Las cosas que se nos olvidan

Carta escrita por Fernando da Silva Costa Rodríguez
The post Las cosas que se nos olvidan first appeared on Hércules.  España parece estar sumida en una de esas plagas que Egipto sufrió allá por los tiempos bíblicos y que nos enseñaban en las escuelas. Se encadenan una serie de eventos “fortuitos”, como apagones, inundaciones, fallos de infraestructuras y un conjunto de leyes que atentan contra los principios económicos y que son aprobadas con mayorías parlamentarias un tanto sospechosas.

El ciudadano de a pie parece olvidar, entre las jugadas del Congreso, cuáles son las funciones del Gobierno, muy alejadas de aquel cuadrado de Nolan. Un gobierno es, ante todo, una infraestructura que permite el desarrollo económico y la representación de la nación.

El desarrollo económico es aquel que permite que las inversiones fluyan y que se cree un escudo donde prevalezca el imperio de la ley. Por mucho que duela, las libertades económicas no son un sistema de bienestar en bancarrota desde que la pirámide poblacional colapsó. Las libertades económicas son aquellas que permiten al empresario y al inversor —que son lo mismo— expandir su riqueza. ¿Y cómo se puede atraer inversión con un esfuerzo fiscal un 17 % superior al de la media de la zona económica europea? Yo mismo me lo pregunto. Parece ser que alimentamos a una bestia, una bestia de acero y plomo que crece cada día con un déficit galopante, un déficit clientelar y malsano, sustentado por intereses políticos y parlamentarios. También debo resaltar, como parte de la función económica de un gobierno competente, el mantenimiento de una serie de infraestructuras necesarias para la actividad económica. Todos hemos sido testigos de cómo fallaron el pasado 28 de abril o durante la crisis de trenes de este lunes.

La representación nacional es algo que solemos asociar a la Corona y a esa pompa de fracs y chaquetas bonitas, pero eso no es cierto. La verdadera representación nacional consiste en proyectar una imagen de integración e incorruptibilidad del Estado y de sus instituciones. Esto parece haber quedado en el baúl de los recuerdos, ya que presenciamos debates en el Congreso donde se utilizan argumentos como “tú has robado más”. Vemos cómo cuestiones como la amnistía —la cual comentaré en breve— no se someten a la consulta ciudadana, y otras, como las relacionadas con el Sáhara, ni siquiera se explican a la ciudadanía. La imagen del Estado se ve difamada por la corrupción, algo a lo que el lector de este medio probablemente ya esté acostumbrado, ya que observamos cómo la línea entre los negocios personales y las actividades del Estado está cada vez más borrosa.

La amnistía ha sido un ejemplo de esa imagen de un Estado roto. Si uno rebobina la cinta de la historia de España, verá que en octubre de 2017 no se detuvo aquel vergonzoso sarao del “procés”. Todo el mundo vio cómo los policías cargaban contra los sublevados. Todo el mundo presenció una escena que se pudo haber evitado y que, tras una década, ha terminado en el levantamiento del castigo, como si perdonásemos a un niño. Pero, en realidad, perdonábamos a unos golpistas y nos castigábamos a nosotros mismos.

Muchos se preguntarán, después de leer este artículo —que parece una serie de acontecimientos sazonados con una crítica algo innovadora—, a qué viene todo esto. La respuesta está en un libro llamado ¿Por qué fracasan las naciones?. No es un libro de mi agrado, ya que peca de ser algo keynesiano y haría que el mismo Carl Menger sufriera un episodio depresivo. Sin embargo, este libro plantea que los países fracasan debido a la ruptura de sus instituciones públicas, algo con lo que estoy plenamente de acuerdo.

Hoy los ciudadanos deben hacer un ejercicio de valor y de coste de oportunidad: deben plantearse si están dispuestos a ceder, a cambio de su sistema de bienestar, una libertad económica real. Deben tener el coraje de juzgar por sí mismos si las instituciones son pulcras y útiles para sus vidas, ya que estas siempre deben rendir pleitesía a los españoles. Y, por último, deben usar la balanza de las libertades, unas libertades que vienen acompañadas de un contrapeso llamado obligaciones y deberes. Esto no es malo, ya que es algo intrínseco al ser humano y que forma parte de su filosofía.

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