Vivimos en una época paradójica. Podemos comunicarnos al instante o movernos de una ciudad a otra a gran velocidad, pero sentimos que no tenemos tiempo. Respondemos correos mientras comemos, escuchamos podcasts o vemos videos a doble velocidad y sentimos que el día se nos escapa antes de haber hecho todo lo que tenemos en la
The post Hartmut Rosa, filósofo, “Vivimos tan acelerados que perdemos el contacto con la vida” appeared first on Mejor con Salud. Vivimos en una época paradójica. Podemos comunicarnos al instante o movernos de una ciudad a otra a gran velocidad, pero sentimos que no tenemos tiempo. Respondemos correos mientras comemos, escuchamos podcasts o vemos videos a doble velocidad y sentimos que el día se nos escapa antes de haber hecho todo lo que tenemos en la lista.
Para el filósofo y sociólogo alemán Hartmut Rosa, esto es el síntoma de una lógica que define nuestro tiempo: la aceleración. Su filosofía nos ofrece una forma de entender por qué, a pesar de correr tanto, sentimos que perdemos el contacto con nuestra propia vida, y qué hacer para recuperarlo.
¿Qué es la “aceleración social”?
Según Rosa, la vida moderna está regida por una aceleración que se ve en tres niveles:
- Aceleración del cambio social: es visible en los empleos y las estructuras familiares, que cambian a un ritmo vertiginoso.
- Aceleración técnica: es evidente en la velocidad de los transportes y de las comunicaciones, en los avances de la tecnología y de la producción.
- Aceleración del ritmo de vida: es la sensación de que necesitamos hacer cada vez más cosas en menos tiempo. Aunque la tecnología nos ahorra tiempo, ese tiempo se llena de inmediato con nuevas obligaciones.
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“Las presiones de la velocidad se sienten en todas las esferas de la vida: en el trabajo y en el ocio, en el cuidado y en la educación, en la vida familiar, incluso en nuestras vidas amorosas, cuando intentamos relajarnos, en nuestras vacaciones, etc.”.
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Las consecuencias en la vida cotidiana
Esta presión por optimizarlo todo tiene un coste que, según Rosa, nos lleva a la alienación, a una desconexión de nuestra propia vida. El mundo que nos rodea se vuelve “mudo”; es decir, las personas y las actividades dejan de “hablarnos” o afectarnos y se convierten en simples puntos en nuestra agenda.
- Nuestro presente se encoge: vivimos pensando en qué haremos a continuación. Por ejemplo, si visitamos un museo, pensamos en la foto que subiremos a las redes, en lugar de conectar con las obras.
- Las relaciones se vuelven instrumentales: las personas se convierten en un medio para un fin. Un amigo pasa a ser un “contacto” y una conversación es una oportunidad de networking. Todos los vínculos pierden su valor.
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“Tenemos que entender que la totalidad de nuestra forma de vida es incorrecta, que nuestro modo de existencia, de ser en el mundo, es altamente problemático, ya que nos conduce hacia vidas aisladas, desesperadas, solitarias, frías e indiferentes. Una vez que superemos la alienación, podremos fácilmente encontrar caminos para superar la injusticia y la explotación”.
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La alternativa de recuperar la “resonancia”
Como antídoto a esta existencia acelerada, Rosa propone el concepto de resonancia. “La resonancia es lo opuesto de la alineación”, dice. En lugar de ser sinónimo de relajación o meditación, es una forma de relación recíproca con el mundo.
Una relación resonante es aquella en la que nos dejamos “tocar” por algo o alguien (es decir, que nos afecta) y, a su vez, respondemos a ese contacto, creando un diálogo que nos transforma. La resonancia puede surgir en cualquier momento:
- En una conversación donde realmente escuchamos y somos escuchados.
- Al caminar por la naturaleza y sentir el frío del viento en lugar de ignorarlo.
- Al escuchar una canción o leer un libro que nos conmueve y nos hace sentir comprendidos.
- En una relación resonante, cuando existe una voz que nos responde y nos devuelve el sentido de conexión.
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Cuando estamos alienados del mundo nos sentimos separados de él (…). El mundo allá fuera parece estar silencioso, frío y gris, y nosotros mismos parecemos estar en el mismo estado: internamente vacíos, drenados, mudos, etc. (…) En contraste, nos sentimos vivos y bien cuando nos sentimos conectados en un modo receptivo con nosotros mismos, con la naturaleza, el trabajo, nuestra familia, etc.”.
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Cómo cultivar la resonancia en un mundo acelerado
Una de las ideas clave de Rosa es que la resonancia no se puede planificar ni forzar. Intentar “agendar un momento de resonancia” sería caer de nuevo en la lógica de la aceleración. Como él menciona, “incluso si tratas de crear el contexto perfecto —una cena a la luz de las velas para tu amante o asientos perfectos para tu concierto favorito—, puede que no pase nada: puede no experimentarse ninguna resonancia”.
Lo que sí podemos hacer es crear espacios en nuestra vida que no estén dictados por un objetivo de rendimiento. Entonces, podemos planear momentos de ocio sin un propósito definido o tener conversaciones sin que exista una agenda. Es en esos momentos cuando el mundo puede volver a “hablarnos”.
Así, Hartmut Rosa nos invita a reevaluar nuestra relación con el mundo. Piensa en la última vez que sentiste una conexión así, un momento de resonancia. Pudo ser con una persona, en un lugar, al escuchar una canción… ¿Qué lo hizo posible? A menudo, la respuesta está en haber dejado de lado la prisa.
Imagen cortesía del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona.
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