¿Quién será el siguiente en la lista?
The post La revolución siempre devora a sus hijos first appeared on Hércules. Cuando la izquierda radical se lanza a construir un mundo donde la presunción de inocencia es un vestigio patriarcal y la cultura de la cancelación es la nueva Inquisición, lo único que hace falta para que caigan sus propios apóstoles es un pequeño empujón. Juan Carlos Monedero es solo la última víctima de la maquinaria que él mismo ayudó a engrasar.
Desde hace años, el progresismo patrio nos ha vendido la idea de que vivimos en un sistema opresor, dominado por los hombres, donde cualquier mujer que se atreva a denunciar debe ser creída sin pruebas. No es necesario demostrar nada: la palabra de la víctima es suficiente para destruir la vida de un hombre. Esta lógica perversa es la que impulsó la Ley del Solo Sí es Sí y la que ha llevado a personajes como Monedero o Errejón a abrazar un feminismo inquisitorial. Pero ahora, les ha explotado en la cara.
No sorprende que Monedero sea el enésimo supuesto “aliade” que termina en la diana de las denuncias por acoso sexual. Durante años hemos visto a otros ejemplos paradigmáticos de la doble moral progre: desde el mismísimo Pablo Iglesias y sus mensajes infames sobre Mariló Montero hasta los desplantes de Errejón y su posterior ostracismo dentro de Podemos. Son aquellos que más alardean de su “deconstrucción” los que, en la práctica, resultan ser los peores depredadores. La realidad es que el discurso feminista radical no es más que una cortina de humo para que estos personajes puedan seguir actuando con total impunidad.
Lo más significativo no es el contenido de las acusaciones en sí, sino el hecho de que el destino de Monedero estaba sellado desde el momento en que su nombre apareció en la palestra. A la izquierda no le hace falta un juicio ni pruebas; bastan las sospechas, el rumor o el simple testimonio anónimo. Así ha funcionado siempre la maquinaria del feminismo radical: primero te señalan, después te linchan y, si te atreves a defenderte, eres culpable por partida doble.
Monedero ha sido fulminado no porque sea un degenerado salido (cosa que muchos podrían intuir desde hace tiempo), sino porque en su propio mundo de dogmas feministas, la condena social es automática. No hay lugar para la duda, ni mucho menos para una defensa legal. No hay presunción de inocencia porque ellos mismos la destruyeron. Y ahora, cuando es él quien cae bajo el yugo de su propia ideología, grita que es “injusto” y que “se ha cometido un error”. Pues bien, bienvenido a tu propio sistema, Juan Carlos.
En su día, la izquierda pensó que podía construir una narrativa imbatible: la de los hombres aliados del feminismo, paladines de la causa, caballeros de la justicia de género. Se rieron de quienes advertimos que este discurso no se sostenía, que las leyes de género despojaban de garantías básicas a los acusados y que el feminismo hegemónico estaba construyendo un Frankenstein que acabaría devorando a sus creadores. Pero la historia es cíclica. Y, como siempre, la Revolución termina devorando a sus hijos.
La paradoja es que, cuando estos mismos “aliades” caen en desgracia, no hay nadie que los defienda. Sus antiguos compañeros de filas, que ayer aplaudían su discurso, hoy los abandonan a su suerte. La progresía es implacable con los caídos. Ione Belarra, Yolanda Díaz y el resto de la cúpula de Podemos han actuado como lo hacían los comités revolucionarios en la URSS: se eliminan los elementos molestos y se sigue adelante como si nunca hubieran existido. Lo importante es preservar la maquinaria ideológica, y si para eso hay que sacrificar a Monedero, que así sea.
El problema de fondo no es Monedero ni Errejón ni el siguiente que caerá. El problema es el sistema que han construido y que ahora los devora. Un sistema que ha eliminado el debido proceso, que ha sustituido la justicia por los juicios públicos y donde la acusación equivale a una condena. Si Podemos, el feminismo radical y la izquierda en general hubieran defendido un mínimo de garantías, hoy podrían pedir un juicio justo para su camarada. Pero no pueden, porque si lo hicieran estarían reconociendo su error.
El feminismo institucionalizado, con su mantra de “hermana, yo sí te creo”, ha convertido la política en un teatro del absurdo. Los hombres en la izquierda deben probar su inocencia en un sistema donde la inocencia ya no existe. Y por eso caen uno tras otro. Podemos es el mejor ejemplo de un partido que ha cavado su propia tumba: ¿cómo van a defender ahora a Monedero sin contradecirse? No pueden. Y por eso lo han tirado por la borda.
La moraleja es clara: el feminismo radical no busca justicia, busca poder. Y el poder, como siempre, se cobra sus víctimas. No hay aliados permanentes, solo intereses. Y cuando alguien deja de ser útil para la causa, se le elimina sin miramientos. Monedero está viviendo en carne propia la misma purga que ayudó a crear. No da pena, porque es exactamente lo que él y los suyos promovieron durante años.
Así que no nos llevemos las manos a la cabeza. Esto no es una injusticia, es la lógica consecuencia del mundo que ellos mismos han construido. Un mundo en el que la presunción de inocencia no existe, en el que la palabra de una mujer es suficiente para arruinar la vida de un hombre y en el que el linchamiento público es la norma. Monedero no está siendo traicionado por su partido: simplemente está probando su propia medicina.
La Revolución siempre devora a sus hijos. Y los siguientes en la lista ya están temblando.
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