Frank Cuesta pasó de promesa del tenis a estrella mediática en Tailandia, atrapado entre el éxito, la polémica y su propio ego
The post Francisco Javier Cuesta Ramos: auge y caída de Frank de la jungla first appeared on Hércules. Se suele exagerar con los menores de edad que practican tenis en clubes reputados. Como si todos hubieran estado preparados para ser profesionales, pero que por una lesión o una mala decisión, decidieron apartarse del circuito de la ATP. El por aquel entonces Francisco Javier Cuesta Ramos, Paquito entre sus compañeros del colegio leonés del Sagrado Corazón de Jesús, decidió, ante la lejanía de los mejores, recalificarse como profesor de tenis yéndose a los Estados Unidos, para desde allí, aceptar el proyecto donde trabajaba para abrir una sucursal en Bangkok de la academia de tenis de Nick Bollettieri.
Daniel Sancho, el otro español más famoso en Tailandia –nuestra pésima imagen en el antiguo reino de Siam sigue siendo apabullante–, también hizo sus pinitos dándole a la raqueta. Pero también en su caso y, como suele ser habitual con la práctica totalidad de los adolescentes que sueñan con ser como Rafa Nadal, casi ninguno llega. Pero al menos el ya conocido como Frank Cuesta entendió que ayudar a los jóvenes tailandeses a alcanzar el tenis profesional iba a ser mucho más coherente que amputar extremidades humanas y tirarlas al fondo del mar entre cigarrillo y desayuno.
Para seguir mejorando, Frank descubrió su pasión por las serpientes, que poco a poco fue derivando por la de cualquier animal salvaje. De hecho, hoy día maneja 27 hectáreas semi vírgenes en la provincia de Kanchanaburi, las cuales también se han visto adobadas de una inmensa polémica en estos últimos meses. Porque si de algo vamos a hablar hoy es del auge y caída de Frank de la Jungla, del que ya no se sabe si es veterinario, herpetólogo, si está enfermo de gravedad o si en realidad siquiera existe. Un mareante video en su canal de YouTube reconociendo que todo era mentira y que su ego le sometió, le dejó por primera vez más desnudo que sus propios animales.
Frank Cuesta comenzó su idilio televisivo, en sí con la fama, el poder y el dinero, cuando participando en un programa de Callejeros Viajeros salvó a los miembros del equipo de grabación de la posible picadura de una serpiente. Este hecho le dio la oportunidad de ser más asiduo en la pequeña pantalla hasta que por su aplastante personalidad, que no deja indiferente a nadie, se le concedió un programa, y luego otro, y así por muchos años.
Con la fama bien labrada, y con una manera de hablar en constante ataque, utilizando no sólo la voz alta cuando no directamente el grito sino la palabrota, un leonés que era un simple profesor de tenis de los hijos del poder tailandés, se dio cuenta de la mina de oro donde había accedido. En España y, en plena turbina catódica, llegó a ganar hasta premios por su manera de llevar los programas, convertidos en auténticos shows repletos de pura interpretación; aunque lo más importante, sin ningún género de dudas, fue su absoluta capacidad para convertirse en una absoluta estrella, donde hasta humoristas profesionales le imitaban en horarios de máxima audiencia y niños, hechizados por su manejo de los animales no precisamente de compañía, copiaban sus maneras defendiéndolo en público. Yo conocí a una mujer hecha y derecha que hasta se tatuó su nombre en una de sus muñecas. Pura pasión.
Frank fue tan allá que hasta hizo de analista político, no sólo incitando a sus millones de seguidores a votar al partido que por aquel entonces le gustaba, sino porque hasta la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, llegó a visitarlo en su santuario, en realidad refugio, donde no pocos famosos –y aspirantes a ello– le rendían pleitesía mientras se aprovechaban de su brutal capacidad para controlar las redes sociales.
La primera desgracia de Frank no fue aquel accidente de helicóptero, que no pocos ponen entredicho y del que sacó aún más fama (audiencia); porque el primer gran problema que padeció fue tener que bregar con las autoridades tailandesas para que a su por entonces mujer y madre de sus hijos, Yuyee, no la empapelaran tras haber sido detenida con una pequeñísima cantidad de cocaína. Corría el año 2014. Un año más tarde informó de que en el pasado había padecido cáncer, cuando en 2019 anunció en su canal de YouTube, a bombo y platillo, que este había regresado. Gracias a su notable personalidad y a los millones de seguidores –supera los cuatro sólo en su canal– acaparó no pocas donaciones ademas de incontables mensajes de ánimo.
Yuyee, tras seis años privada de libertad, salió de la cárcel. Pero al tiempo se separó de Frank, iniciando una guerra donde ya se intuía un complejo final. Y éste, casi se llevó por delante su refugio, con todos los animales dentro, gracias a que la única dueña de aquello era Yuyee –en Tailandia no se permite al extranjero adquirir tierras–. Finalmente, Frank fue detenido en febrero de este año por poseer especies silvestres protegidas en su Santuario al que curiosamente llama Libertad. Una cobra escupidora, sin saberlo, también participó de este show al escupirle su veneno a los ojos, y por ello, ingresarlo en un hospital, desde donde sus fotos recorrieron toda España e Hispanoamérica: porque Frank, ayude o no a reptiles, es sobre todo, y por encima de todo, un famoso, como lo pueden ser Terelu Campos o Bigote Arrocet.
Y para que la locura tocara techo, un ex empleado Frank, tailandés, además de supuesto amigo íntimo y que atiende al apodo de Chi, ha ido vertiendo información en las últimas semanas donde se incluirían documentos gráficos y sonoros, que habrían dejado en muy mal lugar a su exjefe, que entre otros asuntos, podría haber mantenido relaciones con mafias de animales.
De todo lo que he contado, que no es poco, tenemos que sacar algo en claro: Frank Cuesta rentabiliza su fracaso. Y eso es digno de elogio. No tanto algunas de sus acciones, pero sí el hecho de que siga facturando muchísimo dinero: antes por contar a sus fans cómo es la vida en su refugio, para desde hace unos meses charlar con los mismos sobre su caída libre, que no sabemos cuándo tocará fondo.
El hecho de que no sea ni veterinario ni herpetólogo me lo lleva explicando un conocido residente en Tailandia desde hace mucho tiempo. “Sólo viendo cómo se expresa es imposible que esa persona haya estudiado. Además, ¿tú has visto cómo habla el tailandés?”. Como los abogados, y la práctica totalidad de los trabajos en Tailandia, un extranjero no puede ejercerlos. O sea, en Tailandia no se permite que alguien que no sea local ejerza de veterinario. Nadie.
En realidad, David Jiménez –por aquel entonces corresponsal del diario El Mundo en Asia con base en Bangkok– fue la primera persona que hizo pública la existencia de un señor que, además de profesor privado de tenis, se había montado un tinglado donde recogía serpientes, reptiles y tarántulas en casas particulares donde señoras siamesas subidas a las mesas del salón habían perdido la voz de tanto gritar. Luego llegó la tele. Y a partir de ahí, el desastre televisado, que por generar tanto dinero, somete a sus perdedores hasta límites infrahumanos.
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