Que a Daniel sólo le hayan visitado –o realizado videollamada– las personas seleccionadas por su padre ha determinado que hasta hace muy poco siguiera creyendo que su paso por las prisiones tailandesas estaba cerca de llegar a su fin
The post La soledad del corredor de fondo: Daniel Sancho first appeared on Hércules. Diez de la mañana del miércoles 23 de marzo de 2025. Una traductora que llegó a acosar a Silvia Bronchalo para que le abone casi 200.000 dólares que le endosó su marido, Rodolfo Sancho, aún no sabemos por cuál concepto, entrega el recurso de 400 páginas que el propio Daniel Sancho, sentenciado a cadena perpetua el pasado 29 de agosto de 2024, ha firmado de su puño y letra. El juez, cuando tenga tiempo, lo leerá. Se aventura que hasta 2026 no habrá respuesta, la cual sería o mantener la misma pena y cantidad a indemnizar o elevar el castigo a pena de muerte ademas de triplicar el dinero que Daniel tendría que pagar, tarde o temprano, a la familia de Edwin Arrieta, que alcanzaría los 330.000 euros. Porque tras la lectura de la apelación no cabrá, aseguro, opción alguna a sus exigencias básicas: ni homicidio imprudente, y mucho menos, repetición del juicio.
El contenido del recurso es, simple y llanamente, una aberración, no sólo desde el punto de vista jurídico, sino desde la parte de la sensatez y el sentido común. Expertos consultados, no sólo en Tailandia sino hasta en España, consideran no sólo imposible que el juicio vaya a repetirse sino si la finalidad del recurso, dados los ataques continuos hacia la policía y los tribunales tailandeses, no tendrían una única salida a la que la opinión pública española televisiva no estaría preparada: que el resultado de este error conllevara la posibilidad de que Daniel estuviera el máximo de años posible en un penal de máxima seguridad tailandés, exactamente como se encuentra desde mediados de septiembre del pasado año: abandonado a su suerte; por mucho que en los platós patrios se asegure que todo el monte es orégano.
Porque tras la lectura del fallo, acontecido a finales de agosto del pasado año, Daniel sólo ha recibido la visita de su madre y únicamente durante los primeros días tras el traslado desde el penal de Koh Samui al de máxima seguridad de Surat Thani. Es bien sabido que desde ese momento clave Tassanapannaporn Keartjareanlap, más conocida como Alice, es cuando trata de cobrar a Silvia Bronchalo una altísima cantidad de dinero, que rondaría los 200.000 dólares, sin conocerse aún la razón por la que ella, a la que anunciaron como traductora, debería embolsarse semejante morterada.
Un año antes, cuando Daniel pasaba sus primeras semanas en prisión y las televisiones patrias ardían en océanos de publicidad, el acuerdo con Alice lo cerraron Rodolfo Sancho y Marcos García Montes con la madre de Daniel completamente fuera de las negociaciones, y por lo tanto, inhabilitada para tomar decisión alguna. Y para que lo inaudito siga abriéndose paso a día de hoy, la misma persona que exige ese dinero –o sea, Alice–, sigue siendo la representante legal –que no abogada– de Daniel Sancho en Tailandia. O cuando los pájaros disparan a las escopetas.
En las 400 páginas que se entregaron constan tanto la firma de Alice como la de Daniel, aunque no debería ser esta anécdota noticiable: en Tailandia se pueden presentar recursos sin ser abogado y, sobre todo, todo reo extranjero debe firmar junto a su traductora cualquier documento que envíe a una instancia oficial. Y Alice es tailandesa, y por lo tanto, maneja la lengua siamesa.
Las cárceles tailandesas son bien conocidas por su incomunicación. Además, debemos recordar que en la mayoría del planeta, donde incluyo a Tailandia, a los presos se les castiga y nunca se les rehabilita. Por lo que cuando hablas con un preso allí encarcelado, sus primeras preguntas suelen girar en conocer qué ha ocurrido en el exterior. Y les hablo de asuntos básicos, los cuales tienen que ver con el fútbol, la política y, en general, con tratar de que al condenado les puedan explicar en los escasos minutos de la que consta una visita cómo va la vida. Y Daniel, en la prisión de máxima seguridad de Surat Thani, rodeado de 500 presos en su mismo pabellón y de diecinueve en su misma celda, se encuentra, exactamente, en esa situación de completa incomunicación, claro está, salvo cuando habla con las personas que sí tienen permiso para charlar con él: su papá, Marcos García Montes y el sorprendente outsider Iván Velasco, que desde Chicago es el que le sube en su diván –todos estos por videollamada–, además de Ramón Abarca, delegado en Asia–Pacífico de la agencia Efe, y la clave de muchas cosas: Alice Tassanapannaporn.
Aunque las entrevistas blanqueadoras firmadas por el mismo delegado de la agencia de noticias estatal española trataran de dar a entender que Daniel Sancho vive en paz y harmonía en prisión, la realidad es que su desesperación va en aumento ya que comienza a dudar de su defensa, la cual le lleva diciendo desde septiembre de 2023 que iba a sacarlo de allí, cuando su sensación, al menos lo que apreciamos desde fuera, es que las cosas le van de mal en peor y con visos, incluso, de poder empeorar. A fin de cuentas, Daniel está cerca de cumplir dos años encarcelado cuando en este mismo momento siente la verdadera espada de Damocles sobre su vida: el juez que dictamine la apelación es muy probable que ascienda su castigo a la pena capital, gracias a la esperpénrica apelación, asumiendo que no se ajusticia a extranjero alguno desde hace muchos años cuando es imposible que esto, al menos a corto-medio plazo, vuelva a suceder.
En una cárcel tailandesa lo esencial es estar estabilizado, concienciado, y con una línea de horizonte clara y precisa que será la que te mantendrá erguido, potente; seguro de ti mismo. Pero Daniel no se encuentra, precisamente, en esa situación, cuando aún se pregunta por qué todas las promesas que le llevan contando en estos últimos casi dos años no concurren en su libertad, o al menos, en ser enviado a una cárcel española.
Que a Daniel sólo le hayan visitado –o realizado videollamada– las personas seleccionadas por su padre ha determinado que hasta hace muy poco siguiera creyendo que su paso por las prisiones tailandesas estaba cerca de llegar a su fin. Pero nada más lejos de la realidad. Ya que aunque haya enviado esa lamentable apelación, en sí un desacato absoluto a las autoridades tailandesas, el nieto de Sancho Gracia comienza a comentar a su círculo cercano que no esperaba tamaña dilatación en sus intenciones iniciales: pena menor o ser trasladado a una cárcel española.
Al otro lado del teléfono nos atiende José Miguel, preso español que cumple condena en la prisión balinesa de Karangasem. Él, que ya supera el lustro en una cárcel indonesia, nos aporta consejos para que a Daniel Sancho no se le convierta esta cuesta arriba en algo completamente imposible de superar. “Yo sólo le diría que la única manera de subsistir en una cárcel del sudeste asiático tiene que ver con tu poder económico y, a su vez, con tratar de pasar desapercibido, además de con que en el pabellón donde pases la mayor parte del tiempo –con pabellón se refiere al edificio donde se acumulen su celda y otras; en la de Surat Thani hay seis pabellones que contienen en su interior decenas de celdas– sepa cómo poder ser respetado por los jefes, porque los habrá, seguro, y siempre serán locales. En general, tiene que tener dinero para comprar voluntades, regalar cafés y ayudar a la comunidad que no accede a kits de limpieza, dentífricos, desodorantes, agua mineral…”.
José Miguel, que según instituciones penitenciarias indonesias está cerca de ser libre –como agua de mayo, llo espera antes de las navidades de este 2025– me asegura que “en mi cárcel hay más justicia que en la vida. Aquí acabamos entendiendo que tenemos que ayudarnos los unos a los otros o estamos todos muertos. Aunque haya malos, que los hay, tratamos de buscar la manera de sobrevivir, porque estar aquí dentro tantos años es durísimo. El día a día se hace más pasajero cuando hay cierto respeto. Claro que yo soy positivo porque sé me voy pronto. No sé qué pensaría si me quedarán aún siete u ocho años preso”.
La soledad del corredor de fondo, aquellos atletas que bajo lo lluvia o el impenitente sol dan decenas de miles de zancadas para llegar, tantas veces, novenos a la meta, no es siquiera por la que aún transita Daniel Sancho, el cual tarde o temprano tendrá que asumir que su horizonte carcelario ni mucho menos se detendrá, como aseguran los abogados de su padre, en un par de años. “Aguantar no es fácil, pero si tienes claro dónde estás y cuándo vas a salir, está todo más o menos bien. Lo peor, sin duda, es asumir que te vas en poco tiempo y luego que no sea así. Eso te destruye, te carcome. Por eso yo no hago demasiado caso a mi abogado, que me ha dicho que durante este 2025 volveré a España, libre. Y aunque crea que va a ser así debo estar preparado para lo peor”, me aseguró José Miguel.
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