El 1 de mayo refleja el desgaste de los sindicatos tradicionales, con movilizaciones menguantes y críticas a su cercanía con el poder político
The post La procesión de los parásitos first appeared on Hércules. Llega el 1 de mayo, Día del Trabajador. Y como cada año, en vez de celebrarse al que madruga, al que emprende, al que levanta el país con esfuerzo real, salta a escena la procesión de los parásitos. Una romería cutre, subvencionada, con pancartas impresas en el Ministerio y bocatas de panceta sindical.
Ahí van, los de siempre. UGT, CCOO, los liberados de por vida, los que no han cotizado ni por error en la vida real, pero llevan treinta años liberados para defender “los derechos del trabajador”. Es decir, su chiringuito. Gritan contra el sistema mientras lo ordeñan. Claman por justicia social mientras se ponen ciegos de gambas a cuenta del contribuyente. Un espectáculo tan grotesco como previsible.
Y para rematar el show, la foto del año: Yolanda Díaz —vestida como si acabara de salir de un concierto de indie universitario en 2007—, de la mano de los jefes sindicales, sonriendo como si fueran estrellas del pop en una gira por el Imserso. Una ministra de Trabajo que jamás ha trabajado en la empresa privada, paseando entre banderas rojas con los jefes de los sindicatos subvencionados. Es tan obsceno que roza lo cómico.
Pero este año hay una diferencia: ya no engañan a nadie. Sus manifestaciones son un chiste. Cuatro gatos, cuatro banderas, y más cámaras que asistentes. Cada vez menos gente les sigue la farsa. Porque el trabajador de verdad está harto de estos sindicalistas de moqueta y croqueta. Harto de que hablen en su nombre los mismos que viven del cuento, que pactan con el poder, que cobran del gobierno mientras simulan oponerse a él.
Porque sí, en España el sindicato y el gobierno van de la mano. Van juntos a las manifestaciones. Juntos a la mariscada. Juntos al teatro. Uno subvenciona, el otro finge protestar. Y todos a vivir del presupuesto. Son socios, no enemigos. Son aparato. Son el sistema.
Pero no os preocupéis: ya están calentando. No por el trabajador, no por la inflación, no por los impuestos confiscatorios que revientan a la clase media. Están entrenando para la verdadera lucha sindical: cuando cambie el gobierno y tengan que volver a fingir que les importa algo. Entonces sí: huelgas generales, pancartas, dramatismo. Porque su oficio no es defender al obrero. Es sabotear al adversario político.
Este 1 de mayo no representa el día del trabajador. Es el día del enchufado, del que vive de la épica ajena, del que se limpia la boca con grandes palabras mientras hace caja. Y por suerte, cada vez más gente se da cuenta. Cada año son menos. Cada año hacen más el ridículo. El pueblo los está dejando atrás. Y ellos, en vez de mirarse al espejo, gritan más fuerte. A ver si alguien les escucha. A ver si alguien todavía pica.
Pero ya no. Porque ya no cuela. Porque ya no sois obreros: sois funcionarios del victimismo. Y porque ya no dais miedo: dais pena.
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