Enrique III, rey de Castilla, mandó una embajada hacia un rico reino posicionado en remoto lugar. Este aventurero encuentro fue llevado a cabo por un histórico e ilustre madrileño
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Ruy González de Clavijo
Estamos en el comienzo de un nuevo siglo, el XV, y en plena Baja Edad Media; con una clara crisis y decadencia de lo que fue la plenitud medieval, donde se sumó una creciente amenaza exterior: la amenaza de un Imperio otomano en auge con el sultán Bayaceto I para preocupación de los reinos de la Cristiandad europea – incluido el Pontificado-. Por ello, y como ya ocurrió dos siglos atrás en la búsqueda de aliados durante las Cruzadas como el ejemplo del Imperio Mongol o el del mítico Reino del Preste Juan que hablamos en anteriores ocasiones, se volvió a buscar nuevas alianzas en el plano geopolítico. Las miradas se centraron en Tamerlan, un caudillo de herencia turco-mongol que en dos décadas estuvo muy cerca de reconstruir la grandeza imperial del gran Gengis Khan; y España no se quedó atrás.
El hombre asignado para intentar conseguir esa alianza con Castilla, en este caso contra el Reino Nazarí en post de esa restuaratio hispana, fue el chambelán del monarca: Ruy González de Clavijo.
Un largo periplo
Puerto de Santa María (Cádiz), 21 de mayo de 1403. El viaje del madrileño comenzó partiendo desde los puertos de una de las ciudades más antiguas del mundo, en el extremo occidental del Mediterráneo y de Occidente, en plenas Columnas de Hércules. Para así navegar el Mar Mediterráneo en su totalidad, desde una punta a la otra, haciendo escala en multitud de islas. Empezó por las Baleares para después pasar por las Eolias o Capri ya en Italia, de ahí a Mesina – que en su día fue puerto crucial de los viajes cruzados hacia Tierra Santa por vía marítima -. Para así llegar a las costas griegas, como la península del Peloponeso e islas como la famosa Rodas. Ascendiendo por el Mar Egeo llegó al fin de este mar para entrar en el estrecho del Bósforo, donde se hallaba la monumental y magnifica Constantinopla que vivía sus últimas décadas como ciudad cristiana y capital de aquel Imperio romano oriental desde hacía mil años. Aprovecharon la llegada del invierno para permanecer los tres meses allí, resguardados en busca de cobijo y abastecimiento para la segunda etapa del viaje.
Con la llegada de la primavera, retomaron la travesía tomando la legendaria Ruta de la Seda para atravesar el reino de Armenia y el extenso territorio de Persia por ciudades como Teherán. Tras esto, la última etapa del viaje fue la más peligrosa, desvirarse de esta segura ruta hacia el temible desierto de Gobi en su parte meridional. Al fin, tras 18 meses de viaje llegaron a la corte de Tamerlán, a la ciudad de Samarcanda en la actual Uzbekistán, en el corazón de Asia.
La fabulosa Samarcanda
Un 8 de septiembre, Clavijo entró a la esplendorosa Samarcanda que coincidió en medio de los festejos por el regreso militar del caudillo en sus campañas. Una ciudad con cúpulas azules que recrean el cielo, brillantes como las escamas de los peces, con una arquitectura sinuosa acompañada por una hospitalidad y agasajamiento de placeres inauditos en mitad de un desierto desolador y cerca de la siempre peligrosa cordillera del Hindú Kush desde tiempos de Alejandro Magno.
Clavijo permaneció allí poco más de dos meses, hasta el 20 de noviembre, haciendo hincapié en sus descripciones sobre la corte y el territorio que abarcaban aquellos tártaros – desde Turquía hasta China –. Llegando a entender como aquel hombre había conseguido vencer a los turcos en Ankara en batalla, y de ahí el interés de los reinos europeos por aquel rey desconocido hasta entonces; que no obstante no era cristiano, sino musulmán. Ejemplo de ello en los estudios coránicos en las madrasas de la ciudad con estudiantes de ojos achinados.
Finalmente y a pesar de un recibimiento con todos los honores, la relación diplomática no terminó de salir de manera fructífera, por la prioridad sobre la campaña de Tamerlan sobre territorio chino. En su viaje de regreso a Castilla, Clavijo se enteró de la muerte de su propio rey castellano así como del gran caudillo y que vio cómo su proyecto político terminaba con también con su propia vida. Samarcanda ya no volvió a ser lo mismo, aunque la ciudad azul sigue resplandeciendo hoy en día en aquel desierto uzbeko, para aquellos que deseen verlo con sus propios ojos.
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