Laos, uno de los últimos estados socialistas pide paso para crecer

Un país todavía con un largo camino por recorrer, pero que ha logrado la estabilidad de la que carece su región
The post Laos, uno de los últimos estados socialistas pide paso para crecer first appeared on Hércules.  De entre todos los países que formaron parte de Francia dentro de Indochina Laos es, sin ningún género de dudas, el que aún conserva, al menos, mayor interés por preservar la lengua de Baudelaire que se sigue aprendiendo en las escuelas, aunque sea de aquella manera, cuando algunos políticos la siguen utilizando para elevar su caché así como numerosísimos empresarios. En la vecina Camboya, sin embargo, el francés ha cedido el testigo de manera fulminante al inglés.

Pero Laos es, además, uno de los últimos reductos socialistas junto con China y Vietnam, recalcando que en los tres casos ese socialismo/comunismo se abre a una exigente economía de mercado, no como en las naciones más puras, Cuba y Corea del Norte, alejadas de cualquier atisbo occidental, al menos para su población civil.

Laos supera por poco los 6.500.000 de habitantes –sólo la Comunidad de Madrid alcanza los siete millones–, a años luz de sus vecinos tailandeses, que llegan ya a los 72 millones, o Vietnam, a sólo un millón de superar los 100 millones de habitantes. Y este dato certifica que Laos es un rara avis en la zona, donde algo más al sur, Indonesia ya supera los 280 millones de habitantes; y subiendo. Pero Laos sostiene aún una diferencia palpable con el resto de naciones que conforman el dinámico Sudeste Asiático: es la única sin salida al mar, lo que la convierte en un país extraño, al no estar asociado ni a playas de arena blanca ni a islas paradisíacas, los argumentos básicos del turista occidental que visita la zona.

Pero Laos es mucho más que playas e islotes remotos, ya que es el país de la zona que mejor conserva su excelente superficie forestal que cubre buena parte de su territorio, repleta de la muy apreciada teca, cuando en Camboya hace décadas que la devastación dejó a sus provincias más salvajes –Ratanakiri y Mondulkiri– convertidas en puros desiertos, donde los elefantes, desprotegidos y fuera de su hábitat, acaban enloqueciendo. Y aunque lejos del buceador y el surfista, la pequeña nación laosiana acoge ya a cuatro millones de turistas cada año, embrujados por su pureza que en ciudades como Luang Prabang, antigua capital por donde el Mekong fábrica cascadas muy variopintas, es sin duda la principal atracción del país.

Lo que debe quedarles claro es que Laos, donde desde el año 1975 impera un gobierno de partido único similar al de China, es un país serio. O al menos más serio que sus vecinos tailandeses, y sobre todo, camboyanos. Como ejemplo, el que haya cruzado a pie algunas de sus fronteras con Tailandia se habrá dado cuenta de que la adquisición de un simple visado de turista por 30 días –con un coste de 35 dólares– no es tarea fácil, ya que el militar de fronteras, aún a sabiendas de que debe conceder el permiso, realiza preguntas y buscando los orificios en las respuestas, por si existiera la posibilidad de recusarlo. Hace trece meses, y en la embajada laosiana de Bangkok, pregunté de qué forma podría doblar mi estancia en el país, pasándola de 30 a 60 días, y el oficial me dijo con celeridad que no existía posibilidad alguna. En Camboya, sin embargo, pagando bajo la mesa consigues desde permisos de residencia de cinco años hasta pasaportes con nuevas identidades donde el de la foto sigues siendo tú.

Tras desligarse del imperio francés, Laos inició una época de guerras y calamidades. Primero, cuando los Estados Unidos, en pleno conflicto bélico contra Vietnam, bombardeó todo el país tratando de evitar que la nación se convirtiera al comunismo. Desde ahí, y con el país inmerso en una guerra civil, se llegó al comienzo del germen de la actual República Democrática Popular de Laos. Primero, se echó a los franceses abrazados al ejército comunista de Vietnam del Norte, que les prestó tan necesaria ayuda, para después cancelar por la fuerza la monarquía, detener al depuesto rey Savang Vattana en 1975, para que dos años después éste falleciera en prisión.

Y a paso de tortuga, Laos consiguió escribir su primera constitución, allá por el año 1991, en donde se dejó bien claro que el monopolio del Partido Popular Revolucionario de Laos era absoluto e infinito, en clara sintonía con el Partido Comunista chino que dirige Vietnam desde que Mao Zedong ganará, en 1949, la guerra civil china. La ayuda que recibió Laos para transitar desde los albores de la nueva república a su primera carta magna tuvo la inestimable ayuda de las antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y de sus hermanos del ejército norvietnamita. Pero Estados Unidos, antes de perder la guerra con Vietnam y abandonar la zona, desperdigó alrededor de 4 millones de minas antipersonas, de las que se cree que sólo el 1% han sido desactivadas.

Un país todavía «virgen»

Este cruento hecho determina que buena parte del país siga completamente virgen. En Laos el 80% de su población practica una agricultura de subsistencia, lo que quiere decir que casi nadie se aleja mucho de los alrededores de sus aldeas, casi siempre a orillas del Mekong, por miedo a volar por los aires. El sector servicios sigue creciendo cada año gracias principalmente al turismo, cuando la industria, a pasos muy lentos pero seguros, ya genera el 22% del PIB del país, cuando las primeras multinacionales textiles comienzan a cerrar acuerdos para abrir fábricas, y por consiguiente, aumentar el número de trabajadores que dejarán de labrar la tierra tratando de dar un impulso a sus economías.

El arroz es no sólo el alimento clave, sino el primero que se produce en el país, convirtiendo sus cosechas en más que suficientes para alimentar a toda la nación. A su vez, patatas, café, tabaco y numerosas frutas y verduras como la piña y el maíz se cosechan en grandes cantidades, algunas veces hasta permitiéndose ser exportadas. En minería Laos es un chollo, por lo mucho por hacer. Se reconocen producciones de oro de unas 6 toneladas anuales así como 50 de plata, cuando el estaño también se extrae en grandes cantidades. Y este hecho ha acercado a China, que tras haber construido un tren de alta velocidad que conecta a las ciudades chinas de Kunming y Vientián, capital laosiana, exige al gobierno comunista la extracción de recursos minerales, tras habérsele quedado una deuda a Laos que sólo ha cubierto, por ahora, el 30% de los costes del citado tren. Y China, como todo el mundo sabe, necesita minerales y materias primas para seguir alimentando a la máquina.

Vientián, su capital, gracias a la fuerte inversión china y el afloramiento de empresarios locales, ha visto cómo sus dimensiones se han triplicado dejando de lado aquella fascinante capital desconocida, que hoy atesora sus primeros problemas de congestión en las arterias principales de la ciudad cuando el parque inmobiliario sube de precio cada año. ¿Les suena? Luang Prabang, como decíamos anteriormente, es sin duda el destino turístico por excelencia, cuando al sur, junto a las fronteras tailandesas y camboyanas, están el resto de ciudades más importantes, como lo son Savannakhet y Pakse.

Sin embargo, en Laos, por culpa de la escasa inversión en carreteras, siguen existiendo ciudades primorosas, que sin duda son aquellas que se sostienen en el tiempo fuera de todo proyecto urbanístico desalmado. Y ahora me estoy refiriendo a Thakhek, una ciudad a la orilla del Mekong, sin aeropuerto, y alejada lo suficiente de la capital del país, no sólo por los 340 kilómetros que las separan, sino porque las carreteras, tantas veces sin asfaltar y llenas de boquetes, hacen del viaje un padecimiento entre los dos trayectos que suele concluir tras un suplicio de once horas de duración.

Thakhek, capital de la provincia central de Khammouan, como les decía, prosigue su marcha alejada de los ambientes capitalistas de Vientián, y en menor medida, de Luang Prabang. Por lo que en Thakhek, ciudad de avenidas grandes y arboladas, con casas bajas en casi la totalidad de sus posesiones, y donde el turista prácticamente no se acerca, uno puede comprobar la otra cara de Laos: aquella que no sale ni en las guías de viajes ni en las noticias internacionales. Curiosamente, y sólo cruzando el Mekong en las balsas oficiales, uno tarda cinco minutos en llegar a la orilla más cercana de la ciudad tailandesa de Nakhon Phanom. Pero las autoridades siamesas sólo dejan realizar este trayecto a laosianos y tailandeses, obligando al escaso turista que se asoma desde Tailandia a dar una inmensa curva hasta llegar al puesto fronterizo, justo después de uno de los numerosos puentes que con el paso de los años, van abriendo entre los dos países. Gracias a la obligatoriedad de paladear esta novedosa inversión, el tiempo invertido sobrepasa las dos horas, llegándose a la conclusión de que incluso en arcaica balsa aún se llega antes a Thakhek.

Como no podía ser de otra forma, las inversiones en sanidad son aún precarias, por lo que cada vez que existe un problema médico serio, los pacientes laosianos prefieren cruzar la frontera y ser atendidos en Tailandia. Claro que para los más alejados de las escasas ciudades, esa posibilidad no existe, y no sólo por el tiempo a invertir sino porque las economías son tan básicas que uno prefiere rogar a su Dios por una recuperación plena y esperar sentado.

No podemos cerrar este reportaje sin citar un problema que sigue sin solución y que crece cada año. Y me refiero al de la droga, que gracias a la cercanía del país al Triángulo Dorado, del que incluso forma parte y, a los escasísimos medios para combatirla, el consumo de metanfetamina entre, sobre todo, las nuevas generaciones de laosianos ha convertido a buena parte de esa población en dependiente de unas dosis en forma de pastilla que cuestan solamente un cuarto de dólar, y con las que además te ahorras el comer porque se te quitan las ganas. El gobierno laosiano, alarmado, ya ha emitido varios comunicados tratando de que sus vecinos pongan orden en este desaguisado, cuando de puertas para dentro, se advierte claramente a la población local que el consumo de drogas conlleva la pena de prisión.

Sea como fuere, Laos, aún desconocida, es uno de esos países que aunque avance lentamente lo hace con pies de plomo. Como su cerveza, Beer Lao, que ya se puede encontrar en más de treinta países y que es reconocida por su calidad.

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