Luz de febrero: el libro perfecto para el mes más corto del año

Nuestra identidad nos pertenece, pero no podemos negar que esta se ha formado y sigue formándose, por muy mínima que haya sido la aportación, por las personas que hemos amado a lo largo de nuestra vida
The post Luz de febrero: el libro perfecto para el mes más corto del año first appeared on Hércules.  Pienso si merece la pena escribir una reseña en el mes más corto del año, al final tan sólo han sido 28 días en los que todo ha pasado tan rápido que no ha dado tiempo ni a aterrizar bien en este. Un interludio de lo que está por venir. Me doy cuenta de que, a pesar de su velocidad, febrero está cargado de acontecimientos inesperados y otros tan esperados como un San Valentín que ha vuelto a caer de nuevo a 14 de febrero; ¿en serio todos los años esta celebración coincide en la misma fecha, como si el amor no fuese una de las cosas más variables e inestables que tiene el ser humano? Tan solo basta con echar un vistazo a tu alrededor para darte cuenta de que, tras un duro enero, la gente está dispuesta a aprovechar cada día de febrero por cortos que estos sean. Sus días soleados vaticinan la vida que nos espera y los días lluviosos nos recuerdan de dónde venimos, un frío invierno casi superado. Me dispongo a escribir una reseña inundado por esas ganas casi primaverales de revivir, y encuentro el libro perfecto que muestra este sentimiento: Luz de febrero de Elizabeth Strout. 

En Crosby, un bonito pueblo costero de Maine, se entrecruzan las historias vitales de varias personas de mediana y avanzada edad; Jack Kennison, un hombre viudo que vive solo y Olive Kitteridge, una jubilada profesora de mal carácter, serán los personajes principales a los que se les irán añadiendo otros relatos como la vida de Kayley, una joven que limpia en casas de personas mayores, o de Suzanne, cuya familia está llena de tormentos y pesadillas que no les dejarán pasar página. La presencia de un número tan elevado de personajes y de historias diferentes hace que en ocasiones la lectura resulte algo ardua, aunque también le otorga un carácter especial y distintivo.

Olive y Jack comienzan una relación en su vejez, por lo que los recuerdos de sus vidas y de la de sus vecinos del pueblo se irán sucediendo, tejiendo un entramado de vivencias que nos darán una perspectiva sobre los caminos tan variados en los que la propia vida nos obliga a aventurarnos. La novela está formada por capítulos que separan cada una de estas historias, lo que facilita la comprensión y la capacidad para saltar de un escenario a otro completamente distinto. A pesar de que la disposición y la trama parece la propia de un culebrón que bien podría tratarse en una película de sobremesa de los domingos, no me he arrepentido de darle una oportunidad, puesto dentro de estas historias encontramos mucho más de lo que podría parecer a primera vista. Olive es, realmente, la figura central de la obra, residiendo en ella uno de los aspectos que más interesantes me han resultado.

A lo largo de la novela hay historias que se entrecruzan. Personajes que tienen su propia historia aparecen momentáneamente, casi en una cuestión de segundos si lo trasladamos a la vida física, en la historia de otros personajes. Me gusta la sutiliza con la que Elizabeth describe así nuestras historias. Nuestra vida, centro de nuestro propio universo, es en ocasiones tan solo un breve episodio o segundo en el universo de los demás, que puede resultar insignificante o guardar un lugar especial del que tal vez nunca lleguemos a ser conscientes. Es por eso por lo que, cuando dos personas comparten más de un episodio o deciden compartir la mayor parte de esos universos personales que han ido formando, sin duda esto merece ocupar un capítulo entero en nuestra vida, o de un libro, como Elizabeth hábilmente sugiere con esta disposición. No es fácil que se produzca este intercambio, por lo que debemos otorgarle la importancia que este merece.

Otro de los temas más importantes que trata la novela es la relación entre padres e hijos en todos sus aspectos. Esta se ve desde la perspectiva de los padres y desde la de los hijos, demostrando que en la mayoría de las ocasiones surgen barreras generacionales entre ambas realidades que son difíciles de superar por muchos intentos que se realicen. Me viene a la cabeza el nuevo disco de Amaia, en el que presenta un par de canciones bajo el mismo eje temático. La cantante se pregunta al ritmo de bachata, desde la perspectiva de su madre, si cuando su hija llora (ya adulta) ahora llama a alguien más que no sea ella. Elizabeth nos muestra de igual forma esta realidad con Jack y Olive, cuya relación con sus hijos es distante, llegando a mostrarse arrepentidos en diversas ocasiones de las decisiones tomadas que los han llevado a este punto. Amaia es más esperanzadora que las historias de estos personajes, por lo que quizás en este caso deberíamos quedarnos con la música y dejarnos de tanta literatura pesimista por un momento.

La dificultad de seguir los relatos y la falta de una trama sólida me ha dejado vacío en algunas partes, esperando que la novela diese un giro que me provocase un mínimo de emoción en este mes pasajero y de cambio. A pesar de esto, la lectura me ha permitido disfrutar de febrero con una actitud renovada, haciéndome reflexionar sobre la mirada que presento ante la vida. En un mes en el que todo parece ser más fluctuante que nunca, tan sólo tenemos dos opciones. La primera es esperar a que todo mejore, la primavera llegará tarde o temprano, por lo que la espera no será tan dura como parecía cuando nos embarcábamos en este. La segunda, opción inspirada directamente en este libro, es disfrutar de esa luz que febrero nos comienza a brindar.

Cindy, personaje irrelevante en la obra, realiza una de las reflexiones más interesantes sobre la luz propia de este mes: “Para Cindy la luz de este mes siempre había sido como un secreto. Porque en febrero los días se alargaban de verdad y, si uno se fijaba bien, se notaba. Se notaba que al final de cada día el mundo parecía abrirse una rendija más, y aquella luz se colaba entre los árboles desnudos y estaba llena de promesas. Aquella luz prometía”. Seguramente, la próxima vez que nos veamos en una reseña será en primavera, o al menos, ya no estaremos en un mes tan breve, que espero que hayamos aprovechado como se merece: con su luz y sus sombras.

Sobre nuestra identidad y la identidad compartida

En un momento de la novela, Jack y Olive se enzarzan en una discusión. Jack ve a una mujer con la que mantuvo una larga relación durante años en su etapa universitaria, que resulta ser bastante maleducada. Olive no siente celos, pero si le invade un sentimiento de furia, fruto de la actitud de esta mujer: muestra decepción con Jack, puesto que le dice que haber estado años con una persona así, también habla mucho de él mismo.

Sin duda, el mapa conceptual que forma todo nuestro historial amoroso suele ser confuso y caótico. Una mezcla de personas variadas sin mucha relación entre sí que tan sólo comparten una cosa en común: haber formado parte de ese universo personal al que nos referíamos en este artículo ¿Será que las personas con las que hemos estado sí que dicen algo de nosotros mismos? ¿Somos al final una mezcla de todas las personas con las que en algún momento hemos compartido nuestra intimidad? El enfado de Olive, que me resultó absurdo en un primer momento, me hizo comprenderla en cierto modo tras reflexionar sobre todas estas cuestiones. Nuestra identidad nos pertenece, pero no podemos negar que esta se ha formado y sigue formándose, por muy mínima que haya sido la aportación, por las personas que hemos amado a lo largo de nuestra vida. Es importante el proceso de selección, puesto que, si no nos vamos a desprender de ese aporte, que al menos hable de nosotros de la forma en la que deseamos.

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