Pensión, pan para hoy, hambre para mañana

Un sistema que gasta más de lo que genera está condenado a morir
The post Pensión, pan para hoy, hambre para mañana first appeared on Hércules.   Esto no es una opinión, es una ley económica tan universal como la gravedad. Pero en España, la política vive en un universo paralelo. Aquí, los números no importan, porque siempre hay una forma de endosarle la factura al siguiente en la cola.

Subir las pensiones un 2,8% en 2025 no es «justicia social», como proclama la ministra, es un acto de irresponsabilidad política. Esta subida costará 7.300 millones de euros adicionales, una cifra que el Gobierno intenta vender como una victoria. ¿Victoria para quién? Para los jubilados que ven cómo sus pensiones crecen artificialmente, mientras el sistema se hunde bajo el peso de su propia inercia.

Las cifras del despropósito

Pongamos las cosas en contexto:

La pensión media de jubilación subirá de 1.441 euros al mes a 1.481,35 euros, es decir, unos 40 euros más al mes.

La pensión máxima de jubilación pasará de 3.175 euros al mes a 3.264 euros, 89 euros más al mes.

Y la pensión mínima de jubilación, que debería ser la prioridad en cualquier sistema, apenas aumentará de 517 euros al mes a 532 euros, es decir, unos míseros 15 euros más al mes.

Esto no es justicia social, es maquillaje contable. Porque mientras los jubilados disfrutan de su «incremento», los trabajadores activos son quienes pagan la fiesta. Cada punto del IPC cuesta al sistema 2.600 millones de euros más, dinero que no se genera, sino que se exprime del sector productivo.

¿Quién paga el banquete?

La clase trabajadora, por supuesto. Esa que ya no llega a fin de mes porque el sueldo medio es un mal chiste en comparación con el coste de la vida. Esa que no tiene garantizada una pensión digna porque la caja de la Seguridad Social está vacía. Esa que, mientras financia las jubilaciones de hoy, sabe que cuando le toque a ella, no quedará nada.

España lleva años huyendo hacia adelante. La población envejece, la natalidad está por los suelos, y el número de cotizantes por cada pensionista no deja de caer. Hoy, cada trabajador carga con el peso de 1,5 pensionistas. Mañana, será peor. Pero, en lugar de buscar soluciones estructurales, seguimos inflando la burbuja con medidas populistas que solo agravan el problema.

Populismo disfrazado de justicia

¿Qué es lo que busca realmente el gobierno? ¿Garantizar el bienestar de los jubilados? No, lo que busca es garantizar su voto. Los pensionistas son el grupo electoral más grande y fiable del país. Ningún político se atreverá jamás a decirles la verdad: que el sistema es insostenible, que el dinero no da para más, que o se congelan las pensiones o se rompe todo.

En su lugar, les dan caramelos en forma de subidas. No importa si los recursos salen de endeudar más al país o de esquilmar a la clase trabajadora. Todo vale con tal de mantenerse en el poder.

La gran mentira del IPC

El mantra oficial es que subir las pensiones según el IPC garantiza el poder adquisitivo de los jubilados. Pero esta «protección» se da a costa de destruir el poder adquisitivo de quienes están en activo. ¿De qué sirve blindar el ingreso de los pensionistas si los precios de los alimentos, la vivienda o la energía siguen desbocados?

Y luego está el insulto final: los 15 euros de subida para quienes perciben la pensión mínima. Esa es la «justicia social» de este gobierno. Porque mientras la pensión máxima sube casi 90 euros al mes, los jubilados con ingresos más bajos apenas recibirán lo suficiente para un par de cafés al mes.

El colapso que nadie quiere ver

El sistema público de pensiones es una bomba de relojería. Cada vez más caro, cada vez más insostenible, y cada vez más injusto. Pero los políticos prefieren mirar hacia otro lado. Hablar de reformas estructurales, como un sistema de capitalización al estilo australiano, es un tabú. Reconocer que no se puede seguir subiendo las pensiones sin límite sería un suicidio político.

Así que seguimos adelante, parcheando aquí y allá, mintiendo a la población y comprando tiempo. Pero el tiempo se acaba. Cuando el sistema colapse, cuando no haya suficiente dinero para pagar las pensiones, los mismos que hoy aplauden estas subidas serán los primeros en pedir explicaciones.

La realidad incómoda

La única forma de salvar el sistema de pensiones implica aceptar que el modelo actual está roto. No hay parches que valgan. Lo que necesitamos es una transformación completa, y esa transformación será dolorosa y lenta, porque requiere cambiar no solo el sistema, sino también la mentalidad de toda una sociedad.

Primero, hay que reconocer que no se puede mantener un sistema basado en la redistribución intergeneracional cuando las pirámides poblacionales están invertidas. Esto significa avanzar hacia un modelo mixto que combine un sistema de capitalización individual —donde cada trabajador ahorre para su jubilación— con una red de apoyo mínima para los más vulnerables, financiada por impuestos generales.

Segundo, debemos aceptar que cualquier transición será cara y larga. Habrá que encontrar mecanismos para mantener las pensiones actuales mientras se construye el nuevo modelo. Esto implicará sacrificios: congelar las pensiones más altas, reducir ciertos beneficios y destinar parte de los impuestos actuales exclusivamente a financiar la transición.

Tercero, será necesario un cambio cultural. La sociedad española está acostumbrada a pensar en las pensiones como un derecho incuestionable, cuando en realidad es una promesa que depende de los ingresos del sistema. Necesitamos enseñar a las nuevas generaciones que su futuro no puede depender de la deuda o de esperar que otros carguen con su jubilación.

Por último, esto exige un consenso político que hoy parece imposible. Reformar las pensiones requiere un pacto de Estado que mire 20 o 30 años hacia adelante, algo que trascienda siglas y ciclos electorales. Y ese consenso solo será posible si hay un liderazgo dispuesto a decir la verdad, aunque duela, y a tomar decisiones que no se verán recompensadas en votos.

Lamentablemente, con la clase política actual, apostar por un pensamiento a largo plazo parece más ciencia ficción que economía. Y así, seguimos al borde del precipicio, mirando hacia abajo, mientras nos repetimos la gran mentira de que «todo está bajo control».

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