Llevas rato reunido con tus amigos y, de repente, alguien bosteza. Segundos después otra persona también lo hace y, sin que apenas te des cuenta, tú también estás abriendo la boca. No tienen sueño, no están cansados, pero ese gesto se contagió en varios de los presentes. ¿Coincidencia? No tanto. En realidad, es tu cerebro
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Varios estudios científicos han intentado descifrar qué hay detrás de este fenómeno y por qué muchos no pueden resistirse a tenerlo luego de ver a otros bostezar. Si bien todavía no hay respuestas definitivas, los científicos creen que un comportamiento evolutivo y una conexión emocional basada en la empatía están relacionadas. Te contamos más a continuación.
El cerebro siente los bostezos como propios
Durante varias décadas se han realizado estudios de neuroimagen que asocian los bostezos contagiosos con la activación de regiones del cerebro vinculadas a la empatía y el reconocimiento de las emociones. Para ser más precisos, la corteza prefrontal medial y las neuronas espejo aumentan su actividad y producen una imitación involuntaria del gesto tras percibirlo como una señal social.
Es como si nuestro cerebro, en su intento por conectar con los demás, dijera “ey, esa persona está bostezando… yo también debería hacerlo”. Pero sucede de forma tan automática, que ni siquiera lo pensamos, simplemente pasa. En otras palabras, de forma involuntaria reconocemos ese gesto como propio, lo interpretamos como una señal emocional y lo manifestamos en esa respuesta física.
Los científicos lo han catalogado como una forma “silenciosa de conexión humana”, aunque aún sigue siendo una razón poco clara. Lo cierto es que se ha observado con más frecuencia entre quienes tienen más sensibilidad social y empatía.
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Es un indicador de cercanía emocional
Una serie de estudios observacionales han evidenciado que es más probable que repliquemos este reflejo si tenemos un vínculo emocional fuerte con la persona que bostezó primero, sean familiares, amigos o la pareja. Tiene mucho que ver con la respuesta empática antes mencionada, pero también se considera un gesto que revela cercanía afectiva.
Esto podría explicar por qué no siempre bostezamos aunque otros lo hagan o por qué no todos los presentes “se contagian”. Además del estímulo visual o auditivo, haría falta tener un lazo afectivo que nos genere esa resonancia emocional. De todos modos, hay muchas incógnitas al respecto y faltan estudios para entender del todo por qué se produce más en contextos de relaciones cercanas.
Un reflejo con raíces evolutivas
Robert R. Provine, neurocientífico y psicólogo de la Universidad de Maryland, fue uno de los primeros en analizar la reacción en cadena de los bostezos desde una perspectiva evolutiva. Partiendo del hecho de que este reflejo es primitivo y no es único de los humanos, Provine y otros científicos han planteado que puede ser una forma de coordinación social.
En especies sociales, no solo humanos, sino también chimpancés, lobos y otros, los bostezos sincronizados tal vez fueron una manera de estar en sintonía y coordinar rutinas, sobre todo en estados de alerta o al momento de descanso. Era una forma no verbal de indicar que ya era hora de relajarse o, por el contrario, que había que prepararse para actuar en grupo.
Al replicar este gesto entre varios miembros, estos ajustaban su comportamiento de forma colectiva y podían responder a la situación de forma más coordinada, lo que sería clave para incrementar sus probabilidades de supervivencia.
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Mitos y preguntas sin resolver
Al ser un gesto rodeado de enigmas, los bostezos no se han salvado de estar rodeados de mitos. Uno de los más extendidos es que sirven para oxigenar el cerebro o eliminar dióxido de carbono, pero esto fue descartado por la ciencia. No tiene que ver con necesidades respiratorias, porque incluso los fetos (que no respiran por los pulmones) bostezan.
Su carácter contagioso tampoco es una simple reacción automática, pues como lo mencionamos antes, parece que también involucra procesos empáticos y sociales sutiles y no tan evidentes. Eso sin contar con que podrían tener funciones más complejas, como enfriar el cerebro, regular el estado de alerta y facilitar el cambio entre distintos niveles de concentración.
La ciencia ha avanzado en su estudio, pero aún hay muchos interrogantes sobre sus funciones exactas, los mecanismos que lo desencadenan y las razones de su contagio. Por eso, aunque simple y cotidiano, el acto del bostezo nos recuerda que aún falta mucho por entender de nuestro cuerpo y nuestras conductas.
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