Las recientes declaraciones de Trump sobre controlar Groenlandia por razones de seguridad fueron recibidas por los groenlandeses también como una oportunidad para librarse de las manos danesas
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Imagen: Los inuits son el conjunto de pueblos indígenas que habitan los territorios del Ártico. | Fuente: Etnias del mundo
Ni si quiera había tenido lugar la investidura de Donald Trump cuando el presidente estadounidense volvió a una idea que le ha fascinado por años: adquirir Groenlandia para Estados Unidos. “Necesitamos Groenlandia por motivos de seguridad nacional”, dijo, argumentando que Dinamarca debería cederla para “proteger el mundo libre”. Ese mismo día, Trump escribió en redes sociales que la posible adquisición del territorio ártico “es un acuerdo que debe producirse”.
Ya durante su primer mandato, el republicano instó a sus ayudantes a explorar maneras de comprar Groenlandia, un territorio semiautónomo conocido por sus recursos naturales y su ubicación estratégica para las nuevas rutas marítimas que pueden abrirse al derretirse el hielo ártico debido al calentamiento global. Ese deshielo podría permitir la perforación en busca de petróleo y la extracción de minerales como cobre, litio, níquel y cobalto, recursos minerales esenciales para las industrias en rápido crecimiento que fabrican turbinas eólicas, líneas de transmisión, baterías y vehículos eléctricos.
Donald Trump Jr., segundo de izquierda a derecha, posa para una foto al llegar a Nuuk, Groenlandia, el martes 7 de enero de 2025. (Emil Stach / Associated Press)
Pero en Groenlandia también están los inuits, uno de los pueblos originarios del territorio que, pese a que rechazan la oferta de Trump, su relación con Dinamarca está llena de heridas del pasado difíciles de cicatrizar.
Hasta 1953, Groenlandia fue una colonia danesa. A partir de ese año, pasó a ser un condado más del país. En 1979, se convirtió en una autonomía y en 2009 amplió sus competencias a todos los ámbitos, excepto el de las relaciones internacionales y la defensa. Las recientes declaraciones de Trump fueron recibidas por los groenlandeses como una amenaza (de caer en manos de Washington) pero a la vez como una oportunidad de librarse de las manos danesas.
Niños utilizados como un experimento social
En los años cincuenta del siglo pasado, una veintena de niños inuit de varias aldeas de Groenlandia de entre cinco y nueve años fueron arrancados de sus familias y llevados a Copenhague a fin de que aprendieran danés. Dinamarca decidió poner en marcha durante esa década un experimento que cambió para siempre la vida de muchos habitantes de Groenlandia.
«Le preguntaron a mi mamá si estaba dispuesta a enviarme a Dinamarca. Aprendería a hablar danés y tendría una muy buena educación. Le dijeron que era una gran oportunidad para mí», explicó al programa Witness de la BBC Helene Thiesen, una de las niñas seleccionadas. En el proceso, colaboraron sacerdotes y maestros de escuela. También la rama danesa de Save The Children, que además participó en la concepción del proyecto.
El plan era que los pequeños inuits, crecidos y educados en Dinamarca, contribuyesen a mejorar la forma de vida de Groenlandia. En la época, el día a día era duro en esa tierra helada: la caza de focas era la principal fuente de recursos y la tuberculosis hacía estragos entre sus habitantes. A pesar de las reticencias iniciales, finalmente 21 familias decidieron participar en el experimento.
Según relató Thiesen, al llegar a Dinamarca, fue internada junto a otros 22 niños en una granja llamada Fedgaarden. Allí los recluyeron por temor a que tuviesen alguna enfermedad contagiosa, y finalmente ella desarrolló un eccema que le forzó a irse a vivir con la familia de un médico. “Nunca me sentí bienvenida. Era una extraña. La madre tenía problemas mentales y estaba acostada todo el tiempo”, relató.
Pasado un año, 16 de los 22 niños enviados a Dinamarca volvieron a Groenlandia. Thiesen contó que su madre la recibió con tristeza y que la trató como a una desconocida. Poco después, descubrió que ya no viviría con su familia, sino que se trasladaría a un hogar creado en Nuuk. La idea fue de la Cruz Roja Danesa, que consideraba que los críos que habían conocido buenas condiciones de vida no podían volver a otras «peores».
En un primer momento, el personal del orfanato de Nuuk intentó que los niños volvieran a aprender su lengua materna, una idea que el director del centro rechazó de inmediato: «No les pueden enseñar groenlandés. Estos niños necesitan ser educados para moverse hacia arriba en la sociedad. Así que solo se les hablará en danés». Décadas más tarde, en 1996 y con 52 años, Helene descubrió que había sido sometida a un experimento.
Mucho de los niños elegidos sufrieron desarraigo y cayeron en el alcoholismo, muriendo de forma prematura. En 1998, la Cruz Roja Danesa pidió disculpas por lo sucedido, algo que también lamentó Save the Children en 2009. La última en asumir responsabilidades -y la primera disculpa pública del Estado de Dinamarca- fue la primera ministra danesa Mette Frederiksen en el año 2020: “No podemos cambiar lo que sucedió. Pero podemos asumir la responsabilidad y disculparnos por aquellos a quienes deberíamos haber cuidado pero no lo hicimos”. “He estado siguiendo el caso durante muchos años y todavía estoy profundamente conmovida por las tragedias humanas que contiene”, dijo Frederiksen, quien envió una carta a cada uno de los seis niños que aún viven.
Miles de mujeres fueron esterilizadas forzosamente
Un grupo de 143 mujeres inuit demandaron en 2024 a Dinamarca por obligarlas a colocarse dispositivos anticonceptivos intrauterinos (DIU) en las décadas de 1960 y 1970, cuando algunas de ellas todavía eran niñas y adolescentes. El colectivo indígena señaló que, con esa práctica, se violaron sus derechos humanos. De hecho, algunas de ellas no tenían conocimiento ni habían autorizado someterse a ese procedimiento anticonceptivo.
La misma demanda se puso sobre la mesa un año antes, cuando 67 mujeres decidieron plantarse contra el Estado, exigiendo una indemnización o que se emprendieran acciones legales. Unos meses después, el número de mujeres denunciantes se duplicó. «Las más mayores tenemos más de 80 años, por lo que no podemos esperar más», declaró una de las mujeres, Naja Lyberth, a la emisora pública groenlandesa KNR. «Mientras vivamos, queremos recuperar nuestra autoestima y el respeto a nuestros úteros». Cada una de ellas reclamó una compensación de 300.000 coronas (unos 40.400 euros) al Estado.
El objetivo de haberles implementado este método anticonceptivo era limitar el crecimiento demográfico de Groenlandia, impidiendo los embarazos. La población de la isla ártica estaba aumentando rápidamente en aquella época debido a las mejores condiciones de vida y a la mejor atención sanitaria. Las autoridades danesas reconocen que hasta 4.500 mujeres y niñas —al parecer, la mitad de las mujeres fértiles de Groenlandia— recibieron implantes de espirales entre los años sesenta y mediados de los setenta.
En septiembre de 2022, los gobiernos de Dinamarca y Groenlandia iniciaron una investigación imparcial sobre el caso de los DIU y otras prácticas de prevención del embarazo llevadas a cabo en Groenlandia entre 1960 y 1991, cuando el territorio autónomo recuperó el control de su sector sanitario. No está previsto que la investigación presente su informe hasta mayo de 2025.
Naja Lyberth, la primera en denunciar
La psicóloga y activista por los derechos de las mujeres Naja Lyberth, originaria de Maniitsoq —al oeste de Groenlandia— fue la primera mujer en denunciar esta práctica. «Realmente no sabía lo que era porque nunca me lo explicaron ni obtuvieron mi permiso», dijo en declaraciones a la BBC.
En 1976, con apenas 13 años de edad, un especialista médico le dijo a la joven que acudiera al hospital local que le implantaran un DIU después de un examen rutinario. Por aquel entonces, cuenta su experiencia Lyberth, tenía miedo y no podía decírselo a sus padres. «Era virgen. Ni siquiera había besado a un chico».
A Naja Lyberth se le colocó un espiral a los 13 años como parte de una estrategia de control de la natalidad en Groenlandia. BBC
Lyberth declaró en octubre que, aunque ella había tenido un hijo a los 35 años, tras las dificultades para quedarse embarazada, muchas de las mujeres se dieron cuenta de que no podían concebir. Una mujer no se enteró hasta 2022 de que le habían colocado un DIU. Y otras habían experimentado secuelas como fuertes dolores, hemorragias internas o infecciones abdominales. «Era lo mismo que esterilizar a las niñas desde el principio», dijo entonces Lyberth.
En la actualidad, la mayoría de los groenlandeses quiere la independencia, pero muy pocos la quieren ahora. Dinamarca envía cada año cerca de 600 millones de euros que sostienen buena parte del sistema social de la isla. Los cuidados médicos y la educación, sin ir más lejos.
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