los intereses de EE. UU. para relegar a Europa a ser un actor secundario. Las consecuencias económicas han sido nefastas y quien ha pagado ha sido quien menos culpa tiene, el ciudadano.

A nivel de derechos civiles y políticos, el de la libertad de expresión ha sido el derecho más cercenado en Europa. Con el pretexto de querer acabar con las «narrativas prorrusas», Europa ha optado por la censura. Tanto Sputnik como RT fueron vetados de manera directa y, no contentos con ello, se ha ideado la infame Ley de Servicios Digitales. Este cuerpo legal establece una inconstitucionalidad manifiesta, como lo es la censura previa sin autorización judicial.

Con la excusa de frenar las malvadas «narrativas prorrusas» mediante la creación de una jurisdicción privada que define qué narrativa es acorde, qué es lo que se puede debatir y cuál es la narrativa que el ciudadano debe tener, se les otorgan los poderes de juez a organismos privados que vigilan de manera inquisitiva lo que tiene que pensar el ciudadano. Europa ha asumido prácticas similares a las del autócrata al que repudia.

Se capa toda capacidad de contraste y sentido crítico para imponer una narrativa. El hecho de no poder contar con todo tipo de fuentes para contrastar y tener libertad de decidir qué postulados asumir es poco menos que un atropello al derecho más básico de la libertad de expresión. El denunciar este tipo de actitudes te convierte en un peligroso «putinista» para los supuestos garantes de la libertad y la democracia.

A modo de ejemplo, está el hecho de que cuando hay voces que denuncian esta situación o directamente han pedido una solución pacífica al conflicto, se les ha tachado de colaboracionistas con Putin, y directamente se ha intervenido en la decisión de un país soberano para moldearlo a lo que Bruselas quiere. Recordemos que lo ocurrido en Rumanía es uno de los mayores ataques a la soberanía de un estado miembro. Si Europa sigue provocando Euromaidanes, quizá crezcan los enanos.

El futuro es poco halagüeño, teniendo en cuenta que la censura y la intervención de la soberanía en pos del «bando del bien y de la libertad» se constitucionaliza con el conocido como «European Democratic Shield». La soberanía de los estados miembros de la UE está en entredicho y es necesario que la clase política nacional reclame la soberanía que le pertenece a cada país.

Una oportunidad para la refundación y el crecimiento

La actitud lastimera de la UE ha sido descrita de la mejor manera posible por Medvedev: Europa se comporta como una «Charo histérica» que pretende llamar la atención a base de una actitud de pesadez recalcitrante. EE. UU. ha usado a Ucrania para su fin y avisa a Europa a través de JD Vance. Como decía el refranero: «Si ves las barbas de tu vecino cortar…». Europa debería haber aprovechado para trabajar en cesar su dependencia en materia de seguridad de EE. UU. y en materia de energía de Rusia, y no haberse convertido en una meretriz barata que ha tirado millones y millones a fondo perdido por los designios de terceros.

Tal actitud ha relegado a la UE a la mesa de los niños en materia de geopolítica. Una posición que se ha ganado a pulso por los negligentes tecnofeudalistas que moran en Bruselas. Limar los dos puntos débiles de dependencia debe ser el motor de catarsis para un cambio, y por lo tanto, la refundación del proyecto de la UE debe venir de la mano de una llamada a la soberanía de las naciones, no de la mano de la imposición de los designios de la casta de la Comisión Europea.

Si se sigue con una postura de mantener una contienda absurda cueste lo que cueste, empobreciendo a los europeos, sin contar con su opinión y con una actitud lastimera, el retrato de Europa que dio Medvedev es más que acertado. Y, obviamente, Europa será una caricatura de lo que fue. Quizá es el momento de hacer autocrítica y de valorar por qué está ocurriendo esto; tal vez es hora de empezar a reclamar soberanía y no ser los vasallos del yugo «anglocabrón» ni de Rusia. Quizá es hora de construir un camino de avance para que la cuna de la civilización no acabe sus días caricaturizada como una solterona fría y loca de celos, que es débil, fea e inútil.

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