No ayuda a la percepción de imparcialidad la afición a las togas sucias de su presidente, el señor Conde Pumpido, como tampoco la monolítica división en progresistas y conservadores
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Seguro, querido lector, que has oído ese chiste de un paciente que, en la silla de la clínica, le dirigía tan amenazadoras palabras al dentista mientras le agarraba con fuerza los testículos. Para algunos, esa es la imagen del Gobierno español, al que sujetan por donde más le duele los separatistas que le prestan su apoyo. Bien que se lo “prestan”, insistirían, con un interés propio de usureros.
¿Te atreverías a testificar bajo juramento que la sentencia del Tribunal Constitucional que da luz verde a la ley de amnistía no ha tenido nada que ver con ese pacto? En latín, la palabra testes significa “testigo” y “testículo”. Cuentan que, cuando los ciudadanos deponían en los juzgados romanos, un funcionario les tenía bien asidas sus partes para recordarles lo doloroso que sería faltar a la verdad. No parece cierta la anécdota, aunque sí que lo es que a los miembros de ese órgano los eligen las cámaras parlamentarias, las mismas que sostienen al Ejecutivo.
Digamos que no ayuda a la percepción de imparcialidad la afición a las togas sucias de su presidente, el señor Conde Pumpido, como tampoco la monolítica división en progresistas y conservadores que alinea sus votos en asuntos de gran octanaje político. Y eso, maravilla de las maravillas, sin sentir molestia alguna en sus zonas más íntimas.
¿Has visto la película “Marathon Man” (1976)? Al protagonista, Dustin Hoffman, lo tortura un dentista que le va arrancando sin anestesia uno a uno los dientes. Curioso, me vienen a la mente como actores los rostros de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, y Puigdemont, cabecilla de los independentistas, máxime si las piezas extraídas fuesen de oro. Injusta o no, extendida está esa percepción de mutilación jurídica, tanto es así que el crédito del tribunal de garantías ha caído al nivel del suelo.
Cuidado, no queda todo en casa, la jurisprudencia de la Unión Europea ha advertido de que, cuando los órganos judiciales pierden la confianza de los ciudadanos, su imparcialidad está en entredicho. No descartemos, entonces, ninguna sorpresa de la justicia supranacional, porque las cláusulas de ese contrato odontológico no se aplican allende nuestras fronteras.
No siempre las formas son tan intimidatorias. Primates como los babuinos sellan sus alianzas frotándose los órganos genitales, una suerte de proto-juramento animal, tal vez un remoto antecedente del pacto del dentista. Pero, si deseamos otra cosa en nuestra vida pública, quizás habría que plantearse un pacto de Estado, una grosse Koalition para evitar que los resortes del poder permanezcan en manos de los enemigos de nuestra Constitución.
En consecuencia, sopesemos su futura reforma para poner coto al chantaje centrífugo. Da igual el color, a la postre todos terminan cediendo, ya que saben que, en otro caso, pasarían a la oposición. Creo que el cambio de modelo territorial sería una alternativa razonable porque lo de los monitos, bueno, no será tan doloroso, pero da mucho asco.
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